Gina y Ladislao Ladanyi se conocieron y enamoraron en un barco rumbo a Sudamérica tras sobrevivir al Holocausto

Un gran amor que venció al horror

Llevan 64 años de matrimonio. Ella estuvo en un campo de trabajos forzados en Checoslovaquia y el se salvó del exterminio gracias a la ayuda del diplomático Raoul Wallenberg. Fueron reconocidos por la legislatura porteña personalidades destacadas de los derechos humanos.

 

 

Gina se levanta despacio y va cerca de Ladislao para que los retraten juntos. Lo mira de frente y sus grandes ojos azules comienzan a brillar más. El le sonríe, gentil, y le besa la mano. Llevan 64 años de casados. Construyeron en Buenos Aires una familia que le dio dos hijas, nietos y bisnietos.
Los une el cariño mutuo y por sus seres cercanos. Y también el haber sido sobrevivientes del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Se unieron para siempre mientras venían hacia la Argentina. Y sellaron un amor que les permitió vencer al horror.
Gina Sal de Ladanyi, de 94 años, nació en Sosnowiec, Polonia y vivió su infancia en Katowice, otro pequeño poblado cerca de la frontera con Alemania. Su padre tenía un negocio de venta de abrigos. Tuvo un hermano, Beno, y una mamá que falleció antes de la guerra.
Gina a los ocho años fue a un internado en Alemania, donde estaban sus abuelos. A su regreso, antes del estallido bélico, no le resultaba fácil caminar por las calles del pueblo polaco. "Cuando me rodeaban varios chicos para molestarme me salvé varias veces que me golpearan porque mi hermano boxeaba muy bien, fue el único judío que pudo entrar al club de policía polaco, y me reconocían como su hermana.
Tras la invasión alemana a Polonia, la situación para Gina y su familia fue empeorando día a día. "Se formó un gueto y tuvimos que mudarnos a un departamento donde vivíamos muchas familias. Como casi no había comida, mi hermano solía ir a buscarla al campo. No tenía rasgos típicamente judíos entonces pasaba. Pero un día lo atraparon". El joven murió en Auschwitz.
"Nos mandaron una carta diciendo que había muerto por neumonía y que por cinco marcos nos mandaban sus cenizas".

LAS TARJETAS
Poco después Gina fue seleccionada por los nazis para trabajar en una oficina. ""Como hablaba polaco y alemán les servía. Tenía que confeccionar las tarjetas de diversos colores. Un color significaba que un judío servía para trabajar en tareas pesadas y otros, si no tenían alguna cualidad para campos de exterminio".
"Cuando veía que alguna chica era sostén de familia cambiaba el color para salvarle la vida. Pude salvar a varias hasta que se dieron cuenta y me enviaron a un campo de concentración".
Gina aún recuerda el momento de despedirse de su padre. "Fue la última vez que lo vi. Se enteró que me deportaban y se asomó por la ventana de la oficina con su mano en alto".
De allí pasó a un campo de trabajos forzados en la ciudad de Pozici en Checoslovaquia. "Trabajábamos con unas grandes máquinas que convertían pasto en telas para cobertores de camiones o uniformes militares".
"Era un trabajo durísimo. Cuando uno de los hilos que iban en los tambores se rompía teníamos que pararlo con la panza. Esto hizo que de las que sobrevivimos allí muy pocas pudiéramos tener hijos, muchas quedaron lastimadas".
Gina estuvo en ese campo cuatro años. ""Algo de lo que nunca pude olvidarme fue del hambre que pasamos. Nos daban una sopa con cuatro pedacitos de grasa y si teníamos suerte a alguna nos tocaba alguna hoja de papa"".

MIEDO A SALIR
Además aún lleva en la memoria la golpiza que recibió cuando unas mujeres uniformadas la obligaron a destapar con un palo un caño cloacal. ""Sin querer las manché cuando destapaba y una de ellas me dio tal paliza que me hizo perder para siempre la audición de mi oído izquierdo. Solo la esperanza de reencontrarme con mi padre mantuvo mis deseos de seguir viva"".
Al terminar la guerra fueron los rusos quienes entraron al campo húngaro para liberar a los prisioneros. "Nos dijeron "están libres", pero nadie se movió por horas, teníamos miedo de que nos podía pasar afuera".
Gina deambuló por varios días. Luego trabajó para los norteamericanos, se enteró de la muerte de su padre, y decidió venir a la Argentina donde vivía una tía suya.

WALLENBERG Y SU AYUDA
Ladislao Ladanyi (93) nació en Berlin, Alemania. Era hijo de un húngaro que trabajaba como modelista para la aristocracia de ese país. Cuando empezaron las persecusiones a los judíos su hermana viajó a la Argentina.
Poco después de iniciada la guerra, algunos clientes le advirtieron al padre que los nazis destruirían los negocios judíos y decidió emigrar a Hungría, donde al poco tiempo falleció la madre de Ladislao.
En Budapest, el barrio judío donde vivían se convirtió en Gueto. ""Fue muy duro, compartíamos el miedo con un montón de gente en los departamentos"", recuerda.
Antes de convertirse en gueto cerrado, Ladislao fue a varias embajadas y consulados dejando sus datos, tratando de ver si podía conseguir una visa para ir a ver a su hermana.

"Un día llegó hasta el gueto una persona que dijo ser diplomático sueco y me entregó un pasaporte que decía que yo era ciudadano sueco con la firma de la corona y dijo a los guardias que no podían hacerme nada que tenía inmunidad", expresa Ladislao.
Tiempo después pudo averiguar que en la embajada Argentina le pasaron sus papeles a la embajada sueca quien puso en conocimiento de su situación a Raoul Wallenberg, un diplomático que con valentía y astucia logró salvar la vida de cerca de 100 mil judíos en Hungría. "Siempre le estaré agradecido a Wallenberg fue mi salvador", dice Ladislao.

Wallenberg mudó la mayor cantidad de gente que pudo a unas casas frente al Danubio disfrazadas como oficinas de la Cruz Roja. Sin embargo, el 31 de diciembre de 1944 los nazis impartieron la voz de que debían en una hora salir todos de esas casas. Ladislao y su padre se escondieron. A los que abandonaron el lugar los mataron y aparecieron flotando en aguas del Danubio.

EN CUBIERTA
Terminada la guerra, Ladislao y su padre se quedaron dos años ayudando en la reconstrucción de Budapest. Al morir el sastre, decidió viajar a la Argentina a reencontarse con su hermana.
Corría el año 47 cuando tomó el vapor Desirade rumbo a Sudamérica. Una mañana, fue a cubierta y vio a una joven que miraba el inmenso mar. Se acercó y le dijo en alemán ¿Viaja usted sola? Gina le contestó que sí. El destino quiso que ella le contestara en su idioma nativo porque si no él pensó que no intentaría hablar más. Así empezó esta historia de amor que cumple más de medio siglo. Una historia de amor que les permitió, sin olvidar, poder vencer al horror.