¿Son posibles la renta universal y la semana laboral de 15 horas?

Quien ha vuelto a poner sobre la mesa el debate de una Renta Básica Universal es el pensador holandés Rutger Bregman, autor del libro Utopía para realistas. La propuesta ha cundido en diversos puntos del mundo y Argentina no es ajena al debate.

La idea no es nueva y cada tanto asoma a la superficie de esta vida repleta de índices económicos, modelos de crecimiento, riqueza, pobreza, teóricos liberales y adoradores del socialismo. ¿Es factible pagar una Renta Básica Universal? ¿Es un logro posible reducir la carga laboral semanal a tan sólo 15 horas?

Las preguntas, como es de imaginarse, no tienen ni respuestas sencillas ni exentas de polémica. El primer postulado radica en la política de otorgarle a cada persona un ingreso mínimo, sin trabajar, para que satisfaga todas sus necesidades básicas. Cubierto esto, todo su esfuerzo individual debería enfocarse al desarrollo de su persona, en todas las aristas que ofrece la vida.

El segundo punto suele ir de la mano con el primero y hace hincapié en que una menor carga horaria laboral, fruto del empleo a tiempo parcial, permitiría tomar más empleados y, al mismo tiempo, éstos gozarían de mayor tiempo libre para enriquecer su vida espiritual.

Ante las propuestas, se agolpan las preguntas: ¿cómo se financiaría el sistema? ¿Habría que llevar adelante una reforma laboral? ¿Qué rol juega la edad jubilatoria? ¿Cuánto deberían aumentar los impuestos? ¿Podría haber aportes especiales por parte de los grandes jugadores del sector privado? ¿Es aplicable a todos los países o sólo a las economías desarrolladas?

Quien ha vuelto a poner sobre la mesa el debate de una Renta Básica Universal es el pensador holandés Rutger Bregman, autor del libro Utopía para realistas (Salamandra, 2017). La propuesta ha cundido en diversos puntos del mundo y Argentina no es ajena al debate.

ANTECEDENTES

Londres, mayo de 2009. Las autoridades deciden llevar adelante un experimento. Toman a 13 hombres sin hogar, “veteranos de la calle”, algunos de los cuales llevan casi 40 años durmiendo en las veredas de la city londinense. Según los cálculos, entre gastos policiales, costos judiciales, servicios sociales, este grupo le demanda al estado 400.000 libras anuales, unos 480.000 euros.

La organización solidaria Broadway toma una decisión radical: le dará a cada uno de estos 13 sin techo la suma de 3.000 libras para gastos personales, y no tienen que hacer nada a cambio. Un año después el Estado había gastado sólo 50.000 libras anuales, incluidos los salarios de los trabajadores sociales. El experimento demostró también que buena parte de los elegidos utilizaron el dinero para su mejora personal, fueron extremadamente ahorrativos, con un promedio de gasto de 800 libras. La prueba piloto había funcionado, y tal como remarca el autor, evitándose “toneladas de burocracia”.

La clave de este proyecto fue claro: las personas sin recursos saben de manera concreta qué es lo que necesitan, y no hace falta que el aparato estatal se los diga. “Se dejó la elección en manos de los pobres”, resaltó Michael Faye, fundador de la organización GiveDirectly.

Por otra parte, un estudio a gran escala del Banco Mundial demostró que en el 82% de todos los casos investigados en Africa, América Latina y Asia, el consumo de tabaco y alcohol se había reducido. Y muchas de las personas beneficiadas habían utilizado el dinero para mejorar su situación personal y reingresar al mercado laboral.

Bregman explica: “Cargamos con un estado de bienestar de una época pasada, cuando el sostén de familia todavía era casi siempre el hombre y la gente trabajaba en la misma empresa toda su vida. El sistema de pensiones y las reglas de protección del empleo siguen concebidos para aquellos afortunados que tienen un puesto de trabajo fijo; la ayuda pública se basa en la idea errónea de que podemos confiar en que la economía generará suficientes empleos. Y los beneficios sociales a menudo no son un trampolín sino una trampa”.

La implementación de una Renta Básica Universal estaría sostenida por la carga impositiva, que según el país debería elevarse para afrontar el financiamiento. Si bien las pruebas piloto fueron apalancadas por organizaciones privadas y grandes empresas, las experiencias sociales a gran escala demandaron que dos tercios del dinero fueron aportados por el Estado.

SOLO 15 HORAS

La segunda idea, trabajar apenas 15 horas semanales, roza con la utopía desde el momento en que serían necesarios cambios estructurales desde lo legal y una flexibilidad empresarial que no siempre van de la mano.

El mismísimo John Maynard Keynes anticipó antes de la Gran Depresión que para el año 2030 el gran problema de la sociedad sería en qué ocupar el tiempo libre, y que la carga laboral sería de 15 horas semanales. Keynes no fue el primero ni el último en pensarlo ya que algo similar había previsto Benjamin Franklin, y también Karl Marx.

En el mundo empresarial las experiencias de mejor paga o reducción horaria como parte de la estrategia comercial se cuentan con los dedos de una mano, pero quienes las llevaron adelante, todos jugadores de grueso calibre, tuvieron un éxito rotundo.

Lo hizo Henry Ford, quien promovió una sustentable mejora salarial de sus empleados y una baja en las horas trabajadas, con el fin de que tuvieran dinero para comprar los autos que él fabricaba y tiempo para pasear con sus familias.

El plan realizado en 1930 por W.K. Kellogg, el magnate de los cereales, tuvo como eje una jornada laboral de 6 horas. Producto de esto pudo contratar a 300 empleados más y redujo la tasa de accidentes en un 41%. Como los empleados se volvieron notablemente más productivos, cayó el costo de producción y fue posible afrontar nuevos salarios. “Lo que Ford y Kellogg descubrieron es que las jornadas laborales largas y la productividad no van de la mano”, afirma Bregman.

El punto flaco de estas teorías suele ser que sus promotores abundan en la explicación de los resultados positivos, pero casi ninguno detalla cómo y quiénes financiarán el esquema, sobre todo cuando se habla de la Renta Básica Universal. El detalle no es menor.

Rutger Bregman arroja un par de datos clave: el cambio debería ser paulatino y deberá instaurarse primero como ideal político. Es necesario invertir más en educación y “desarrollar un sistema de jubilación más flexible”.

“En la actualidad para el empresario es más barato que una persona haga horas extras que contratar a dos empleados a tiempo parcial. Eso se debe a que muchos costos laborales, como la atención sanitaria, se pagan por empleado y no por hora”, enfatiza.

EN ARGENTINA

En Argentina estas ideas no tienen raigambre en los partidos políticos tradicionales y suelen ser un movimiento de avanzada de alguna agrupación de izquierda. La Renta Básica Universal no está en la plataforma de ningún gobierno y la semana laboral de 15 horas no entra ni en los sueños de los empresarios.

Pero algún economista, tal el caso de Martín Tetaz, abordó el asunto en su libro Lo que el dinero no puede pagar (Planeta, 2016). El autor hace mención a las 35 horas aplicadas en Francia bajo la gestión de Lionel Jospin, pero va más allá y destaca la propuesta del empresario mexicano Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, quien sugirió una semana laboral de 3 días, “liberando la mayoría del tiempo para el descanso, la vida social y familiar”. Adicionalmente planteaba elevar la edad jubilatoria hasta los 75 años.

Según Slim, si bien en cada semana se trabajaban 33 horas (un 17% menos que las 40 horas habituales), la vida laboral se extendía 10 años más. Martín Tetaz en su propuesta remarca que al mismo tiempo de converger a una semana laboral de 25 horas repartida en 3 días laborales, “el Gobierno debería penalizar tributariamente los consumos presuntuosos y redistribuir ese ingreso entre los que menos tienen”.

Y aunque reconoce que la presión impositiva es “insoportable”, su proyecto contempla la idea de dividir la sociedad en cuatro partes: “Sólo con el 3% de los ingresos de los que no son pobres podemos asegurarnos que todos los que están en el cuarto más pobre disfruten de un ingreso similar al que les permitiría saltar al segundo cuarto de la población”.

Y advierte: “Si las políticas públicas no giran drásticamente y hace foco en la reducción del empleo, la eliminación de la pobreza y el combate al consumo presuntuoso, viviremos en sociedades donde paradójicamente la superabundancia conducirá a un mundo infeliz”.