Literatura para aprender a escribir

LOS SECRETOS DEL OFICIO LITERARIO RESUMIDOS EN OBRAS INDISPENSABLES DE NOVELISTAS, CRITICOS Y PROFESORES De Henry James y E. M. Forster a John Gardner y Stephen King, el mundo anglosajón ha sido singularmente fértil en libros de preceptiva literaria. Todos sus consejos se condensan en la virtud de la lectura intensa y atenta.

Son tan antiguos como la literatura: libros sobre la escritura de otros libros, tratados de retórica, de estilo, de arte poética o dramática con sus reglas y códigos, consejos y prevenciones. Abundaron en la Antigüedad clásica, que estableció cánones vigentes hasta hoy, siempre que se hagan las salvedades derivadas del cambio en gustos y sensibilidades. Todas las literaturas posteriores los tomaron como modelos y los imitaron, pero ninguna fue tan pródiga como la de habla inglesa en esa forma de preceptiva, casi un género en sí mismo, que podría denominarse "el arte de escribir".

Desde el siglo XIX por lo menos las palabras "art" ("arte") y "craft" ("artesanía", o también "oficio") se alternan en los títulos de esa clase de volúmenes, que suelen repetirse sin temor aparente a infringir posibles derechos de autor. Orientados por la etimología, ha persistido entre los autores del orbe inglés la noción de que la escritura es, a la vez, un arte y un oficio, un trabajo espiritual que puede definirse a partir de la práctica de creadores precedentes y, por lo tanto, comunicarse a los creadores por venir. Hicieron propio el paradójico lugar común: el arte de escribir no se puede enseñar, pero sí es posible aprenderlo. 

The Art of Fiction fue el título de un célebre ensayo de Henry James publicado en 1884, exactamente el mismo que, un siglo después, usarían John Gardner en 1983 y David Lodge en 1992. Essays in the Art of Writing se llamó la colección póstuma de artículos de Robert Louis Stevenson aparecida en 1905. Percy Lubbock, en un influyente estudio de 1921 que era lectura de cabecera de Adolfo Bioy Casares, eligió The Craft of Fiction, mientras que, ya en este siglo, el crítico estadounidense James Wood eludió la cadena etimológica y prefirió la variante algo engañosa de How Fiction Works (2008), que en traducción literal significaría "Cómo funciona la ficción", aunque no es eso exactamente de lo que trata (su versión en español se publicó el año pasado con el título de Los mecanismos de la ficción).

En la senda de James, Stevenson y Lodge, han sido numerosos -y no sólo de habla inglesa- los literatos consagrados que pusieron por escrito las ideas que adquirieron en el ejercicio de su profesión. 

DE FORSTER A POUND

E.M Forster estudió la escritura de novelas en Aspects of the Novel (1927), otra obra canónica a la que nunca le faltaron detractores, empezando por Virginia Woolf, ella misma una aguda analista de la técnica literaria como lo atestiguan sus diarios y los ensayos reunidos en las dos series de The Common Reader. Más de medio siglo después Milan Kundera los imitó con El arte de la novela (1986), en tanto Mario Vargas Llosa eligió el formato epistolar para dirigirse a un aprendiz imaginario en Cartas a un novelista (1997). Pero ya dos decenios antes el autor peruano había desbrozado el terreno con Historia de un deicidio (1971), el hoy inhallable ensayo sobre Cien años de soledad, y con La orgía perpetua (1975), un apasionado examen de la escritura de Madame Bovary, la novela perfecta del más perfeccionista de los escritores.

Las lecciones de Ezra Pound sobre la escritura se condensaron, curiosamente, en el aforístico ABC of Reading (1934), es decir, el "ABC de la lectura"; las de Vladimir Nabokov son lecciones literales, las que corresponden a los cursos sobre literatura europea, literatura rusa y sobre el Quijote que el genial emigrado ruso dictó en la estadounidense Universidad de Cornell en la década de 1950 y que se recopilaron en tres volúmenes con prólogo del refinado John Updike.

Andrew Lang, Arnold Bennett, Willa Cather, la olvidada Vernon Lee (su Dealing with Words era otra lectura citada con nostalgia por Bioy Casares), Ernest Hemingway, William Somerset Maugham en The Summing Up, Ray Bradbury, Graham Greene, Eudora Welty en One Writer"s Beginnings y más recientemente, Stephen King en On Writing (Mientras escribo), también reflexionaron sobre las venturas y desventuras del oficio y el modo laborioso en que llegaron a dominar los secretos de la carpintería literaria, para usar una metáfora de Gabriel García Márquez, que la emplea a gusto en sus propias memorias de aprendizaje, Vivir para contarla.

¿Pero de qué hablan todos estos libros? ¿Y qué es lo que enseñan?

Podrían dividirse en tres grandes categorías: por un lado están los autores que con afán docente recopilan reglas y consejos concretos sobre la escritura artística; por otro, quienes hacen algo similar pero transitando el camino menos dogmático de la crítica literaria, y en tercer lugar quedan las memorias de escritores en las que tienen obvia preponderancia los años de formación, esos "comienzos" de los que habla el libro de Welty (ver aparte).

EL INFLUYENTE

El libro más influyente del primer grupo en el ámbito anglosajón no se ha mencionado todavía. Es The Elements of Style, que el profesor norteamericano William Strunk Jr. publicó de manera privada en 1919 y que cuarenta años más tarde amplió y revisó el escritor E.B. White. Su brevedad (apenas 70 páginas en la minúscula edición de 1962) y la estructura de manual, engañan. Por entre las reglas sintácticas y gramaticales básicas que enumera, se filtra un ideal estético de concisión, claridad y ritmo que no ha pasado de moda pese a las críticas que recibió en los últimos años.

"La escritura vigorosa es concisa -recomendaba el profesor Strunk-. Una oración no debe contener palabras innecesarias, ni oraciones innecesarias el párrafo. Para esto no se precisa que el escritor haga cortas todas las frases, o que evite todo detalle, o que sólo trate sus temas en bosquejos, sino que cada palabra cuente". El dictamen caló hondo. Casi un siglo después de escrito ese consejo, Stephen King admitió que proyectó Mientras escribo en homenaje al severo manual del profesor Strunk. 

Otro libro didáctico es el de John Gardner. También él fue profesor (su alumno más famoso: Raymond Carver), además de novelista y editor. En The Art of Fiction combina la docencia con la crítica. Explora las cualidades esenciales que debe tener el aspirante a escritor; la virtud de los detalles y la escritura concreta; la importancia simbólica de la descripción; las diferentes maneras de trazar el argumento de un cuento, una nouvelle y una novela sea que partan de un hecho real, o que se escriban hacia atrás desde un clímax, o hacia adelante desde una situación inicial; por último, la conveniencia de organizar los hechos en torno a un tema que derive de alguna preocupación del protagonista.

"Ninguna ficción -enseñaba- puede tener interés real si el personaje central no es un agente que lucha por sus metas, en vez de una víctima sujeta a la voluntad de otros". Para Gardner la literatura debía crear un sueño en la mente del lector y llegar incluso más lejos, hasta conseguir en los elementos de la ficción "las unidades esenciales de un tipo de pensamiento antiguo pero válido", esa "filosofía concreta" que, por ejemplo, logró formular Homero en la alborada de la narración en Occidente.

"No hay esperanzas de escribir realmente bien si no se ha aprendido a analizar la ficción", advertía Gardner. David Lodge es uno de los tantos que comparte la idea, si bien no la estampó con tanta severidad.

En su propio Art of Fiction el narrador inglés recopiló las columnas periodísticas que bajo ese título redactó por encargo para el diario The Independent. Tomadas en conjunto son un atento ejercicio de lectura de fragmentos de obras clásicas o modernas (anglosajonas todas, salvo una) con el fin de estudiar temas específicos: "El comienzo"; "El autor omnisciente"; "El punto de vista" (un capítulo clave); "La presentación de un personaje"; "Los cambios temporales"; "Mostrar y explicar" (otro capítulo infaltable); "El narrador poco fiable", y así hasta llegar a 50 apartados esenciales para el arte narrativo. Los ejemplos elegidos van del siglo XVIII de Sterne, Smollett y Fielding a los contemporáneos Updike, Martin Amis y el foráneo Kundera.

Si de ensayos críticos se trata, el de Lubbock tuvo su momento de gloria a pesar del reproche de estar demasiado apegado a la estética de su amigo Henry James, mientras que el de Forster hizo escuela con su famosa distinción entre personajes "redondeados" (que son los que pueden cambiar y sorprender) y "planos" (los secundarios), al punto de que un autor del siglo XXI como Wood comienza su propio libro reconociendo ese predominio, si bien juzga que su enfoque "ahora parece impreciso".

How Fiction Works no es un manual de escritura ni una recopilación de lecciones. En él Wood se propuso formular algunas preguntas teóricas básicas sobre el arte narrativo y responderlas de modo práctico, "o, para decirlo diferente, hacer preguntas de crítico y ofrecer respuestas de escritor". Con una erudición que en ningún momento abruma, el crítico estrella de la revista The New Yorker despliega su formidable agudeza como lector para indagar en una secuencia de temas que se van superponiendo y explican, en conjunto, la construcción de una obra de ficción: la narración, el punto de visa, el estilo indirecto libre, los hechos habituales o inusuales, la doble indicación temporal, los detalles, los personajes (¿qué son?, ¿a quién representan?), el diálogo y el sentido de lo que es real y verdadero en literatura.

Wood lleva al extremo el dictado de Gardner: su lectura agudísima es un modelo de análisis literario. Cree que una de las claves del arte de escribir está en el empleo de detalles ("en la vida como en la literatura navegamos mediante los astros del detalle") y exhibe esa minuciosidad en el examen magistral del uso del indirecto libre en What Maisie Knew de Henry James; en la "confusión de detalles habituales con detalles dinámicos" que discierne en La educación sentimental de Flaubert (el punto de partida de la novela moderna), o en el ritmo y el estilo de un párrafo de un relato de Saul Bellow, al que desmenuza palabra por palabra para descubrir las virtudes de su composición.

El arte de escribir es, entonces, el arte de leer. Si con su perspicacia lectora Wood quiso dejar una enseñanza tácita, es la que por siglos han venido impartiendo todos sus antepasados en el oficio, fueran novelistas, profesores o críticos: un escritor debe ser ante todo un lector aplicado y devoto. No quedan otros caminos imaginables.

James Wood se propuso hacer preguntas de crítico y dar respuestas de escritor en "Los mecanismos de la ficción".