El Escuadrón Alacrán de Gendarmería

Integrado por tropas de elite, participaron en los combates más duros en defensa de Puerto Argentino. Sufrieron 7 muertes. El suboficial mayor, Jorge Omar Trangoni, uno de sus miembros, brinda su dramático testimonio.

"No me gusta leer sobre Malvinas. Es fácil narrar una historia leyendo, lo que yo cuento es lo que viví", asegura el suboficial mayor de Gendarmería Nacional, Jorge Omar Trangoni.

Oriundo del Paraje El Palmar, Chaco, en enero de 1982 tenía 19 años, era Cabo primero y se encontraba prestando servicio en el Escuadrón 36 de Esquel, en Chubut. En esa unidad se integró al Grupo de Empleo Especial, las fuerzas de "elite" de Gendarmería entrenados por Comandos, porque había egresado con conocimiento de explosivos y todo tipo de armas.

La idea original -recuerda Trangoni en diálogo con La Prensa- era que tras el desembarco del 2 de abril, las tropas se iban a replegar y sólo quedarían en las islas Gendarmería, como policía militar en resguardo de la soberanía, y Prefectura. Pero eso no se cumplió nunca. Sin embargo, a partir de ahí se potenció todo y la actividad principal en la unidad de Esquel fue prepararse para ir a la guerra. Debieron pasar casi dos meses para que Gendarmería se trasladara a las Malvinas.

- ¿Cuándo se formalizó la convocatoria?

- El 26 de mayo nos enteramos que Gendarmería había sido convocada para ir a las Malvinas. Un día después, a nuestra unidad del Grupo de Empleo Especial, integrada por 10 hombres, y a los demás comandos de las distintas unidades del país, nos trasladaron a Comodoro Rivadavia y ahí se le pone el nombre "Escuadrón Alacrán". En total éramos 65. El 28 a la noche, en un Hércules de la Fuerza Aérea, sólo 40 fuimos trasladados a Malvinas. Los 25 restantes, al otro día intentaron volar a la isla, entraron en el espacio aéreo pero por la alerta roja debieron desviarse a Gallegos. Con los años, en 2006, ese vuelo les dio la condición de Veteranos de Guerra. Hoy, como encargado de la Oficina de Veteranos, yo los represento a todos, pero la realidad es que ellos nunca estuvieron en las islas.

- ¿Qué recuerda de aquellos primeros días en las Malvinas?

- La primera noche nos llevaron a un galpón que era un depósito de lana. El 29 nos presentaron al gobernador Menéndez, quien decide que el Escuadrón Alacrán trabajara junto a la Compañía de Comandos 601 del Ejército al mando de Castagneto y la 602, de Rico.

- ¿Se pudo comunicar con el continente?

- Durante mi permanencia en Malvinas mandé una sola carta pero a Esquel. La idea era que en Esquel un suboficial amigo saque la carta y la ponga en otro sobre con el remitente de Esquel para no preocupar a mi madre, ella recién se enteró que yo estuve en Malvinas cuando terminó la guerra y yo regresé. También pude hacer una llamada por teléfono a un hermano.

- ¿Cuándo fue la primera misión?

- El 30 de mayo nos ordenan ir hacia Monte Kent. La zona, en teoría, era tierra de nadie. Llevábamos municiones y explosivos. La idea era interferir en el corredor aéreo británico, esperar que vengan las tropas terrestres, dejar que nos sobrepasen para después atacarlos por retaguardia. El gran problema era que la información que tuvimos era errónea y la zona ya estaba ganada por los ingleses. Lo que nosotros teníamos pensado hacer lo hicieron con nosotros. El primer helicóptero Puma del Ejército que sale con tropas de Gendarmería es derribado en vuelo por un misil tierra aire. Cae el helicóptero, pierde el rotor de cola, se prende fuego y eso provoca la explosión de las municiones que llevábamos. Mueren 6 gendarmes. Fue un golpe durísimo. Yo integraba el segundo grupo que debía trasladarse y estaba esperando ese helicóptero que nunca regresó. Sí apareció otro helicóptero con algunos heridos y ahí nos enteramos del derribo.

- ¿Cómo vivió esa tragedia?

- La situación fue confusa. El ver a mis compañeros quemados me inundó de impotencia por no poder actuar. A partir de ahí se decidió moverse en patrullas más chicas, por ejemplo de 12: 5 de Gendarmería y 7 del Ejército. El factor religioso siempre estuvo presente, quizás por una necesidad de autodefensa. Mentalmente uno necesita justificar su existencia, darse fuerza, creer en algo, que va a ver otro tipo de vida mejor. Teníamos un rosario blanco y otro marrón.

- ¿Qué otra misión recuerda?

- El 9 de junio fue la misión en la que empleamos más gente. Nos desplazamos a la noche, alrededor de 36 hombres, con la 602 de Rico a la zona del Monte Dos Hermanas. Preparamos una emboscada pero la cosa estaba muy complicado, había hombres del SAS, el grupo de comandos británicos.

- ¿Cómo comenzó el combate?

- Nosotros no contabamos con visores nocturnos y solo teníamos una radio que usaba el jefe de patrulla. Cuando llegamos a la zona los ingleses nos ven, se esconden porque los superábamos en número y comunican su situación. Nos encontrábamos esperando que entren a "la zona de muerte" que es como una "V" corta, para empezar a tirar. Serían las 2 de la mañana, ya del 10 de junio, cuando los veo avanzar y en ese momento entran en combate con la patrulla del Ejército que estaba al lado nuestro.

- ¿Qué recuerdos tiene de ese enfrentamiento?

- Fueron más de 40 minutos de combate. Ellos trajeron morteros de 16 mm, porque sabían donde estábamos. Para poder replegarnos Rico pide apoyo de artillería. Cuando termina el combate, a los gritos, Rico ordena juntar a los heridos y ahí nuestra artillería empezó a tirar. En medio del enfrentamiento, recuerdo un médico del Ejército que insultaba en inglés a los británicos. Nosotros también los insultábamos, a los gritos, pero en castellano y nos arengábamos entre todos como un estímulo. En medio de la balacera es cuando muere el sargento ayudante Acosta de Gendarmería por munición de fusil y por un proyectil de mortero. También muere el sargento Cisneros del Ejército.

- ¿También hubo heridos?

- Cuando salimos de la posición en que estábamos veo como le pegan con un mortero a Acosta a unos 6 metros de donde yo estaba. Segundos después escuché que alguien se lamentaba. Cuándo vuelvo, en medio de una balacera terrible, encuentro su cuerpo destrozado ya sin vida. El que se quejaba era Parada -también de Gendarmería- que había sido alcanzado por esquirlas y estaba herido en la cabeza y en el brazo. Entonces lo agarro, le saco el fusil, lo ayudo a levantarse y me lo llevo. Nunca nos dejaron ir a buscar el cuerpo de Acosta, porque ya era tierra ganada por los ingleses, ellos lo enterraron. También, cuando seguíamos replegándonos nos encontramos a Vizoso Posse, teniente el Ejército. Estaba desorientado, herido de gravedad y se desvanecía. Yo lo llevé, como pude, hasta la primera línea y lo entregué al Ejército. Algo que nunca reconoció, él asegura que salió de combate por sus propios medios.

- ¿Cómo vivió la rendición?

- El 13 fue nuestra última misión para evitar el avance de las tropas del SAS. Esa noche yo pensé que iba a morir, sinceramente. Esa noche yo le dije a mi compañero, que lo conocía de Esquel, que ahí dejaba mis cosas y que se encargara que llegasen a mi madre. La situación estaba difícil y yo tenía la decisión de pelear hasta el final. Pero esa noche no entramos en combate. El 14 a la mañana nos amasijó la artillería inglesa. A nosotros nos salvó que en la zona donde estábamos había mucha turba, entonces los proyectiles que caían se hundían y después explotaban. Nuestra misión fue tirar y aguantar la posición. Una impotencia terrible porque no se puede hacer otra cosa. Luego nos ordenaron replegarnos a Puerto Argentino, en un lanchón de Prefectura, porque comenzaría el combate de localidad tras el asalto final. Cuando nos estábamos alistando se declaró el cese de fuego y la rendición. Un clima de tristeza nos invadió a todos. Fuimos tomados prisioneros en Puerto Argentino. El 16 nos embarcaron en el Canberra, siempre recibimos un trato correcto, y el 19 llegamos a Puerto Madryn.

- ¿Le cambió la vida haber estado en la guerra?

- Sí, yo era muy jovial y me cambio la personalidad. Yo egresé, por ejemplo, con un promedio de 9,60 y después empecé a tener problemas de conducta, algo no estaba bien...pero nadie se preocupó, a nadie le importó. Recién 20 años después me hicieron un test psicológico para un ascenso. Durante años estuve muy alerta, no dormía bien, tenía sobresaltos, movimientos de rodillas que me despertaban. Ya casado y con hijos, mas de una vez me echaron de la cama porque terminaba lastimando a mi esposa. Después de la guerra nadie se preocupó por los veteranos, fueron más de 30 años de desmalvinización. Hoy desde la Oficina de Veteranos, que presido, ayudo a mis compañeros y a sus familias. Pese a todo, los sentimientos por Malvinas son más fuertes.