Imperfecciones de la democracia

Las crisis no son una novedad en la historia del milenario sistema de gobierno. Los excesos conocidos en Latinoamérica o en los Estados Unidos de Trump ya habían sido previstos por los grandes pensadores que abordaron el tema. El mayor riesgo fue siempre la formación de mayorías facciosas.

POR WALTER MOLANO *

Los analistas políticos están constantemente preocupados por las crisis que afrontan las democracias del mundo. Apuntan al ascenso de Donald Trump, al Brexit y al poder sin límites del presidente ruso Vladimir Putin. América latina ha tenido su dosis de baches en los Kirchner, Lula y Chávez. De Chile a Costa Rica y Colombia se están desmoronando en la región los sistemas de partidos políticos tradicionales. La gente se pregunta, ¿cómo pasó esto? ¿Está en riesgo la libertad política?

Lo interesante es que esos temas han sido abordados durante milenios por filósofos políticos. La mayoría de las universidades los trataban, pero Civilización Occidental I y Pensamiento Político II fueron reemplazados por materias nuevas como Espíritu emprendedor y Programación de computadoras. Aun así, las falencias de los sistemas democráticos fueron reveladas hace más de 2.000 años en La República de Platón y más cerca en el tiempo, hace 230 años, en El Federalista número 10. Aunque no son exactamente lectura ligera, las dos obras son potentes alegatos contra los peligros de la democracia pura.

A Atenas se la conoce como la cuna de la democracia, pero su experiencia con la política dista de ser la ideal. No es coincidencia que el tratado político de Platón se titulara La República, y no La Democracia. Alegaba que eso era así porque una república, o una forma indirecta de gobierno, es superior a un sistema democrático. Aunque para nuestras normas resulta esnob, Platón sostenía que votar es algo demasiado complicado para la población general, y que para hacerlo se precisaba de un cierto grado de educación. Por supuesto, esa ha sido la herramienta que se usó para privar de derechos a las personas por su color, raza o credo.

Sin embargo, la democracia ateniense había sido sometida varias veces por demagogos. La traducción literal de ese término es "líder de la chusma". Los demagogos eran individuos populares que ofrecían respuestas fáciles a preguntas difíciles. Un ejemplo fue Alcibíades, ateniense carismático y acaudalado que una vez ascendido al poder minó las libertades civiles y sumió a la ciudad-estado en una desastrosa campaña militar en Sicilia. Platón tuvo conocimiento de primera mano de los peligros de la democracia cuando su maestro amado, Sócrates, fue acusado y condenado por un jurado popular. Si aceleramos hasta 1787, James Madison, autor de El Federalista número 10, tenía un desdén similar por la democracia pura.

Puede que la libertad haya sido el grito de batalla de la Revolución Norteamericana, pero el concepto tenía significados diferentes para personas diferentes. A los estados ricos, como Nueva York, les preocupaba que la democracia fuera el gobierno de las masas. Los padres fundadores entendían que esa disposición no sería buena para los negocios ni para las personas con propiedades. Por eso Madison y los otros autores de El Federalista se esforzaron por alegar que la flamante Constitución definía una forma de gobierno republicana. Esto es, una forma de representación indirecta, con elementos como el Colegio Electoral, jueces de la Corte Suprema designados de por vida y escaños senatoriales con mandatos de seis años.

Los estudiosos de la política saben que las estructuras políticamente meramente democráticas suelen congraciarse con grupos de interés estrechos y con el mínimo común denominador. La principal preocupación de Madison era que una facción poderosa pasara a ser mayoría y pudiera dañar los derechos de propiedad o privar de derechos a grupos minoritarios. Madison definía las facciones como un grupo de personas unidas por un interés común, por pasiones o con el deseo de afectar negativamente los derechos de otros ciudadanos. Su solución al problema era crear una república lo bastante grande en la que multitud de facciones compitieran entre sí para que ninguna tuviera la ventaja.

¿Qué pasó entonces? Los síntomas son fáciles de ver, pero las causas no son tan evidentes. La tecnología posiblemente tuvo un papel importante. Es un proceso que está en marcha desde hace más de un siglo. Los avances en comunicaciones y transporte facilitaron la creación de lo que Madison llamaba facciones-mayoritarias. La radio y la televisión permitieron que se unieran personas con una causa común. Eso se vio con el auge de líder populistas como Adolf Hitler, Benito Mussolini o Juan Perón. El proceso se aceleró recientemente con el advenimiento de Internet y las redes sociales. Del mismo modo, el desmantelamiento de las instituciones republicanas facilitó una participación más directa.

En América latina los viejos temores de que los pobres alteraran la distribución de la riqueza y los derechos de propiedad se hicieron reales en lugares como Argentina, Venezuela y Ecuador. Fueron ejemplos de manual de lo que Madison advirtió en El Federalista. Por lo tanto, las contras que amenazan a los países democráticos no son nuevas. Los defectos de las democracia fueron bien documentados por miles de años. De ahí que para inyectar más estabilidad en los sistemas políticos, tal vez podría necesitarse algo más de republicanismo platónico.

* Economista de BCP Securities