"El Correo Español", "La Prensa" y un poema olvidado de Rubén Darío

Al terminar el siglo XIX, unos versos del nicaragüense quedaron en medio de una agria polémica entre periódicos.

POR CARLOS MARIA ROMERO SOSA 

El Correo Español, que se distribuyó entre 1872 y 1905, fue uno de los más influyentes periódicos de la comunidad hispana en la Argentina. Bastará recordar que al mes de su fundación, en agosto de 1872, se ufanaba de tirar 1.000 ejemplares diarios. Aunque ya en 1887 y en gran medida debido a la llegada de la nueva oleada de inmigración peninsular atraída igual que la de otras procedencias por los aires de Paz y Administración prometidos por Roca cuando asumió el poder el 12 de octubre de 1880, se elevó el número de sus lectores a 4.000, según dato que aporta en un completo estudio sobre el diario y su historia, Marcelo H Garabedian, un investigador que recurrió para componer su ensayo accesible en Internet, a las cifras del Primer Censo Municipal de la ciudad de Buenos Aires.

Cabe destacar que pese a la importancia de esa tirada, resultó varias veces menor que los 18.000 ejemplares que diariamente vendían La Prensa y La Nación, de acuerdo con las conclusiones del mencionado Censo Municipal. 

No sólo lo leía la comunidad española sino también una buena cantidad de lectores argentinos que hallaban en las páginas de El Correo Español noticias políticas locales: "Tuvo este diario cierta intervención en la vida política argentina, pues los entusiasmos de su director le hacían mezclarse en la política", comentó Vicente Blasco Ibáñez, en su libro Argentina y sus grandezas publicado en 1910. También recibía cables del resto del mundo, aparte de avisos de comercios y publicidad de empresas hispanas. Lejos de sectorizarse o ser un mero vehículo mercantil, el periódico se esmeró por trasmitir información general. A ese fin apuntaron tanto los desvelos de su director fundador: el sacerdote Enrique Romero Jiménez, un federalista condenado a muerte por proclamar la República de Málaga en 1868 -alguien cuyos discursos incendiarios fueron elogiados por Emilio Castelar y que en la Argentina se hizo ferviente mitrista hasta morir en un duelo en 1880-, como de sus sucesivos directores: el madrileño Justo S. López de Gomara que en 1905, cuando dejó de aparecer El Correo fundó El Diario Español, el prestigioso abogado asturiano Rafael Calzada y el cuencano Fernando López Benedito, todos destacados miembros de la colonia española en el país y republicanos sin claudicación.

IMPORTANCIA

Pero más allá de números y estadísticas no cabe duda de la importancia que tuvo desde su inicio ese matutino de gran formato, con oficinas en la calle 25 de Mayo 460/68. Sin embargo el posicionamiento ideológico de clara tendencia liberal -"liberal extremo", para el contemporáneo periódico La Voz de la Iglesia, que así lo juzgó en 1888- manifestado en el lema: Patria, Justicia, Fraternidad, que en grandes letras de molde destacaba la primera página de cada entrega, no era cordial ni mucho menos para juzgar los movimientos patrióticos de Filipinas y Cuba; como que celebraba la figura de los gobernadores militares enviados desde Madrid a Manila en plena guerra independentista: el marqués de Polavieja y su sucesor en el mando político y militar del Archipiélago, el general Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, primer marqués de Estella y conde de San Fernando de la Unión, tío del futuro dictador Miguel Primo de Rivera y de su hijo José Antonio, el fundador de la Falange. Se trataba de un militar y político de inicial actuación en las Guerras Carlistas que exhibía concepciones ultra reaccionarias y era capaz de declarar convencido: "creí gran error conceder a un indio los mismos derechos y prerrogativas que un europeo", frase recogida sin objeción alguna en una columna del 26 de septiembre de 1896.

Consecuente con su mixtura de liberalismo laicista para dentro de la Península y de colonialismo racista y militarista hacia fuera, síntomas del imperialismo decadente que marcaría a la Generación del 98, el medio tampoco mostró solidaridad con la suerte de los patriotas filipinos José Rizal o Andrés Bonifacio, a poco fusilados en virtud de bandos draconianos, del tenor de los que impartía el gobernador y capitán general Ramón Blanco y Erenas, marqués de Peña Plata, que solían ser reproducidos en las páginas sin tomar distancia ni despertar críticas tan siquiera desde una perspectiva humanitaria hacia los condenados. Y tamaño prejuicio colonialista afín con la política de la Regencia de María Cristina de Habsburgo, período en el que a la sombra del Pacto del Pardo entre conservadores y liberales se iba gestando el Regeneracionismo, demostró tener igualmente El Correo Español frente a "esa quisicosa que llaman Cuba Libre" (Sic) y sus abanderados: Antonio Maceo, Máximo Gómez y Calixto García a quienes llamaba héroes (Sic) poniendo la palabra irónicamente en bastardilla. 

Empero, política aparte o no tanto dado el mitrismo del medio gráfico, no faltó tampoco en alguna oportunidad la crítica satírica o venenosa a colegas como La Prensa y el ánimo de confrontar de igual a igual con el "más antiguo de los periódicos de Buenos Aires y el que ha llegado a mayores éxitos de tirada y popularidad", en valoración de Blasco Ibáñez. Y así en el número 9.015 correspondiente al jueves 24 de junio de 1897, luego de observar que el diario de José C. Paz no habría anoticiado a su juicio en forma debida sobre las instrucciones que diera el presidente norteamericano W. McKinley a su nuevo ministro en Madrid, a pocos meses de que se desencadenara la guerra hispanonorteamericana y cuando algunos ánimos peninsulares llegaban al extremo de la susceptibilidad ante el inminente conflicto, un anónimo redactor de El Correo Español embistió lanza en ristre contra este diario: "La Prensa no se corre por nada. Pertenece a la escuela de Sarmiento y de tantos otros que tienen el culto de su personalidad, y a fuerza de pregonar a gritos los méritos extraordinarios que se atribuyen, llegan a convencer a las gentes de que en efecto los poseen". Y se las tomó con los telegramas del corresponsal de La Prensa en Londres: "Ya no se contenta en decir que su servicio es completo, abundante y único en la América española, sino que lo encuentra hasta bello considerándolo desde el punto de vista literario". No sin antes hacer alusión burlesca a la pluma del periodista y político riojano doctor Adolfo E. Dávila -su redactor en jefe por más de dos décadas y "alma del periódico, que ha seguido su evolución desde el principio", continuaba el valenciano Blasco Ibáñez-, el principal blanco fueron los títulos que encabezaban algunas de aquellas noticias europeas, ejemplificando con cierto telegrama que encabezó el poema de Rubén Darío: "Fresas de invierno" y decía: "¡Pobre Rubén Darío! Ha perdido el juicio. Véase, véase a qué extremo, ha llegado".

RASGOS DEL GENIO

Algo no fácil de develar en perspectiva es si la trascripción completa y en letra pequeña de los versos del nicaragüense que se leen a continuación en El Correo, significó un rechazo o no tanto del peregrino comentario anotado por el corresponsal en Europa. Porque es de suponer que sus responsables y columnistas seguían aferrados al tardío romanticismo de Núñez de Arce tantas veces elogiado en las páginas y que sus sensibilidades chocarían con el aire lujurioso que irradiaba la descripción por parte del nicaragüense de un garzonier, ámbito propicio para citas amorosas que a poco el lunfardo porteño en gestación llamaría bulín o cotorro.

Lo cierto es que en esa composición en pareados alejandrinos y un verso final de trece sílabas, algo repentista y descriptiva que contiene símiles o metáforas tan originales como hablar del sol "opaco y tristemente austero/ como si algún amigo le pidiese dinero", o más directas y sensitivas aún al aludir al "aire con francos pellizcos", están sintetizados varios de los elementos característicos del genio rubendariano: el erotismo, la identificación espiritual y carnal con Francia, la musicalidad estrófica y hasta la coherencia de quien un año antes de escribir "Fresas de invierno", había confesado en las palabras liminares de Prosas profanas (1896): "Mi esposa es de mi tierra; mi querida, de París".

E interesante será advertir que hay elementos coincidentes entre estos versos que traen a cuento a través de la mención de una amante francesa, una idealizada Ciudad Luz, fría y nevada, a la que el autor viajó recién en 1900 como corresponsal de La Nación para cubrir la Exposición Universal, y los que adornan el anterior poema "De invierno", de 1889, incluido en Azul. Se trata este de un soneto compuesto en metro alejandrino donde igualmente con decoración modernista pinta una escena doméstica ajena a todo manierismo: "En invernales horas mirad a Carolina,/ medio apelotonada, descansa en el sillón". Tanto aquí como en "Fresas de invierno" se corporiza el eterno femenino que adquiere nombre propio: Margotón, la amante francesa que antecedió a su vínculo con la española Francisca Sánchez, en "Fresas"; y en "De invierno", Carolina, aquella niña de rostro "rosado y halagüeño" que mira somnolienta llegar a la habitación al poeta "en tanto cae la nieve del cielo de París. 

En lo que hace a "Fresas", ya el título mantiene una constante del poeta en lo que hace a referenciar esa fruta. Rubén ha empleado antes y empleará después el término, entre otras creaciones, en "Sonatina": "los suspiros se escapan de su boca de fresa"; en el Pórtico al libro de Salvador Rueda En tropel, de 1892: "y en un pandero su mano rosada/ fresas recoge, claveles y guindas". Está reiterado en "Cantos de vida y esperanza", así en Retratos II: "en la forma cordial de la boca,/ la fresa solemniza su púrpura." y asimismo en la poesía que nominó "Por el influjo de la primavera": "Las fresas/ del bosque dieron su sangre". Sin embargo y pese a contar con ese y otros ornamentos del lenguaje tan inconfundiblemente suyos, la composición en cuestión no fue recogida en vida por el autor en libro alguno y que sepamos no figura en sus principales antologías ni en varias de las proclamadas Obras Completas póstumas, como la que editó Anaconda en Buenos Aires, en 1948. Aunque sí la menciona, equivocando la fecha de publicación, su exhaustivo estudioso y compatriota Edelberto Torres Espinosa en la obra La dramática vida de Rubén Darío. Por lo mismo quizá pueda aportar algo a la biografía y a la bibliografía de Darío la siguiente trascripción de sus estrofas:

Fresas de invierno

Es un día de invierno pintado a la acuarela.
Hay frío. Los gorriones no van hoy a la escuela.
Hay bruma. El sol, opaco y tristemente austero,
Como si algún amigo le pidiese dinero.
El aire, con maneras polares y con francos
Pellizcos, se imagina que somos osos blancos;
Ase de las narices, tira de las orejas.
En las casas, abruman las toses de las viejas.
El brandy-punch es bueno; y el jerez de San Lúcar
Al baño de María, con un poco de azúcar.
Margotón, la francesa, mientras el aire bufa
Sobre el techo, demuestra que está de más la estufa
Y yo agrego a los fuegos de Margotón, el vino;
Un vino tibio que me da calor divino
Y humano. 
Prodigando sus caricias francesas,
Dentro mi copa Margotón pone tres fresas.