"BOTAS DE LLUVIA SUECAS" FUE EL ULTIMO LIBRO QUE DEJO TERMINADO HENNING MANKELL

Del tiempo, la vejez y el amor

La novela-despedida del autor sueco muerto en 2015 es una reflexión conmovedora sobre el ocaso de un personaje que ya había aparecido en "Zapatos italianos". Un desastre lo obligará a repensar el sentido de su existencia.

El otoño vital que atravesaba Henning Mankell mientras escribía Botas de lluvia suecas es también la estación del año en la que arranca este reflexivo relato sobre la existencia y el amor, que el narrador sueco dejó terminado antes de morir en 2015 y que por estos días se distribuye en las librerías de todo el mundo de habla hispana.

Mankell (Estocolmo, 1948), creador de la popular serie de novelas policiales del inspector Kurt Wallander, llegó a ver editado y en las librerías de su país este volumen, que en España y América latina publica por estas semanas la editorial Tusquets.

Narrada en primera persona, Botas de lluvia suecas está salpicada de confesiones del médico jubilado Fredrik Welin, también protagonista del libro de 2006 Zapatos italianos, del que es, en palabras del autor sueco, una suerte de continuación "libre".

En Botas de lluvia suecas todo cambia para Fredrik Welin, un hombre seco y antipático, cuando, a los 69 años -dos más de los que tenía Mankell en el momento de su muerte-, su casa ubicada en una isla en el Báltico entre Suecia y Dinamarca es arrasada por un incendio del que logra escapar calzado con unas botas de lluvia, ambas del pie izquierdo.

Ese inservible par de botas se convierte en la única pertenencia del antiguo médico, que lo pierde todo. Por lo tanto, tiene que mudarse a una casa rodante y, además, lidiar con el rumor que se ha extendido por el archipiélago de que él mismo ha provocado el fuego y con el interrogatorio policial que genera tal sospecha.

DESCONCIERTO

Todos estos acontecimientos, sumados a la misteriosa visita de su hija, Louise, conducen a Welin a un profundo desconcierto y hacen que tome conciencia de la cercanía de la vejez y de la muerte, y de la necesidad de saldar sus deudas.

El hecho de conocer a Lisa Modin, una periodista llegada hasta la isla para investigar el incendio, hará que se despierten en él nuevos sentimientos que lo empujan a recuperar las ganas de vivir la vida y compartir los buenos momentos con los amigos. O incluso a preguntarse si, al borde de los 70 años, está a tiempo aún de entablar una nueva historia de amor.

Libro conmovedor, carente de tiros, persecuciones o golpes de efecto, su prosa admirable manejada con precisión quirúrgia, habla de la soledad y la vejez, del tiempo que pasa inexorablemente e incluso de la muerte. Su encanto, destacó cierta crítica europea, se encuentra en los detalles, en la belleza infinita de ese archipiélago perdido en un mar gélido y, sobre todo, en la pasmosa dificultad de las relaciones entre las personas.

Botas de lluvia suecas es también una especie de testamento de un escritor comprometido con su tiempo.

Icono de la literatura contemporánea de su país y baluarte de las nuevas corrientes en el omnipresente género de la novela policial, Henning Mankell creía que su posición social no sólo lo habilitaba sino que lo obligaba a denunciar lo que no estaba bien. En ese sentido se explicaba su compromiso con el feminismo, la preservación del medio ambiente, la lucha contra las desigualdades y el constante amor por Africa y su cultura, entre otras causas.

"Hace de mí una mejor persona, un mejor escritor y un mejor europeo. Allí aprendí cómo vive la mayoría de personas en este mundo", decía el novelista sueco sobre su vinculación con el continente africano.
Prueba de ese compromiso fue su adhesión en 2010 a la denominada Flotilla de la Libertad que trataba de llevar ayuda humanitaria a Gaza, y que fue abordada a sangre y fuego en alta mar por militares israelíes.

En relación con esa experiencia traumática, un verdadero escándalo humanitario internacional, Mankell explicaba que lo que finalmente lo entristeció fue darse cuenta de que era el único escritor que formaba parte de la flotilla. A depecho de esa ingrata comprobación, hasta el final de su vida aseguró que colaborar con causas solidarias era el "principal papel" que le correspondía como intelectual.

Aunque siempre señaló que su arma más valiosa eran sus obras porque, decía, "a pesar de que un libro no cambia el mundo, no podemos cambiar el mundo sin cultura".