FRANCOIS FURET ANALIZA LA VISION LIBERAL DE LA REVOLUCION FRANCESA Y SU CONTRACARA IZQUIERDISTA

Revolución, terror y democracia

La izquierda francesa tardó más de medio siglo en reconocer que la revolución rusa había derivado en dictadura y genocidio. Son famosos los sofismas de Jean Paul Sartre y sus camaradas de ruta para defender a Stalin y justificar la aniquilación de cientos de miles de disidentes.

Franois Furet se preguntó la razón de esa actitud y buscó la respuesta en la interpretación que hicieron de la Revolución Francesa los historiadores del siglo XIX. ¿Es posible la revolución sin paredón (o guillotina), o el camino hacia la igualdad está necesariamente manchado de sangre?. El eje principal de sus reflexiones está en seis ensayos incluidos en La Revolución Francesa en debate, volumen que puede ser leído como una introducción general a su obra (1).

Detrás del viejo argumento de que la democracia liberal es solamente "formal", usado por la izquierda más radicalizada para justificar el totalitarismo, Furet rastrea una vieja polémica acerca del vínculo entre revolución y terror.

Entre los comentaristas contemporáneos o casi a la caída de la monarquía el reaccionario Joseph De Maistre y el socialista Louis Blanc coinciden en que no puede haber revolución sin terror. Los liberales Benjamin Constant, Alexis de Tocqueville, Edgar Quinet y Franois Guizot opinan, en cambio, lo contrario. Creen que la revolución no puede alejarse de la idea de libertad.

En tanto republicanos como Jules Michelet o Edgar Quinet rechazan la dictadura, pero le encuentran una explicación. El primero atribuye las feroces jornadas de 1793 y el exterminio a la lucha por el poder entre facciones fuera de todo control. A su turno Quinet interpreta el gran terror como el retorno del pasado antiliberal. Una reedición plebeya y sans culotte de la discrecionalidad monárquica.

Así los partidarios del alzamiento popular-burgués de 1789 (ochentainuevistas) aseguran que el Terror fue una traición a la revolución. Por su parte los que justifican la violencia de 1793 (noventaitresistas) ven en ella una consecuencia inevitable de la dinámica revolucionaria que se consuma en forma liberadora y promisoria.

Furet confronta estas dos perspectivas en el tercer ensayo de la serie, "La revolución en el imaginario político francés" y les da una fundamentación política. Mientras los ochentainuevistas creen que el pueblo está en condiciones de romper con el pasado sin necesidad de la conducción de una élite revolucionaria, los noventaitresistas creen que la consolidación del cambio depende del Estado. Creen también que a la revolución hay que ponerle término, mientras sus adversarios opinan que debe seguir, aunque su prolongación indefinida tenga el precio de la inestabilidad institucional.

¿Cómo es la idea francesa de la revolución? Quinet recuerda que los girondinos no querían ningún amo, a ningún precio. Los jacobinos, en cambio, querían, sin decirlo, restablecer el temperamento de la monarquía pura, regresar a Richelieu o a César. Asegura que Napoléon era un jacobino de la escuela de Robespierre, que combinaba la pasión revolucionaria con el Antiguo Régimen.

Para él el "temperamento francés" es el que traiciona a la revolución y la transforma en su contrario. El virus mortal del poder absoluto es una pasión vergonzosa que produce democracias serviles, lo contrario de democracias libres como la americana.

Planteada en estos términos la Revolución Francesa no es comparable con la inglesa que pudo conjugar dos soberanías, la de la nobleza y la del pueblo, ni con la americana que, alejada de la metrópoli estableció la igualdad con menos obstáculos expandiéndose por un desierto. La Revolución Francesa abrió la puerta a un futuro indeterminado a crear por cada generación. Sin embargo, no es menos cierto que la ruptura fue más que nada una ilusión. El pasado volvió una y otra vez con alternancias entre el principado y la república.

Edmund Burke que fue inicialmente optimista respecto de la revolución francesa y después su crítico más mordaz decía que la ruptura era imposible y que la ambición fundacional, el reinicio de los tiempos, resultaba extravagante y nefasta. Su consecuencia era el despotismo, producto de la abstracción democrática. La idea de que la autoridad del rey había pasado al Estado, legitimaba la soberanía popular de un pueblo exaltado y peligroso.

Por último Furet vincula el terror (1793) con la revolución rusa (1917). Los jacobinos son los ancestros de los bolcheviques, pero la URSS colapsó en 1989, por lo que los intelectuales franceses deberían, en su criterio, reconsiderar su antihumanismo, ver 1789 como el fundamento del mundo moderno y reconocer los valores de la democracia burguesa. Al mismo tiempo admitir la paradoja de que la democracia posible vive en un mundo de individuos desiguales, pero reivindica la igualdad, generando de esa manera un proceso de una tensión imposible de resolver.

(1) La Revolución Francesa en debate, de Franois Furet, Siglo XXI, 173 páginas.