Un país dominado por el setentismo

Para que el embrujo durara 80 interminables días colaboraron muchas fuerzas. Primero, las organizaciones de derechos humanos, que cada que vez se parecen más a grupos de inteligencia, libres de toda supervisión externa e inmunes a los dictados de la voluntad popular.

La formidable "operación de acción psicológica" que fue todo el caso Maldonado sólo puede explicarse por la vigencia ponzoñosa que tiene el setentismo sobre la política y los formadores de opinión de nuestro país.

Para que el embrujo durara 80 interminables días colaboraron muchas fuerzas. Primero, las organizaciones de derechos humanos, que cada que vez se parecen más a grupos de inteligencia, libres de toda supervisión externa e inmunes a los dictados de la voluntad popular.

Luego, la enorme masa de periodistas progresistas que campean en cuanto medio de comunicación existe. Son ellos los que, presentados ante una supuesta desaparición forzada, olvidaron el sentido común y su deber con la verdad y se entregaron a tejer hipótesis que sólo debían tener un desenlace: la responsabilidad de la Gendarmería y, por lo tanto, del Estado.

Pero también el gobierno y la clase política en general aportaron lo suyo. Timoratos, inseguros, muchas veces ingenuos o ignorantes, funcionarios y políticos no han percibido hasta ahora las reales intenciones de quienes los pusieron contra las cuerdas con un supuesto desaparecido.

Por temor, presión o extorsión decidieron plegarse al discurso dominante con la inocente esperanza de que así los dejarían gobernar en paz. No pudieron estar más equivocados.

La raíz de todo el problema est  en los años '70. Durante demasiado tiempo hemos aceptado la versión parcial de lo que sucedió en aquella guerra interna, sin reparar en las consecuencias últimas que tendría la imposición de ese relato. La más nociva de las cuales es haber creído que las organizaciones de derechos humanos son lo que dicen ser, y no lo que fueron desde un comienzo, meras fachadas de las bandas guerrilleras de izquierda, y lo que son ahora, grupos de presión con financiamiento y objetivos dudosos y oscuros.

Por si hiciera falta, el delirante proceso iniciado el 1 de agosto puso de manifiesto una vez más el inmenso poder de intimidación que han acumulado esos organismos y su capacidad virtualmente ilimitada para denunciar cualquier cosa sin el menor apego a la verdad.

La sociedad argentina, y en especial su clase dirigente, deberían estudiar al detalle lo que sucedió con el caso Maldonado y sacar las enseñanzas correctas.

De ahí que la demorada batalla cultural que este gobierno (o cualquier otro) pretende encarar no tendrá sentido si no comienza por desenmascarar al núcleo de poder centrado en la izquierda cultural, el periodismo progresista y los organismos de derechos humanos.

Todo lo demás, está  visto, podrá caerse como un castillo de naipes con la sola aparición de un cadáver en un olvidado río patagónico.