Añoranza del tiempo que se fue

A propósito de Willa Cather, maestra olvidada de la novela norteamericana. La publicación de "Sapphira y la joven esclava" permite redescubrir a una autora notable por sus obras de tono a la vez realista y elegíaco. Un arte narrativo basado en el recuerdo.

La vida en el campo, el gusto por la naturaleza, la inocente evocación de un tiempo pasado, el heroísmo cotidiano de seres en lucha contra los elementos o la maldad de sus semejantes. De esos temas, entre otros, tratan los libros de Willa Cather, una olvidada autora norteamericana con pleno derecho a ser incluida entre los mejores novelistas que surgieron en su país a comienzos del siglo XX.

Si los críticos la estudian hoy es más por su presunta condición sexual -se afirma que fue lesbiana- que por el mérito de sus novelas, escritas en un realismo tolstoyano -de tono, aunque no de alcance- que pretende narrar las vidas de seres humanos concretos, nada arquetípicos, al margen de los audaces experimentos literarios de su tiempo. Porque Cather no fue una innovadora del arte de narrar.

Sus libros prescindieron del monólogo interior, de los relatos enmarcados, del juego entre puntos de vista o tiempos verbales. A despecho de una temprana admiración por el intrincado Henry James, se propuso casi siempre contar historias lineales que siguieran la vida de un personaje o de una familia a través de las dichas y miserias de cualquier destino humano en su paso por este mundo.

Por lo general eligió situar esas historias en el pasado, un pasado que en sus libros revive idealizado y cubierto de una pátina de tierna añoranza. De ahí que tampoco pueda decirse que Cather haya escrito novelas históricas en sentido estricto.

Willela Sibert Cather vivió entre 1873 y 1947. Vale decir que fue contemporánea de Joyce, de Proust, de Conrad y de Virginia Woolf, y que en su país perteneció a la generación literaria anterior a la de Hemingway, Faulkner, Steinbeck y Scott Fitzgerald.

Formada como periodista de gran éxito en Nueva York, escribió un volumen de poesía, tres recopilaciones de cuentos y doce novelas, la penúltima de las cuales, Sapphira y la joven esclava (1940), llega ahora a las librerías rescatada por la editorial española Impedimenta.

HISTORIA CREPUSCULAR

Esta historia crepuscular transcurre en la región natal de Cather, el estado de Virginia, desde donde su familia emigró hacia las praderas de Nebraska, el escenario de las novelas más conocidas de la autora, como Pioneros (1913) o Mi Antonia (1918). La acción se desarrolla en 1856, cinco años antes del estallido de la Guerra Civil estadounidense. El argumento gira en torno de la sorda disputa que Sapphira Colbert, una estricta matriarca de ilustre prosapia terrateniente, mantiene con su esposo Henry, el molinero de la propiedad, por la simpatía de la bella esclava mestiza Nancy. Sapphira intuye que entre Nancy y Henry, quien hace tiempo no comparte el lecho con su esposa, puede haber algo más que la devoción de una sirvienta por su amo introvertido y silencioso. Recluida en una silla de ruedas debido a la hidropesía, la dueña de la Granja del Molino urde entonces un plan para apartar y deshonrar a la muchacha con la ayuda de un sobrino conocido por sus calaveradas.

Queda insinuado entonces que la novela tiene el sabor de un suave melodrama, si bien Cather nunca exagera en el dramatismo ni se permite cargar las tintas sobre nadie. Sus villanos no lo son tanto como para no arrepentirse y sus víctimas, aunque sufren, nunca quedan del todo desvalidas. Un final recapitulatorio aguarda al lector en el epílogo situado 25 años después del núcleo de la trama.

Como en otras obras de Cather, la novela atrae menos por el conflicto algo inocente del argumento que por sus descripciones de paisajes, situaciones o personas. Hay un realismo de las cosas sencillas que la autora practica con precisión y encanto. Así, los preparativos para la salida del coche de Sapphira, la acelerada limpieza de la alcoba de la matriarca durante uno de sus viajes o la organización del velatorio de una querida sirvienta negra ("Los negros siempre se mostraban joviales después de un funeral, y este funeral había complacido a todos", apunta la voz narradora) son breves joyas narrativas que sirven a la vez para transportar al lector en el tiempo y el espacio hacia la vida cotidiana de una finca en la Virginia del siglo XIX. 

El sello típico de Cather es un persistente tono elegíaco que orienta una forma de narrar en la que la naturaleza, casi un personaje más, delimita el carácter de las personas e incentiva sus frecuentes recuerdos. Sus novelas son espacios hospitalarios que transmiten las mismas cualidades que aquel barranco de Virginia descripto en Sapphira..., muy elegido por los viajeros para descansar a mitad de sus travesías entre las colinas, y que ellos recordaban, con un "eco lento y evocador" en sus voces, por "la sombra, la inmaculada belleza, la agradable sensación que le invadía a uno cuando estaba allí".

Precursora de los gigantes de la generación perdida, admirada por Truman Capote (vale la pena releer lo que escribió de ella en Música para camaleones), soslayada por el paso del tiempo y las modas literarias, Willa Cather fue una escritora formidable, digna heredera del siglo XIX, el siglo por excelencia de la novela, y poseedora de unas virtudes que terminan disimuladas por la aparente simpleza de su arte narrativo. Nunca será tarde para redescubrirla.