Otra mirada a una época delirante

En "Diccionario crítico de los años 70", Gustavo Noriega revisa la década violenta.

Experimentado crítico de cine y periodista radial, Gustavo Noriega es también un aficionado a la historia violenta de la década del "70. Ese interés de toda la vida desembocó ahora en Diccionario crítico de los años 70 (Margen Izquierdo, 312 páginas) un libro provocador que se propone revisar la época en cien artículos sobre algunos de sus hechos, personajes o conceptos más relevantes. Antes de presentarlo el 17 de agosto a las 18.30 en Margen del Mundo (Concepción Arenal 4865, CABA) junto con el historiador Luis Alberto Romero y Graciela Fernández Meijide, Noriega conversó con este diario sobre el sentido de la obra.

-De los años "70 se escribió muchísimo. Sin embargo, el subtítulo del libro es "Todo lo que se dijo y no se dijo sobre esa época". ¿Qué es lo que no se dijo todavía?

-Primero quería hacer un recorrido sobre lo que se había escrito y después tratar de decir de cada cosa algo que no se hubiera dicho o que no se hubiera pensado demasiado. Traté de encontrar una mirada que fuera un poco más allá de la que había hasta este momento. Empecé con una lista posible de entradas. Mi idea era que cada una fuera un pequeño artículo. Escribí una lista de 40 o 50 que era lo que yo tenía para decir. Pero después de estar leyendo un año y medio sólo sobre la década del "70 eso fue creciendo. 

-Hay también un trabajo de estilo, que pretende ser objetivo y conciso. ¿Cómo llegó a esa forma de escribirlo?

-Con respecto al equilibrio, es imposible hacer algo como esto sin pensar en la mirada de los demás. La primera acusación, esa de que "fomentaba" la teoría de los dos demonios, no es así y no me importa que me lo digan, yo iba a poner a las dos violencias en el mismo libro. Pero después me pasé el año y medio con temor de que escribía demasiado de un lado y no del otro.

-Es curioso porque el libro denuncia ese mecanismo intimidatorio, pero aun así no le fue posible librarse de él.

-Sí, es muy difícil. Pensaba que me estaba quedando muy "de derecha" o muy "de izquierda".

-Esa voluntad de contar todo se ve en la enumeración alfabética, en la que después de "Capucha" viene "Cárcel del Pueblo" o a "Camarón" le sigue "Campo de Mayo", por ejemplo. 

-Sí, me gustaba la idea de diccionario por la arbitrariedad con se despliegan las palabras. Como el orden es alfabético no me tuve que preocupar porque estuvieran una al lado de la otra sino que fue el azar el que determinó su lugar en el libro. Aun así me parece que el último tercio del libro se va haciendo cada vez más denso y se ponen más de relieve mis ideas.

-¿De dónde le viene el interés por el tema?

-Yo milité en el Partido Comunista en 1973 y 1974, tenía 16, 17 años. Vengo de una familia comunista. En 1975 empiezo la Facultad, me intereso por la ciencia y digo: "Todo esto es un disparate". Nunca me había simpatizado la violencia y la cosmovisión marxista me parecía un absurdo. Y pasé a una especie de indiferencia política que me duró toda la dictadura. Después el primer libro que leí y me sensibilizó mucho fue el de Miguel Bonasso, Recuerdo de la muerte, y a partir de ahí no dejé de leer.

-¿Ya tenía una mirada crítica?

-En esa época me simpatizaba mucho el radicalismo, Alfonsín, el juicio a las Juntas y los juicios a los montoneros. Ya tenía la mirada no violenta y de respeto a las formas republicanas. Desde 1975 tengo un gran rechazo al sistema comunista.

-En el libro hay dos artículos muy desafiantes al relato establecido. Uno tiene que ver con Ana María González, la estudiante que en 1976 se hizo amiga de la hija del general Cesáreo Cardozo para poder poner una bomba debajo de la cama del militar. ¿Por qué incluyó ese caso?

-La verdad es que esa no era una de las primeras entradas, pero cuando estaba cerrando el libro apareció el trabajo de Federico Lorenz (Cenizas que te rodearon al caer). Me impresionó mucho la óptica de alguien que yo respetaba, me causó espanto. Porque su tesitura es que el episodio del atentado había sido "funcional" a la demonización de Montoneros. Y fue así porque el hecho es impresionante: una chica que se hace amiga de otra para matar al padre y generar una acción en la cual -y esto no lo dice Lorenz ni prácticamente nadie- pudo haber matado a su "amiga". Qué nivel de locura hay que tener para llegar a eso. Pero Lorenz se ocupa más de las reacciones, de cómo usó la derecha el episodio. En ningún momento se plantea cómo era clima de locura que debía existir para que eso haya sido una acción sensata, reivindicada por toda la organización y González fuera una heroína. Otro punto es el desdén que tiene un historiador con las familias. No sabemos qué pasó con los González ni con los Cardozo. Sólo dice que no quisieron testimoniar, pero un historiador que dice que no trata un tema porque no tuvo testimonios es una locura. Para mí esos son los temas centrales: qué pasó en la mente de una chica para pensar que eso era razonable y qué consecuencias tuvo para dos familias enteras. 

EL CASO WALSH

-Otra paradoja que registra el libro es la contradicción entre la actual imagen pública de Rodolfo Walsh y su vida real.

-Yo ya había escrito algo en un libro previo sobre el progresismo que escribí con Guillermo Raffo, donde me detenía en el atentado a la Policía Federal en 1976, cuya inteligencia previa se adjudica a Walsh, dato que me confirman en off y no lo puedo publicar en el libro. En estos años me impresionó la reivindicación de la figura de Walsh como periodista puro y defensor de la libertad de expresión. Y eso es algo que él estaría de acuerdo conmigo en rechazar. Walsh fue un combatiente, un militante, con una inteligencia muy superior a la de sus pares y con un talento literario también superior, pero nunca creyó en los valores liberales de libertad de expresión, democracia. Eso lo demostró en Cuba con Prensa Latina y después en todo su tarea militante. Por eso me impresionó que en los últimos años, para poder convertirlo en un adalid de la libertad de expresión, se puso en sordina toda su actividad como miembro de un grupo violento. Se silencia al Walsh guerrillero. 

-En ese contexto está la carta en la que Walsh cuenta la muerte en combate de su hija.

-Esa carta es muy chocante. No puedo creer que la gente esté tan cegada ideológicamente para leer lo que dice Walsh sobre la hija y no espantarse. Es una muerte embellecida, teóricamente contada por uno de los participantes del grupo que fue a buscarla. Que un padre hable así de la hija me produce un rechazo total. Lo interesante es cómo esa literatura embellecida, barroca, totalmente recargada, es contraria a la forma de escribir de Operación Masacre, donde describe los fusilamientos de 1956 con una sequedad muy particular. Hay una degradación de las ideas, de la moral y de la literatura muy fuerte de un lugar a otro. 

-Esa ceguera ideológica tiñe todo el relato de los "70. ¿Será posible dejarla atrás alguna vez?

-Va a ser muy difícil. Para mí el punto inmediato es que las víctimas de la guerrilla tengan una voz que no sea vergonzante en la conversación pública. No me interesa que Firmenich vaya preso ni reabrir juicios. No me parece que el tema se salde metiendo a más gente presa. Que la sociedad reconozca el dolor de un grupo que ha quedado marginado me parece que es lo inmediato.


Noriega aspira a que la sociedad reconozca el dolor de las víctimas de la guerrilla setentista.