El precursor de la ópera en la Argentina

Mariano Pablo Rosquellas fue tenor, actor, empresario y compositor. La reciente ejecución de `La batalla de Ayacucho' permitió apreciar las virtudes de su autor, nacido en Madrid y llegado a nuestras tierras en 1823. Fue un gran difusor de la obra de Mozart y Rossini.

Calificada como "obra fundacional del sinfonismo argentino", en el Centro Cultural del Palacio de Correos se ejecutó el 9 de julio La batalla de Ayacucho, de Mariano Pablo Rosquellas. Estrenada en nuestra ciudad en 1832, la pieza se ofreció en versión semiescenificada por María de la Paz y María Concepción Perré, con guión de Margarita Pollini, el barítono Sebastián Sorarrain, la mezzo Trinidad Goyeneche y concertación del maestro Lucio Bruno Videla, responsable de la reconstrucción de la partitura sobre la base de las particellas de orquesta que fue posible conseguir a través de los descendientes del compositor, que residen en Santa Cruz de la Sierra. 

Modelo sin duda representativo de la creación musical en tiempos de la independencia (la victoria de Ayacucho tuvo lugar en 1824), digamos desde ya que su discurso se despliega con un esquema programático, descriptivo, bien ensamblado, aunque parece en más de un momento algo grandilocuente (e incluye una banda militar). No nos extrañemos. Eran los años de la separación masiva de la América hispana con respecto a su metrópolis, y el abordaje del hecho generaba, obviamente, un comprensible clima de exaltación.

Detengámonos aquí con respecto a su Sinfonía. Porque a todo esto: ¿quién era Mariano Pablo Rosquellas?

Nacido en Madrid en 1784, en el seno de una familia de artistas, Rosquellas aprendió música con su padre y otros parientes, y luego se trasladó a Italia para seguir estudios de canto. De regreso, y después de conseguir en 1815 una plaza como violinista en la corte de Fernando VII, se lanzó a una carrera multifacética en el terreno de la ópera, en el que se desempeñó como tenor, actor, compositor y promotor. En este recorrido realizó giras a Londres y París, y también a Brasil, donde en 1819 se estrenó su melodrama El Califa de Bagdad.

Dueño de un "Stradivarius" que le había obsequiado el propio monarca (aunque nunca volvió a España por razones políticas vinculadas con la familia de su esposa), su labor estética de mayor trascendencia la desarrolló sin embargo en nuestro país, en el que su nombre quedó inscripto para siempre en la historia de la cultura nacional como el gran introductor de la ópera en la población porteña.

Hombre decidido y vivaz, llegó a nuestras tierras en 1823 (ya de entrada tuvo un fuerte entredicho en la aduana), y en ese primer año brindó numerosos conciertos y recitales con fragmentos líricos. Era la época de Rabaglio, Picasarri y Esnaola, y también de Martín Rodríguez y Rivadavia, cuya fama de gobierno serio y progresista atrajo a diversos artistas europeos, instrumentistas, profesores, entre los que se contaban el barítono milanés Miguel Vacani y fundamentalmente los hermanos Tani (o Tanni) y su prima donna, "la divina" Angelita.

Sobre la base de estos elementos y un gran impulso empresario, Rosquellas formó una compañía que con sus avatares, presentó hasta 1833 en el teatro Coliseo (o Coliseo Provisional) una buena cantidad de títulos completos, por supuesto, con puesta en escena y una orquesta de veintiocho miembros (en los intervalos se ejecutaban sinfonías de Haydn y de Mozart). 

A partir de allí (ya en tiempos de Rosas, de intranquilidad y luchas políticas y desapego oficial con respecto al arte) se instaló en Sucre, para proseguir su actividad musical y explotar paralelamente una mina de plata. Ninguna de estas vetas le resultó plenamente exitosa, pese a haber sido llamado "el Paganini de América" en Bolivia, Chile y Perú, por lo que ya con su edad, su infatigable accionar se fue despresurizando lentamente hasta su muerte, que ocurrió en Chuquisaca en 1859. 

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ROSSINI Y MOZART­

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Considerado "el padre de la ópera en Buenos Aires", virtual fundador del teatro lírico en la Argentina, de buena figura y "ojos negros que enloquecieron a las porteñas", Rosquellas no tenía voz excesivamente poderosa, pero suplía sus debilidades con excelentes dotes actorales.

Además de El Califa de Bagdad, su compañía ofreció en Buenos Aires versiones integrales de L'Inganno Felice, en 1825, y al año siguiente de La Italiana en Argel y La Cenerentola, con Rivadavia y Brown en el palco presidencial y la concurrencia entonando el himno nacional días después de la batalla de Los Pozos. 

Siempre dentro del repertorio rossiniano, en 1827 estrenó Otello, con Carlos María de Alvear en la sala: la composición del moro de Venecia por parte de Rosquellas, trémulo, torturado, con su turbante con brillantes, causaba tanta conmoción en los espectadores, que su "shockeante" entrada era cubierta de flores que se le arrojaban desde la cazuela (recordemos: exclusiva para mujeres). 

En 1828 se representaron Tancredi ("la mejor función teatral que se ha dado en Buenos Aires desde que tiene teatro") y también La Gazza Ladra, cuya "première" debió postergarse unos días porque se había descompuesto el mecanismo imitador de la urraca.

En 1829 se ejecutaron Aureliano en Palmira, igualmente de Rossini, y el Réquiem, de Mozart, en la Catedral, en las exequias del Gobernador y Capitán General Manuel Dorrego. La agrupación orquestal era dirigida habitualmente por el maestro y gran violinista itálico Santiago Massoni.

Paralelamente con este intenso movimiento, la organización realizó giras muy significativas a favor de la difusión de la ópera, las que incluyeron a Montevideo, Córdoba, Salta y Tucumán, ciudad esta última en la que el gobernador Heredia les hizo levantar un recinto especial para sus presentaciones.  

El estreno nada menos que de Don Giovanni, de Mozart, el 9 de Febrero de 1827, constituyó un verdadero hito en el espectro de este fecundo periplo. Con entradas a precio doble, enorme expectativa y Rosquellas en el papel protagónico, se trató según Vicente Gesualdo de una "fecha memorable en los anales de la cultura rioplatense". 

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"EL BARBERO DE SEVILLA"­

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Pero además de toda esta tarea múltiple, enriquecedora de un medio que lo necesitaba, el nombre de Rosquellas estará siempre asociado con El barbero de Sevilla, porque fue el tenor (y organizador del espectáculo) quien la hizo conocer en estas latitudes. 

La célebre creación de Rossini se dio por primera vez, con gran impacto en nuestra naciente sociedad, el martes 27 de septiembre de 1825 (tres funciones), con concurrencia incluso de autoridades gubernativas, "que no acostumbran a asistir a funciones comunes del teatro", según La Gaceta Mercantil. 

Ello aconteció nueve años después de su primera presentación mundial, en Roma, y los comentarios periodísticos, la emoción del público y el éxito fueron de tal magnitud, que condujeron a su repetición en 1826, 1827 y 1828. Angelita Tani, a quien Florencio Varela le dedicó una oda, encarnó a "Rosina" y Vacani a "Figaro", Juan Antonio Viera a "Don Bartolo" y Cayetano Ricciolini a "Don Basilio". Fue la primera ocasión en que se representó una ópera entera en la Argentina.