Maquiavelo o el Estado concebido como obra de arte

El académico francés Jean-Yves Boriaud redactó un trabajo breve y accesible del más famoso pensador político del Renacimiento, que desvinculó el poder de la religión y la moral. Acierta en su presentación del contexto en la Florencia de los Medici.

Poco antes de morir Nicolás Maquiavelo contó a los amigos que rodeaban su lecho un último sueño. En él había un grupo de indigentes pálidos y andrajosos que, según le explicaron, eran los bienaventurados en el Paraíso. En su siguiente visión apareció otro grupo, esta vez hombres de buen aspecto, entre los que reconoció a Platón, Tácito y muchos de los pensadores antiguos que admiraba. Todos estaban condenados al Infierno por paganos. Entonces una voz le preguntó con qué grupo elegía estar y respondió que con el del Infierno, donde podría por fin dialogar con esa elite de pensadores que tenían una idea tan elevada del Estado.

Ningún otro episodio pinta con mayor elocuencia el genio y la figura de Maquiavelo, su carácter de hombre del Renacimiento, su pertenencia a ese grupo de artistas y pensadores que como Leonardo revolucionaron el mundo del arte y de la ciencia.

Alguien admirado en su tiempo por sus obras de teatro que pasó a la historia del pensamiento político, porque cuando le tocó pintar la realidad del poder lo hizo como nunca nadie se había animado a hacerlo: emancipando la política de la religión y de la filosofía, usando el método comparativo histórico para fundar sus argumentos y sustituyendo la descripción del "buen gobierno" por la del gobierno eficaz.

Esa combinación de osadía y honestidad intelectual intransigente le valió la condena, la censura y que su nombre se convirtiera en sinónimo de astucia, cinismo e inescrupulosidad. Su obra estuvo en el Index de la Iglesia más de 400 años, desde 1559 hasta 1996. El repudio de protestantes y católicos que lo consideraban un aliado del diablo duró casi tres siglos, a pesar de que filósofos como Spinoza y Hume reconocieron su influencia tácita o explícitamente. Su primer vindicador fue Rousseau, que puso fin a los anatemas al menos de pensadores importantes.

En su biografía recientemente editada (*), Jean-Ives Boriaud acierta al privilegiar la gravitación en la obra de Maquiavelo del contexto filosófico y artístico de la Florencia de los Medici, de Pico della Mirandola y Marsilio Ficino, del neoplatonismo, de los estudios clásicos y de Boticelli.

En ese marco recuerda la cita de Jacob Burckhardt de que Maquiavelo concebía el Estado como una obra de arte. Una esfera tan alejada de valores como el bien y el mal como ligada a la maestría y a la eficacia. Un ámbito en el que imperaba un orden propio y en el cual la coherencia interna era el principal insumo.
Eso lo llevó a entender la política como una actividad autónoma que no se justificaba en ninguna trascendencia, sino en sí misma. Cuya legitimidad -como en el caso de la pintura- había dejado de residir en lo sagrado y se había trasladado a la técnica. Una disciplina en la que el poder real era puesto en una nueva perspectiva de la misma manera que la perspectiva de los pintores renacentistas había reemplazado la de la pintura religiosa medieval. Una perspectiva hecha según la medida del hombre.

Hay también lugar en la obra de Boriaud para una pormenorizada descripción de la experiencia de Maquiavelo en la turbulenta política del cinquecento florentino. Su amargo alejamiento del poder cuando los Medicis volvieron a controlar la ciudad, período que aprovechó para redactar El Príncipe, Los Discursos sobre la primera Década de Tito Livio y La Mandrágora entre otras obras.

Ningún dato ni comentario incluido en la biografía alcanza, sin embargo, para explicar las razones de su excepcionalidad, de su penetrante análisis de la lucha por el poder en todos los tiempos, de su agudísima visión de la política, de la historia y de los hombres que lo rodearon. Del por qué se adelantó doscientos años a su tiempo y de la causa por la que sus reflexiones perduran hasta hoy sin perder vigencia.

(*) Nicolás Maquiavelo, El Ateneo, 317 páginas.