La fe en la tierra del Papa

En "Cuestión de fe", la periodista Lorena Oliva examina los rasgos de la religiosidad argentina. Y constata cómo declinó la influencia cultural de la Iglesia en nuestro país en la última década.

Desde que el papa es argentino y sus actividades cubren las páginas de los diarios, la crisis de fe que afecta a los católicos en nuestro país quedó olvidada. Un libro de la periodista Lorena Oliva, titulado Cuestión de fe, que acaba de publicar Sudamericana, vuelve a dejar a la vista con crudeza los efectos de esa crisis al examinar en qué creen los argentinos y cómo son sus costumbres religiosas.

Oliva (Buenos Aires, 1975), que escribe en el diario La Nación, se sirve de las investigaciones académicas publicadas en los últimos años para revisar el amplio campo religioso de nuestro país y sus raíces sociales y políticas.

La autora observa una pérdida de influencia cultural de la Iglesia católica, acentuada en la última década, que dio espacio a otras expresiones religiosas.

De hecho, el punto de partida de su investigación fue "el acuerdo social" que notó en 2010 con sorpresa en torno a la nueva Ley de Matrimonio Civil, que legalizó las uniones homosexuales, y que "dejó expuesto en forma drástica el escaso nivel de incidencia de la moral católica".

Según las estadísticas que Oliva toma como referencia, el 75% de los argentinos se identifica como católico pero "una proporción nada desdeñable de ellos está bastante reñida con la tradición".

MEDIO DE SALVACION

Los mismos sondeos indican que solo un 13% de los católicos asiste a misa una vez por semana y que, si bien no decae el número de bautismos, las motivaciones para que los niños accedan a ese sacramento son curiosas, como revelan frases del tipo "un poco de agua bendita mal no le va a hacer".

Los rasgos de esa religiosidad que describe Oliva sugieren al lector que muchos fieles no ven por qué adorar a Dios porque no saben ya lo que creen, ni tampoco las consecuencias de no creer.

Incluso el hecho de que una mayoría de los argentinos se manifieste a favor de que haya una materia de religión en las escuelas, pero solo el 14% considere que esa enseñanza debe ser católica, revela cuántos han dejado de creer en la Iglesia católica como medio de salvación.

La autora constata el rechazo a las enseñanzas de la Iglesia en la esfera personal más privada de los individuos, "allí donde se definen cuestiones relacionadas con la vida de pareja, la planificación familiar o, incluso, las costumbres sexuales".

También describe un modo de conectarse con la fe que es difuso, variable y marcado por las experiencias personales, como demuestra la devoción por figuras del santoral católico como San Expedito o la Virgen Desatanudos, o el poder de convocatoria de algunos sacerdotes sanadores.

Su enfoque sociológico, y de inspiración laico, la lleva a interpretar que ya no hay uno solo sino varios catolicismos. "¿No aceptar algunos preceptos dogmáticos o cultuales más tradicionales significa un menor nivel de creencia?", pregunta, sin saber que la negación de un solo dogma significa haber perdido la fe.

Por el contrario, la autora, siguiendo el campo académico laico, ensaya un revisionismo histórico del catolicismo con la idea de que el vínculo de los argentinos con la fe ya era en el pasado más lavado de lo que se supone. Y por eso explora las raíces políticas de la hegemonía de la Iglesia.

El libro de Oliva, sin embargo, admite otra reflexión: que la crisis de las costumbres que revelan las encuestas acompaña la crisis de fe, y que el rechazo a las enseñanzas de la Iglesia no daña a la institución, como suele suponerse, sino que pone en duda la salvación de los fieles.

Es evidente que si las encuestas sondearan lo que los fieles saben encontrarían una asombrosa ignorancia sobre las más elementales nociones de fe.

La confusión, bajo la forma de una supuesta autonomía de la conducta, se extiende con rapidez a medida que decae la formación religiosa individual y la influencia cultural del catolicismo, con una Iglesia que flexibiliza su mirada para abrazar a más fieles, como constata la propia autora.

En un país donde, como nota bien Oliva, ya no hay intelectuales católicos que defiendan los postulados de la fe como en el siglo pasado, y donde buena parte de los obispos son conocidos más por ocuparse de asuntos como la pobreza material o la droga que por su labor de esclarecimiento doctrinal, el repliegue no puede más que acelerarse. Si no fuera, claro está, por la intervención de la Divina Providencia.