Didí y Gareca, de verdugos a héroes del fútbol peruano

El brasileño provocó un cambio radical en la historia de esa selección. Formó un gran equipo y lo depositó en México 1970. El argentino devolvió a los de la banda roja a las Copas del Mundo luego de 36 años. Curiosamente, en sus tiempos de jugadores habían dejado al representativo de ese país al margen de dos Mundiales.

Waldir Pereira había sido un exquisito mediocampista brasileño de los años `50 y `60. Calidad excelsa y una pegada maravillosa eran sus rasgos distintivos. Patentó una forma distinta de pegarle a la pelota, conocida universalmente como folha seca. También, por su condición de líder, junto a compañeros de fuerte personalidad como Nilton Santos y Zito, le hicieron entender a su técnico en Suecia 1958, Vicente Feola, que dos purretes llamados Pelé y Garrincha eran unos fenómenos que no podían ser dejados al margen si su selección quería ser campeona del mundo.

Muchos años después, ese fantástico futbolista que se ganó un lugar en el selecto grupo de los grandes de verdad con el apodo de Didì, tomó las riendas de la selección peruana. Conocía a los jugadores de ese país por su paso como entrenador de Sporting Cristal. Formó un equipo fiel a sus convicciones: pelota al pie y mentalidad ofensiva. Además, logró hacerles entender a sus dirigidos que no eran menos que nadie. Los convenció de que sus condiciones podían llevarlos adonde desearan.

Con fantásticos futbolistas como Teófilo Cubillas -un diez de fina estampa- y Héctor Chumpitaz -un zaguero de gran riqueza técnica- como estandartes de una selección que también contaba con los desbordes de Julio Baylón y Hugo Sotil y los goles de Oswaldo Cachito Ramírez, Perú hizo historia.

Didí, el mismo hombre que con un golazo de tiro libre incontenible para el arquero Rafael Azca en el Maracaná había dejado a Perú al margen del Mundial de 1958, llevó a los de la banda roja a México 1970, eliminando nada más y nada menos que a una caótica Argentina en la mismísima Bombonera.

En suelo mexicano, ese Perú se llevó todos los aplausos con una notable campaña. Le ganó 3-2 a Bulgaria y 3-0 a Marruecos. La derrota por 3-0 a manos de una Alemania Federal en la que se destacaban el elegante Franz Beckenbauer y el goleador Gerd Müller lo obligó a verse las caras con Brasil en los cuartos de final.

Cuentan que Didí estaba muy nervioso. No deseaba enfrentar al representativo de su país. Vivió con mucha tensión esos días previos y hasta se tomó a golpes con el defensor Orlando de la Torre luego de que el enfurecido DT llamara “maricones” a sus jugadores por haber perdido con Alemania, resultado que provocó el cruce con los verdiamarillos. 

Ese partido fue una de las tantas maravillas que ofreció esa Copa del Mundo. En México 70, el fútbol, entendido como juego asociado al arte, triunfó sobre las tácticas defensivas que ya eran moneda corriente en gran parte del mundo. El duelo del magnífico Pelé y el talentoso Cubillas terminó 4-2 a favor de los brasileños, futuros tricampeones.

Finalizado el Mundial, Didí se fue de Perú para tomar las riendas de River, donde puso en la cancha a Norberto Alonso y Juan José López, entre otros. Dejó Lima tras haber afianzado una idea y haberles dado pista a Cubillas y Chumpitaz, dos fenómenos que extendieron su paso por los campos de juego durante muchos años, sembrando calidad y contagiando a sus compatriotas. El Nene estuvo en Argentina 1978 y España 1982. Chumpi se retiró poco después del torneo disputado en nuestro país. Pero ellos se transformaron en modelos de otra generación excelente como la que conformaban César Cueto, Julio César Uribe, Juan Carlos Oblitas, Juan José Muñante, José Velásquez y Gerónimo Barbadillo.

 EL TIGRE, UNA FIERA

Ricardo Gareca, el peligroso delantero que surgió en Boca, pasó por Sarmiento de Junín y, tras su polémico y breve ciclo en River, brilló en América de Cali antes de actuar en su querido Vélez y retirarse campeón en Independiente, también había sido verdugo de Perú.

En las eliminatorias de 1985, en un Monumental que temblaba por el miedo de ser escenario de un fracaso similar al de 1969 en La Bombonera, El Tigre se convirtió en héroe al transformar en gol una corajeada de Daniel Passarella para llevar a la Selección que conducía Carlos Bilardo a México 1986.

Ese argentino que le había causado un enorme dolor a los de la banda roja despidiendo a muchos de los integrantes de la gran camada que había nacido con Cubillas y Chumpitaz, hoy es un prócer en cada rincón del territorio peruano.

El mismo técnico que se había hecho notar en Talleres, obtuvo un título comandando al Universitario peruano y se lució con varios campeonatos en Vélez, cumplió una labor tan fundacional como la de Didí. Porque no le tembló el pulso para ponerle punto final al ciclo de muchos futbolistas que eran intocables en la selección peruana. Soportó un pobre arranque en las eliminatorias y sobrevivió a un despido que se antojaba inevitable.

Alrededor de la figura del goleador Paolo Guerrero, recurrió a jóvenes e indultó, luego de haberles dado un duro tirón de orejas, a hombres como La Foquita Jefferson Farfán, talentosos pero desordenados profesionalmente. Y Perú empezó a ganar y a soñar en grande. Tuvo en jaque a la Argentina y con el empate en la última fecha con Colombia extendió la ilusión de todo un país al repechaje.

Antes de los partidos contra Nueva Zelanda, Perú perdió a su carta de triunfo, Guerrero, por un caso de doping todavía en estudio de la FIFA. El empate como visitante agigantó la esperanza y el triunfo de anoche en Lima consumó el milagro: después de 36 años, la selección de la banda roja regresó a las Copas del Mundo.

En la historia, Gareca tiene un lugar reservado como el que para siempre se ganó Didí. A pesar de que compartan un pasado como verdugos...