El pasado como deuda pendiente

En "El Monarca de las sombras", Javier Cercas vuelve a visitar la guerra civil española. La novela se presenta como una indagación en la vida de un antepasado franquista del autor, que murió en combate en 1938. Pero es también la excusa perfecta para debatir y asumir verdades inconvenientes.

"¿De verdad vas a escribir otra novela sobre la guerra civil?", pregunta el cineasta David Trueba -o el personaje de David Trueba- al personaje llamado Javier Cercas, quien es uno de los protagonistas de la nueva novela de Javier Cercas, El monarca de las sombras (Literatura Random House, 288 páginas).

En efecto, Cercas volvió a escribir sobre la guerra civil española. Ya lo había hecho en Soldados de Salamina, la obra publicada en 2001 que vendió millones de ejemplares, se ganó el elogio unánime de la crítica y lo hizo famoso en medio mundo. Y ahora regresó a ese conflicto con una historia que, no se cansa de repetir, era la que siempre había querido escribir desde que abrazó la vocación literaria.

Se trata, otra vez, de la historia de un combatiente. Pero no de uno del bando republicano, como en Soldados..., sino de un oficial franquista, o mejor, falangista. Un muchacho casi adolescente llamado Manuel Mena que murió en 1938 durante la atroz batalla del Ebro. Y que para más datos era tío abuelo por vía materna del autor.

Del mismo Javier Cercas de ideas vagamente progresistas que en estas páginas se apresura a reivindicar a la República y que se confiesa avergonzado por las simpatías de ese antepasado y de casi todo el resto de su familia, gente toda ella "de derechas". Aclaraciones preventivas que en nada lo preservaron frente a la sostenida andanada de críticas disparadas hace meses por la izquierda española como parte de un hostigamiento tan intenso que un cronista no dudó en calificar de "lapidación".

El muchacho Mena, que tenía 19 años al momento de su muerte, el 21 de septiembre de 1938, "hacia el final de la guerra civil, en un pueblo catalán llamado Bot", era el héroe de esa familia considerada "patricia" en el poblado de Ibahernando, en Extremadura, lugar de nacimiento del propio Cercas.

Su inmolación patriótica conmovió a todos pero a nadie como a Blanca Mena, la madre del autor, quien más que un tío veía en el difunto a un cariñoso hermano mayor, y cuyo recuerdo no dejó de evocar, para provecho literario del hijo novelista.

Cercas repite aquí un mecanismo novelístico que es ya como su marca literaria. Muchas veces lo ha definido del siguiente modo: "Yo escribo novelas de aventuras sobre la aventura de escribir novelas". Esto quiere decir que en El monarca... conviven dos hilos narrativos.

Por un lado una historia casi ensayística, que tiene un narrador anónimo que se dirige a Javier Cercas en tercera persona y registra la peripecia vital y militar de Manuel Mena hasta donde se lo permitan el recuerdo de sus conocidos y familiares y los documentos -a veces errados o confusos- que se conservan en archivos castrenses o civiles.

Aunque tiene pasajes tediosos, esta parte se lee como una intensa crónica bélica en la que, metidos bajo su piel, acompañamos al joven alférez por buena parte de España mientras pasa frío y calor, libra escaramuzas, asedios, golpes de mano y duelos de artillería, es herido cinco veces y participa de ofensivas y contraofensivas a cual más sangrientas hasta el desenlace interminable y, a juicio del autor, absurdo, en el Ebro.

Ese relato frío y más bien objetivo se alterna con otro, narrado en primera persona, que cuenta la gestación de la misma novela, las dudas del autor, la busca de contactos, sus viajes y entrevistas en pos de conocer algo más de ese antepasado esquivo que tanto habría de influir sobre su familia y su destino como escritor. Preside la pesquisa una pregunta nacida del ideario progresista del autor: "¿Se puede ser un joven noble y puro y al mismo tiempo luchar por una causa equivocada?". En esta segunda vertiente la ficción es más nítida y no hay pretensiones de objetividad. El personaje de Javier Cercas tiene amplia libertad para opinar y debatir consigo mismo y con los demás sobre el sentido de lo que se propone, y la significación profunda de la historia que -en esa etapa de su narración ficcional- no se decide aún a recrear. ¿Se animará a contar todo lo que descubra sobre el pasado de su familia?, inquiere un primo socialista. Sí, responde Cercas, porque lo que busca con su libro no es juzgar, sino saber, entender. "A eso nos dedicamos los escritores", sentencia.

De esa manera, la ardua investigación sobre Mena no sólo avanzará hacia la revelación del motivo profundo del sacrificio del muchacho falangista en las trincheras, dato que de algún modo constituye el centro dramático de la novela. También pondrá en duda ciertas nociones establecidas sobre el heroísmo, la ideología, la familia, el pasado y su posible modificación por el futuro.

Ante esa percepción, intenta decirnos Cercas, las divisiones políticas, que a primera vista parecen definir tanto, pierden sentido y dejan su lugar a lealtades más básicas, esenciales, como las que deben al terruño, a los padres, a los hermanos y a los camaradas en armas.

El arte y la literatura lo han reflejado desde siempre, desde Homero y los destinos contrapuestos de los personajes de su Ilíada y su Odisea. Si existe una división es entre quienes sueñan el sueño de vivir una vida gloriosa y sufrir una buena muerte que recuerden la posteridad y la historia (la muerte de Aquiles), frente a los que sólo aspiran a tener una vida larga y feliz y alcanzar una muerte mansa, que a nadie conmueva (el destino de Ulises).

No corresponde apuntar por cuál de los dos bandos toma partido el personaje-narrador-autor Javier Cercas, si es que toma partido por alguno de ellos.