Sobre el pesimismo en Martínez Estrada

EL RECHAZO DE SARMIENTO LO LLEVO A UNA CRITICA ESTERIL, INFLUIDO POR LAS CONSECUENCIAS DE LA CRISIS DE 1930

POR ALEJANDRO POLI GONZALVO

La reedición de Radiografía de la Pampa representa la oportunidad de acercarse a la obra de Ezequiel Martínez Estrada, la figura que mejor expresó el pensamiento desencantado que predominó en el país a partir de la crisis del 30. Su instalación intelectual básica fue tenazmente crítica de la realidad nacional. Como otros hombres de su generación, ha perdido la visión positiva de la sociedad argentina y se revuelve con inusitado vigor contra ella. Su crítica es amarga porque cree que las generaciones precedentes lo engañaron con el mito de la grande Argentina, que cree no descubrir a su alrededor.

Desde la perspectiva del institucionalismo histórico, es decir, desde la defensa de la posibilidad de influir en la historia de los pueblos mediante el diseño de instituciones que recojan las mejores ideas de su tiempo y sean lúcidamente adaptadas a su realidad nacional, una labor que cumplió con clarividencia la Generación del 37, la actitud intelectual de Ezequiel Martínez Estrada constituye un retroceso: se limita a una dura y estéril crítica exenta de una propuesta de superación de cara al futuro.

Su autocomplacencia en denostar las ideas-fuerzas del Facundo le impide aceptar que Sarmiento escribió su libro con el fin deliberado de erradicar la barbarie e inaugurar la civilización. Y en esta posición, ni siquiera es importante que coincidamos con el planteo sarmientino o con las tesis opuestas de Martínez Estrada: lo único que importa es que discutamos si éste ensaya una propuesta positiva para modificar los males que describe, como fuera la magna empresa del genial pensador sanjuanino.

No sería nada original ensayar la crítica al pesimismo militante de Radiografía de la Pampa. Ahí está disponible para atestiguarlo Martínez Estrada, una rebelión inútil, la demoledora y acertada crítica de Juan José Sebreli, que desmonta su pensamiento irracionalista, de raíz spengleriana, que prescinde de los datos objetivos de la historia, las ciencias sociales y la economía política, se abraza a la teoría del fatalismo telúrico, propone un intuitivismo lírico basado en metáforas y exclamaciones, pregona la nostalgia del paraíso perdido a manos de la civilización, y se proclama profeta incomprendido "en medio de un mundo de hombres ciegos y conducidos por ciegos que corren hacia el abismo".

Martínez Estrada se quejaba al recibir estas críticas. Sentía que se lo acusaba de fatalista o determinista simplemente por su honestidad en reflejar la realidad argentina. No aceptaba que se le endilgara una visión lúgubre de la Argentina porque afirmaba que era la realidad argentina la que era lúgubre. Esa misma realidad oculta que, según su propia confesión, le fue develada por la revolución de Uriburu en 1930. Por eso, creía que su misión era enmendar el intento utópico de Sarmiento por reemplazar la realidad ilusoria de Trapalanda.

"SEUDOESTRUCTURAS"

El gran error de los hombres del 37 había sido atreverse a luchar a brazo partido contra el desierto y la barbarie, oponerse a las fuerzas primitivas del llano, cuyo poder, sostenía, derribará toda obra de civilización que el hombre intente construir. Sobre este punto, Martínez Estrada no anduvo con ambigüedades. Su radiografía del alma argentina finaliza con el capítulo clave dedicado a las "seudoestructuras", estructuras sociales y políticas con la apariencia de una estructura concreta pero que son "huecas y carentes de sentido".

Su disección de las seudoestructuras cadavéricas que cree tener a la vista concluye con el apartado "civilización y barbarie", donde la confrontación con Sarmiento es explícita: "Se tapaba con estiércol el almácigo de la barbarie, sin advertir que los pueblos no pueden vivir de utopías y que la civilización es una excoriación natural, o no es nada".

Un defensor del culturalismo aplaudiría. Y es que el sentido profundo de Radiografía de la Pampa es un canto a la imposibilidad de modificar la vida de los pueblos más allá de sus condicionantes culturales. En el caso argentino, esos condicionantes afloraban desde el subsuelo telúrico del llano, dando a la obra un matiz naturalista insostenible. Donde la singularidad geográfica pampeana es fuente potencial de riqueza, cultura y desarrollo humano sin par, Martínez Estrada sólo descubre el valor negativo de las promesas incumplidas, una mirada superficial quizá influida por el célebre ensayo de Ortega sobre la intimidad de los argentinos. La trayectoria histórica que devino real por obra del pensamiento revolucionario de Echeverría, Sarmiento y Alberdi es declarada falsa, cuya falsedad Martínez Estrada encuentra probada en la realidad de 1933.

Según su personal interpretación de la circularidad de la historia, la sociedad argentina de los años treinta desmiente la iniciativa transformadora de Sarmiento. La "llanura destructora de ilusiones" triunfaba de nuevo.

Esta terca obstinación de Martínez Estrada en negar la civilización adosada a la gran llanura yerma que espantaba a los conquistadores, es un ejemplo sin fisuras del pensamiento introspectivo crítico que invadió el espíritu de los pensadores de su generación. Son los quilates intelectuales de quien es uno de los mejores ensayistas argentinos del siglo XX, uno de los pocos que está a la altura de Sarmiento, los que confieren un carácter tan dramático a su error conceptual fundamental sobre la naturaleza profunda de la nación argentina. Cuando escribe, "el más perjudicial de esos soñadores, el constructor de imágenes, fue Sarmiento. Su ferrocarril conducía a Trapalanda y su telégrafo daba un salto de cien años en el vacío", queda en evidencia la gravedad de la acusación que plantea su diatriba al sentido de la obra sarmientina: no es capaz de reconocer los logros alcanzados por haberse convencido y ser consecuente con un lema rectificativo del original, "civilización y barbarie eran la misma cosa".

El shock externo que en el 1930 acabó con siete décadas de progreso sin interrupciones no sólo derrumbó el modelo agroexportador, acabó con la ilusión sobre el futuro venturoso del país. Los argentinos -nativos de varias generaciones, los hijos y nietos de inmigrantes, las camadas de inmigrantes recién llegadas-, despertaron a una realidad sin esperanzas ni sueños por delante que les permitiera soportar privaciones; dejaron de creer que con su esfuerzo y su trabajo harían la América; pasaron de ser entusiastas apóstoles de la Argentina del mañana a estoicos sufrientes de la triste Argentina presente.

El sueño se había acabado y el optimismo reinante que predominaba antes del "30, la euforia por progresar que permitía soportar incluso peores condiciones de vida, se había esfumado. Sin la esperanza de un amanecer mejor, el temple vital de los argentinos olvidó el ejemplo de Sarmiento y se amoldó al fatalismo de Martínez Estrada, su oráculo fallido, su marchito alter ego, tragado por las fuerzas del llano que vanamente quiso exorcizar. Sarmiento no renunció a nada y conquistó una civilización para la barbarie argentina. Al amparo de su voluntad de hierro y cobijados por su clarividencia profética, los argentinos avanzaron sin vacilaciones hacia la tierra prometida.
Desde 1930, a la intemperie de su magisterio, huérfanos de su osadía, una fatídica pérdida de expectativas positivas es una explicación convincente para nuestra desmoralización nacional y la empinada cuesta abajo que transitamos en las décadas siguientes.