La conversión de Houellebecq

Envuelta en la polémica, su última novela, "Sumisión" seduce menos por su futurismo político que por la defensa del papel de la religión en un mundo secularizado. Una ficción que puede ser también una advertencia y una hoja de ruta.

Un gran malentendido parece haber acompañado desde el principio a Sumisión, la última novela de Michel Houellebecq. Ya a partir de su fecha de presentación, que por casualidad coincidió con el ataque islamista a la sede parisina de la revista atea y satírica Charlie Hebdo, en enero pasado, la obra y su autor fueron tachados de provocadores o proféticos, según quién fuera el observador.

A tal punto llegó la confusión que desde entonces Houellebecq vive custodiado como si fuera un nuevo Salman Rushdie, un irreverente presto a ser liquidado por extremistas intolerantes. Es obvio que quienes eso piensan no han leído la novela.

Ocurre que Sumisión (Anagrama, 286 páginas) es cualquier cosa menos una ofensa al islam. En realidad, expresado de otro modo, bien podría decirse que se trata de una defensa del espíritu religioso en un mundo secularizado. Ese es su tema y allí reside su originalidad, y no tanto en el argumento, tan espectacular como inverosímil, que imagina el sometimiento de Francia a la Hermandad Musulmana, aunque no por las armas sino por el libre juego del sistema democrático. 

La novela es la historia de una conversión: la conversión de un hombre, Franois, envuelta en la conversión de todo un país y una cultura. Hasta podría alegarse que la trama del triunfo electoral de un partido islámico en la cercana Francia del año 2022 no es más que una excusa para que Houellebecq explore el tema que de verdad parece interesarle: la decadencia de las modernas sociedades occidentales y el modo en que la religión puede contener o revertir ese declive.

El protagonista-narrador, Franois, encarna esa decadencia. Es un profesor cuarentón experto en la obra del francés J.K. Huysmans (1848-1907), quien fue un escritor converso al catolicismo y de algún modo es el otro protagonista de la historia. Franois da clases en la Sorbona, pero carece de toda vocación docente.

Cada tanto toma de amante a alguna de sus jóvenes alumnas y una de ellas, Myriam, de origen judío, fue algo así como su novia. Pero vive solo y no tiene deseos de formar una familia (sus padres han muerto en el transcurso de unos meses). Su vida se vuelve cada vez más vacía y monótona. Está deprimido. Usando un antiguo término católico, podría decirse que sufre de acedia.

Es a este hombre a quien Houellebecq elige seguir en medio del vendaval que significa el triunfo en las urnas de la Hermandad Musulmana y los cambios posteriores que, casi de la noche a la mañana, ponen patas para arriba a una sociedad laica y capitalista, en la que sus nuevos gobernantes deciden revalorizar a la familia, islamizar la educación, establecer la poligamia y adoptar el distributismo, la olvidada doctrina económica que a principios del siglo XX pregonaban los escritores católicos británicos G.K. Chesterton y Hilaire Belloc. 

Al igual que a esa Francia decadente, la conversión al islam le llegará a Franois como un salvavidas, una salida oportuna del marasmo en el que se había hundido. Pero no será un cambio sincero ni profundo. El abúlico profesor acaso necesite atravesar otra etapa en su peregrinación.

Houellebecq ha declarado a la prensa que su intención original era contar una conversión, sí, pero al catolicismo. De ahí, tal vez, la insistencia en entremezclar las peripecias de Franois con la vida y la obra de Huysmans, casi su alter ego. Sin embargo, a poco de andar, el autor descubrió que esa historia carecía de desarrollo narrativo: una vez contada se extinguía el suspenso. Resolvió entonces sustituir el catolicismo por el islam, y desde el punto de vista comercial no hay dudas de que acertó.

Pero al terminar la lectura subsiste la impresión de que algo quedó del plan original en una obra que se expresa mejor en la pregunta que formula uno de sus personajes secundarios, embarcado en su propio proceso de exploración religiosa: "sin la cristiandad, las naciones europeas no eran más que cuerpos sin alma, unos zombis. La cuestión era la siguiente: ¿podía revivir la cristiandad?".

Uno tiene la sospecha de que la novela de Houellebecq es su inesperada manera de responder que sí.