La batalla moral

Por Rogelio López Guillemain 

Desde hace tiempo, soy uno de los que pregona la necesidad de dar una batalla cultural más que una batalla política. 

Indudablemente, la educación y la formación en la cultura del mérito, y el comprender e internalizar, que para poder crecer son necesarios el esfuerzo y la dedicación; son las únicas herramientas que nos podrán sacar de la espiral decadente en el que la Argentina está inmersa hace casi 100 años.

Durante los primeros meses del gobierno de Macri, he criticado la falta de una acción firme y valiente a favor de quienes producen en nuestro país; a favor de quienes son el motor, de quienes son el corazón que bombea la sangre que nutre cada rincón de la anatomía de nuestra patria. Sangre que se malgasta y derrocha en sanguijuelas que chupan nuestra energía.

He criticado al gobierno de Macri por la falta de medidas decididas y contundentes a favor del sector privado, concretamente por la aún ausente, imprescindible y drástica reducción del gasto público.
Pero no todo es crítica. Creo que su política internacional ha sido muy buena, así como la salida del cepo cambiario y la decisión de no inmiscuirse en los asuntos de la Justicia; procurando (o al menos eso quiere mostrar) un cambio ético de tolerancia cero ante los hechos de corrupción.

Este último frente de batalla podríamos llamarlo la batalla moral (quizás ética sería más apropiado). Al respecto es indudable que, si no corregimos la moral no podremos corregir la cultura, y recién cuando corrijamos la cultura podremos corregir la política. Al igual que en las matemáticas, primero se aprende la suma, luego la multiplicación y por último la potencia.

EJERCITOS DEL MAL

El punto es que en esta batalla moral, no solo se enfrenta al ejército de la corrupción, sino también se enfrenta al ejército de la inseguridad, y en ese frente aún no se han tomado medidas determinantes y terminantes. 

La Rebelión de los Mansos de la Argentina espera los cambios éticos, culturales y políticos que llevan en sus genes todas las personas de bien. Los Mansos de Argentina saben que los cambios culturales y políticos son lentos y que no se pueden imponer.

Pero el cambio moral; no el cambio moral internalizado que también es tardo, sino el cambio moral impuesto por la fuerza, a través de la Policía y la Justicia, en el cumplimiento de la principal función del Estado, que es defender el proyecto de vida de cada uno de nosotros; ese cambio moral aún está en veremos. 

Las rebeliones son devenires, los rebeldes son pacíficos y pacientes, siempre y cuando vean que los cambios se realizan, aunque estos sean lentos e incluso imperfectos.

Pero cuando los oprimidos y cercados por la delincuencia, no encuentran una rebelión en la cual creer, se sublevan, se arman y reaccionan; y la Rebelión se transforma en una Revolución. 

Las revoluciones son violentas, descontroladas y ciegas. Cometen más errores que aciertos y derraman más sangre y lágrimas que los escasos éxitos que cosechan. 

NAFTA AL FUEGO

Los recientes hechos de violencia contra los delincuentes por parte de la ciudadanía, son la expresión de esta revolución. Esta revolución no se detendrá juzgando a quienes actúan contra los delincuentes.

¿Acaso encarcelarán a 5, 10 ó 100 de estos reaccionarios? Sería como echar nafta al fuego.

Esta revolución se detiene con una rebelión institucionalizada, con una Justicia y un Ejecutivo que realicen un cambio de rumbo de 180ø en la actitud y en el tratamiento de quienes delinquen. Una Justicia y un Ejecutivo que respeten la escala de valores éticos del ciudadano común, que se ocupen y preocupen más por la víctima que por el victimario y, sobre todo, que tomen las medidas necesarias para que cada vez haya menos víctimas. Los argentinos de bien no lo pedimos, lo demandamos.