Memorias de un periodista de raza

En "El solitario no baila la rumba", Alfredo Serra traza un recorrido por los mejores momentos en más de cinco décadas de apasionado ejercicio del oficio. Se cuentan guerras, desastres, viajes y primicias. Pero también hay espacio para la nostalgia y la confesión personal.

Fue corresponsal en dos guerras. Viajó por 30, 40 países en los cinco continentes. Descubrió a tres criminales de guerra nazis: uno de ellos Klaus Barbie, el "carnicero de Lyon", primicia mundial. Hizo mil y un reportajes en más de cincuenta años de periodismo intenso. Siempre veloz, nervioso, tecleando a "ochenta palabras por minuto" en ese estilo que es su marca de fábrica.

El que sigue prodigando para la revista Gente y la Editorial Atlántida, sus casas desde la década del "70. Fue, además, un apasionado profesor de camadas enteras de periodistas -uno de ellos, el autor de esta nota- y hasta protagonizó una película (Cracks de Nácar) con su amigo inseparable, Rómulo Berruti. ¿El tema? La peculiar devoción compartida por el "fútbol con botones".

Esa carrera (esa vida) merecía un libro de memorias. Y Alfredo Serra -Pingüino en la fauna de las redacciones-, al fin lo escribió. Se llama El solitario no baila la rumba (Planeta, 320 páginas). De ahí esta entrevista al entrevistador por excelencia.

-Usted escribió alguna vez que muchos sentían que les debía un libro. ¿Está pagando ahora finalmente esa deuda?

-Creo que sí. Pero digamos que fue una deuda a pagar en cuotas. Porque pagué una parte con Así hablan los que escriben (Atlántida, 2001). La segunda parte la pagué con un libro que quiero mucho por razones morales, Nazis en las sombras (Atlántida, 2008). 

-¿Cuál fue el origen de El solitario no baila la rumba?

-Fue así. La noche que se presentó en un hotel de Recoleta el libro Sin reservas de Martin Redrado (año 2010) se me acercó Ignacio Nacho Iraola, el director general de Planeta, un tipo brillante al que conozco desde hace muchos años. "Pingüino, escribí tus memorias", me sugirió. Le respondí que en este país las memorias de un periodista no le interesan a nadie. En Estados Unidos sí. Pero él fue muy claro. "Vos escribilo", dijo. "De todo lo demás me ocupo yo".

LA ESCRITURA

-¿Y cómo fue el proceso de escritura?

-Bien. Pasaron como dos años y un día me acordé de una historia, que es la que se titula "Lobisón". No es una historia mía sino que me la contó un tío y a mí me encantaba. Es muy cómica y habla mucho de lo que es la ignorancia pueblerina. La escribí y me gustó. Y así empecé. Trabajaba en los ratos libres. Por suerte soy muy rápido para escribir, es una virtud que tuve siempre. Me jacto de ello. Y eso porque trabajé en medios como la Crítica que se moría, en la que tenías que hacer de todo. Trabajé en Crónica, que era un diario nuevo, donde también tenías que hacer de todo. Hasta turf hice un día. Me formé en redacciones muy duras y a cualquier hora. Eso te da una gran práctica y una gran velocidad.

-¿Lo fue enviando por partes?

-No. Más o menos me tomó un año. Cada dos o tres días escribía una historia. Y los martes, que no trabajo, hacía otras en casa. Cuando lo terminé, lo entregué. Admito que el título era riesgoso, no muy vendedor, aunque a mí me encantó. Pensé que me lo iban a cambiar. Pero ni chistaron. 

-Al leer los muchos viajes que hizo como enviado al exterior llama la atención los recursos que disponían los medios de aquella época, en las décadas del "60 o "70.

-Sí, eso era impresionante. Cuando entré en Gente la revista tiraba 250.000 o 300.000 ejemplares por número y los agotaba. Las revistas se vendían mucho y la televisión no era lo que es hoy. Y la radio tampoco. Ahora la gente tiene gratis -o casi gratis- televisión, chimentos. Y hay que decir que el gusto del público se ha degradado. Lo digo con total certeza porque tengo los años suficientes como para haber conocido una radio muy culta y muy buena, y una televisión que apostaba a un nivel un poquito más alto que el de hoy. Ha habido un proceso de desculturización. Antes yo soñaba con vivir en el país de Sarmiento y ahora vivo en el país del Viejo Vizcacha.

-En el libro no sólo hay recuerdos de guerras o desastres. También hay textos confesionales, más íntimos, algo raro en usted. 

-Es verdad. Yo a mis alumnos les decía que iba a ser lo menos autorreferencial posible porque mis experiencias no les iban a servir para aprender. Aquí en cambio pueden servir casi como un testimonio histórico.

-¿Qué tipo de periodista hubiera sido usted, Serra, sin los libros?

-Ni la mitad de lo que soy. Cuando entré en Crítica a los 19 o 20 años todos mis compañeros leían libros. Leían a Joyce, el teatro de Pinter. Todos escribían, además. Uno de ellos era Joaquín Giannuzzi, que es de los grandes poetas argentinos, casi te diría que irrepetible. Quien un día se me acercó y me preguntó: "¿Quién sos vos? ¿Cuáles son tus obras completas?". Le contesté que no tenía porque recién empezaba. "¿Y leíste a los rusos?". Todavía no, respondí. "Bueno, no vuelvas a dirigirme la palabra hasta que hayas leído a los rusos". Se dio media vuelta y se fue. Pasó un año. En ese tiempo yo había leído en los clásicos de Aguilar a los dos o tres rusos básicos. Y un buen día me acerqué al poeta y le dije: "Señor Giannuzzi: he leído a los rusos". Pensé que me iba a preguntar cuáles y cuánto había leído. Pero no. Se levantó como un resorte, me dio un abrazo y me dijo: "Ahora podemos ser amigos para toda la vida".

-En estas memorias hay, además, un cuento. ¿Le quedó algún otro por ahí guardado?

-No, no hay más. A mí no se me ha dado bien la ficción. No lo he intentado nunca porque no se me ocurren argumentos ficcionales. No tengo pasta para eso. Trabajo en cambio sobre la realidad. En periodismo puedo hacer cualquier cosa. Hasta he sido columnista de economía y de política. Desde luego que me gusta leer ficción. Más que nada leo ficción. Aunque obras nuevas no leo casi ninguna.

-¿Y a qué autores vuelve?

-Al Vargas Llosa de las primeras épocas, hasta La fiesta del chivo. A García Márquez en los Doce cuentos peregrinos, que escribió para mantener la mano caliente. Shakespeare por supuesto y por cualquier lado: lo abro y leo. Una novela que amo profundamente es Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. Obra perfecta sobre un gran momento histórico. Vuelvo a leer cuentos de Isidoro Blaisten, de Abelardo Castillo. Por ahí agarro un Dickens. Ahora estoy releyendo cosas de Quevedo. A Osvaldo Soriano también lo releo mucho. Me parece un escritor maravilloso, injustamente ninguneado por las capillas literarias argentinas. Yo incluso llegué a ser jefe del Gordo en una revista que duró muy poco tiempo. ¡Qué curioso es este gremio! Teniendo en cuenta quién fue Soriano y quién soy yo hay algo que no encaja. El fue un gran escritor y yo hago bien mi trabajo pero nunca voy a escribir una novela, eso descontálo.