UNA SEMBLANZA DE ESTANISLAO S. ZEBALLOS CON MIRADA ETICA Y JURIDICA

Varón justo, fuerte y prudente

POR CARLOS MARIA ROMERO SOSA

PARA LA PRENSA

El 14 de junio último falleció en la ciudad de Buenos Aires, meses antes de cumplir 93 años, el profesor doctor Julio César Otaegui, maestro del Derecho Comercial que enseñó durante décadas en la Universidad Católica Argentina de la que fue vicerrector y donde formó numerosos discípulos. 

Como publicista enriqueció la disciplina con libros fundamentales, así: Administración societaria (1979); Concentración societaria (1984), y, anteriormente, Fusión y escisión de sociedades comerciales, publicado en 1976 con prólogo de Jaime L. Anaya, otro relevante comercialista argentino. Esta obra constituye una exposición razonada y crítica de las mencionadas instituciones según las legisló en 1972 la ley 19.550.

El doctor Otaegui fue un ejemplo de estudioso que lejos de aislarse en su gabinete, estuvo abierto a los desafíos que propone -e impone- el mundo actual con su imparable dinámica que tanto repercute en el plano social y consecuentemente en el ámbito jurídico. Sabía que es tarea de los doctrinarios del derecho así como de los legisladores y los magistrados -actuó como conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación-, mirar con espíritu abierto esos procesos de cambio. A la vez que entendía que la mejor forma de responder a ellos era bregando porque los valores de la Justicia y la Equidad no se diluyan en la vorágine de modernizar y adecuar ciertos conceptos jurídicos a los datos de una realidad no siempre racional con permiso de Hegel en el prefacio de su Filosofía del Derecho. 

Entre otras distinciones, el doctor Otaegui que había dirigido el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, recibió en 2006 el premio que otorga la Fundación Konex en la especialidad Derecho Comercial y Laboral. Entre 2007 y 2009 presidió la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires fundada en 1908 y en la que había ingresado el 23 de septiembre de 1999 en el sitial "Estanislao Zeballos" con un discurso de incorporación, pronunciado en sesión pública el 27 de abril de 2000, sobre "El grupo societario".

HOMENAJE AL ESTADISTA

Cuando el 13 de mayo de 2002 las Academias Nacionales rindieron homenaje a Estanislao S. Zeballos en la sede de la Academia Nacional de la Historia, Julio César Otaegui figuró como orador por la de Derecho junto a Santiago Sanz y Pedro Luis Barcia que lo hicieron en nombre de la de Historia y de la de Letras respectivamente.

Su discurso, publicado en los Anales de la ANDyCS (Segunda época: Año XLVII-Nro. 40, 2002), versó sobre la personalidad jurídica y humana de este intelectual de la Generación del Ochenta, nacido en Rosario en 1854 y fallecido en Liverpool en 1923: (el) "Servicio de la Patria nos lo llevó muy lejos,/ y en ataúd sombrío nos lo devuelve el mar", cantó elegíaco entonces Arturo Capdevila. 

Como idea central de la exposición, sostuvo Otaegui del jurista, diplomático, legislador, antropólogo, escritor, periodista -redactor de La Prensa, desde que se fundara el diario, que dirigió en 1874 y donde presidió desde 1915 su Instituto Popular de Conferencias-, decano de la Facultad de Derecho de la UBA y pionero en su juventud de la Reforma Universitaria, que "fue no sólo un varón justo y fuerte sino también prudente"; y al remarcar esta última virtud como síntesis de su equilibrado genio de estadista caracterizó, sin decirlo expresamente, la idea de fhrónesis en tanto sabiduría práctica inherente al hombre de Estado que desarrolló Platón en La República, Aristóteles en la Etica a Nicómaco y que Santo Tomás, tan bien leído y asimilado por el orador, llama Recta ratio agibilium: recta razón de las cosas agibles.

Fundó en antecedentes históricos el saber obrar político del evocado, que se verificó por ejemplo, en su participación -en 1889- como miembro de la Comisión Nacional de Legislación de la Cámara de Diputados, en la reforma del Código de Comercio de 1862.

En la ocasión se confrontaron los proyectos de Sixto Villegas y Vicente Quesada por un lado y el más innovador de Lisandro Segovia por otro. La Comisión, a instancias de Zeballos, optó por el evolucionismo implícito en el de Villegas y Quesada plasmado al cabo en el Código de 1890 según la ley 2637, que incluía la primera Ley de Quiebras.

La elección se debió a que mantenía según la redacción original de Acevedo y Vélez Sarsfield, las disposiciones que no fuesen de imprescindible modificación. Precisamente esa actitud moderada que alguien podría tachar de conservadora, Otaegui la consideró una muestra cabal de prudencia evolucionista capaz de impartir "una lección de justicia cuando postuló el Derecho Privado Humano".

En consecuencia, el Código así modificado representó a juicio del comentarista, un servicio al país y, por qué no, una enseñanza para los tiempos actuales de globalización en que se torna imperioso fortalecer el campo del Derecho Privado. Claro que otros estudiosos no han pensado así alertando sobre los efectos que se derivan de la postura privatista, como ser la extraterritorialidad del domicilio en el orden privado de las empresas de capital extranjero sobre cuya intromisión en la política argentina había manifestado ya sus temores el propio Zeballos en 1909.

Si en mucho para Otaegui "dio lecciones de justicia, fortaleza y prudencia" y si quizá hasta pueda discutirse lo absoluto de la definición, resulta indudable que Zeballos fue honesto en sus convicciones y que perseveró en los ideales patrióticos de soberanía territorial.

Hombre de su tiempo y perteneciente a la elite social y económica de la que sentía orgulloso -presidió la Sociedad Rural Argentina fundada en 1866-, por supuesto que hay mucho de contradictorio en él: así el conservador en lo político, postura que no desentonaba con la ideología positivista y darwinista en los límites con el racismo del severo estudioso de los pueblos originarios, tratados en sus investigaciones de campo como fenómenos etnográficos, y consecuentemente del entusiasta promotor de la Conquista del Desierto por el General Roca, empresa que anticipó con su obra La conquista de quince mil leguas, cuestionó no obstante "la conducta indigna de ciertos agentes del Estado observadas respecto de las tribus indígenas"; en tanto que el liberal por formación, en materia económica no trepidó en promover la nacionalización de una vía ferroviaria británica: "Soy partidario de la expropiación del Gran Ferrocarril del Sur"; y que el mismo que en alguna publicación mostró su reaccionarismo frente a las huelgas obreras, preconizó en la Revista de Derecho, Historia y Letras: "la nacionalización de todos nuestros valores y de todo nuestro trabajo".

Al filo de su exposición, Otaegui elogió del que fuera presidente de la Cámara de Diputados de la Nación en 1889, representante diplomático y Canciller en los gabinetes de Juárez Celman, Pellegrini y Figueroa Alcorta, su actuación descollante en el campo del Derecho Internacional Público. Ciertamente una ponderación compartida por los historiadores Ricardo Caillet Bois, Roberto Etchepareborda, Julio Irazusta o Gustavo Ferrari, aunque objetada entre otros, por Miguel Angel Scenna y Pablo Lacoste que juzgaron a Zeballos en extremo agresivo con Brasil y Chile fiel a su tesis contra la "Diplomacia desarmada" y por haberse opuesto en 1902 a la firma de los Pactos de Mayo con el país trasandino.

Cabe concluir resaltando un hecho curioso: el disertante vino al mundo pocos días después que el futuro patrono de su sitial en la Academia Nacional de Derecho muriera en Inglaterra. Nadie podría imaginar en ese octubre luctuoso para la República, que el recién nacido Julio César Otaegui iba a recoger la antorcha de Zeballos en pos del desarrollo de la Ciencia Jurídica y el ideal de Justicia, es decir en pos de la Civilización.