Recuerdos regionales de Gerchunoff

"Entre Ríos, mi país" destaca el perfil de una provincia con identidad propia. En la obra póstuma el autor, hijo dilecto de la corriente inmigratoria llegada en la segunda mitad del siglo XIX, pinta el paisaje y los pobladores de esa tierra de lomas verdes y ondulantes. Sus páginas trasuntan belleza y emoción.

El recordado autor de Los gauchos judíos, Alberto Gerchunoff (1884-1950), describe con pinceladas magistrales en Entre Ríos, mi país, una de sus obras póstumas, la región de la Mesopotamia que se extiende entre los ríos Paraná y Uruguay. Esta nueva edición -a más de medio siglo de la primera, y otra posterior de 1973- consta de 212 páginas y corresponde a Eduner, la editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos.

Sobre los 75.759 kilómetros cuadrados que forman la superficie de esa provincia litoraleña, se han establecido desde la segunda mitad del siglo XIX, y aún en pocas posteriores, centenares de miles de habitantes de origen diverso, según señala el autor: "Italianos que traen de sus aldeas nativas la noción geométrica del surco y trazan la amelga con la perfección de un dibujo; andaluces que esparcen la canción mientras vigilan el arado; gallegos en quienes la recia línea del rostro céltico parece identificarse con los perfiles del terrón que castigan con la azada; vascos de duro temple y blando corazón; alemanes que copian con su apacible método y su cordura inalterable la vieja granja del Rin; eslavos de ojos perdidos en el horizonte que andan en el carro liso; y judíos agobiados de antigüedad y en cuya siesta del sábado, Jehová, como en el valle jordánico, bendice el florido trigal"Todos -como bien enumera Gerchunoff- se mezclan, en la policromía del paisaje, rodeado por ríos y arroyos, con la masa criolla del lugar.

IDEALIZACION

Por momentos laudatorio -a lo largo de seis capítulos, donde sobresalen "La leyenda de Montiel" o "La ciudad del poeta: Gualeguaychú" (un sentido homenaje a Olegario V. Andrade)- el escritor idealiza, en algunos aspectos, a los pobladores de una provincia que más allá de sus rasgos distintivos, se vieron obligados, en distintas etapas históricas, a una fuerte migración hacia urbes con mejores horizontes o atractivos económicos.

Entre Ríos, mi país fue para Gerchunoff -referente obligado de la literatura judía latinoamericana- un libro o testamento literario en preparación, interrumpido abruptamente en 1950 (año de su fallecimiento).

El texto, con matices de pintoresquismo, pero que no rehuye el análisis del entorno político y sociológico de esa época, no tuvo la repercusión de la ópera prima del mencionado autor -Los gauchos judíos- publicada en 1910.

Para Leonardo Senkman, autor de la introducción de Entre Ríos, mi país, esta obra constituye, junto con la Autobiografía que la precede en la misma edición, el más acabado "ejercicio literario" de Gerchunoff para afirmar su identidad provincial, a fin de pergeñar una suerte de "retrato arquetípico" de lo que se denomina el "hombre entrerriano".

Sus láminas campesinas describen personajes memorables como Nicanor Benítez, con su legendario rebenque de plata; o Remigio Calamaco, el boyero que sirvió en el Ejército de Urquiza y murió, en su última proeza de gaucho, al enlazar un toro bravo en un rodeo.

Un anexo contiene otros textos donde Gerchunoff -nacido en el seno de una familia judía y originario de la Ucrania del imperio zarista, pero cuya infancia transcurrió en las colonias agrícolas de Santa Fe y Entre Ríos (creadas por la Jewish Colonization Association)-, aborda temas atávicamente espinosos, tales como "La patria y los judíos", "La aparición del Estado judío", o "Casa con su puerta abierta".

Precisamente la "estrategia narrativa" de Entre Ríos, mi país, al decir de Senkman, consiste en recorrer -a raíz de las propias vivencias de Gerchunoff- el trayecto que va del inmigrante ruso judío que se aquerencia en la provincia -Colonia Rajil (o Raquel), departamento de Villaguay-, se nacionaliza en Buenos Aires y se consagra en ese ámbito como escritor y periodista argentino.

Desde ese marco, Gerchunoff se centra en describir como exponente del labrador entrerriano al inmigrante judío y no se detiene, salvo tangencialmente, en otras colectividades que igualmente hicieron su aporte al engrandecimiento agropecuario de Entre Ríos.

OTROS INMIGRANTES

En esa provincia -cabe aclarar- existieron, tal como el propio Gerchunoff admite, distintas ramas de la inmigración, dedicadas de manera fundamental al cultivo de la tierra, como por ejemplo, los alemanes de Rusia (Russlanddeutsche), o específicamente alemanes del Volga (Wolgadeutsche). Esta corriente inmigratoria arribó al país en 1878, en épocas de la presidencia de Nicolás Avellaneda, apenas sancionada la ley de Inmigración y Colonización 817. La cautivante historia de los alemanes de Rusia se remonta a los años 1762/1763, al dirigirse desde sus territorios germanos de origen -Hesse, Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg, y Baviera- y por iniciativa de la emperatriz Catalina II (hija del príncipe Christian Augusto), hacia ambas márgenes del río Volga (Bergseite und Wiesenseite, esto es, sector de montañas o de llanura). Esas poblaciones en tierras inhóspitas, aunque con especiales privilegios por largas décadas -que les permitieron conservar su identidad germana-, constituyeron mojones de orden y cultura, en la dilatada extensión del imperio gobernado por los zares.

Impulsados por una fuerte vocación agraria, los "hombres rubios del surco" (tal como los denomina en un entrañable libro el sacerdote José Brendel), encontraron en Entre Ríos, así como en el centro y sur de la provincia de Buenos Aires, La Pampa y el Chaco, también su "tierra de promisión".

En síntesis, la obra de Gerchunoff más allá de su aparente exaltación del regionalismo, resulta de lectura insoslayable merced a su cadencia en el texto -íntimo y confidencial-, el fluir armonioso de la sintaxis y la erudición del autor, un crítico literario de singular valía.

Quien sienta inquietud intelectual podrá descubrir en esas páginas iluminadas de belleza y nutridas de emoción -según un comentario aparecido en La Nación, el 2 de marzo de 1952- las razones históricas y sociológicas que definen, con rasgos indelebles, ya no solo una comarca de la Mesopotamia, de lomas verdes y ondulantes, sino la propia idiosincrasia de un país y de su gente.