MIRADOR POLITICO

Lo que perdió Cristina

En los diez años de lo que el Gobierno denomina "década ganada", la Presidenta perdió algo que había recuperado Néstor Kirchner: la autoridad presidencial y el control de las variables macroeconómicas fundamentales. También sufre una derrota en la batalla por el "relato": inventó el mito de la transformación económica y social argentina que no sólo no se verifica en los hechos, sino que además está siendo manchado con cada vez más indicios de corrupción a gran escala.

Junto con la última celebración del 25 de Mayo se produjo un debate un tanto indigente sobre los 10 años de gobierno kirchnerista. El oficialismo los bautizó la "década ganada", mientras la oposición los consideró un desperdicio. Una oportunidad inigualable para el despegue del país perdida, dilapidada por culpa del populismo, el electoralismo y la irresponsabilidad política.

Pero plantear la cuestión en esos términos lleva a una trampa; la de confundir al país con el Gobierno. El país pudo haber perdido la oportunidad, el Gobierno "K" perdió otras cosas. A estar con los actuales movimientos en la interna peronista, su pérdida más notoria ha sido la de futuro.

¿Qué perdió la presidenta Cristina Fernández con el correr de estos 10 años y, especialmente, de los últimos dos? En primer lugar, algo que había recuperado su difunto esposo: la autoridad presidencial. Tras la crisis de 2001 la sociedad se había rebelado, pero Néstor Kirchner supo capear esa tormenta, lo que le sirvió para acumular un poder institucional sin precedentes. Y ahí estuvo el problema. Con prácticamente todo el poder estatal en sus manos la autoridad se convirtió en autoritarismo. Esto generó su primera derrota -el hundimiento en el Senado de la resolución 125- prólogo del triunfo opositor en 2009.

También perdió el control de las variables macroeconómicas fundamentales: superávit fiscal, nivel de cambio competitivo, estabilidad monetaria, etcétera. Ese es hoy su déficit más peligroso. El grueso de la sociedad ve que no resuelve los problemas más acuciantes -inflación, excesivo gasto público, emisionismo- y ya está empezando a convencerse de que sólo un cambio en el puente de mando puede volver a enderezar el rumbo de la economía.

Por último, también está perdiendo la batalla por el "relato". Inventó una suerte de mito de la transformación económica y social argentina que no sólo no se verifica en los hechos, sino que además está siendo manchado con cada vez más indicios de corrupción a gran escala. Es decir, nada distinto.

A lo que hay que sumar la incoherencia ideológica propia del peronismo que puede ser conservador, populista, liberal, de derecha, guerrillero y represivo sucesiva y hasta simultáneamente. En el caso del kirchnerismo a esto se añade un vaciamiento doctrinario casi completo. Su ideólogo más escuchado por la Presidenta es un productor de televisión y sus gurúes, los directores de cámara. No hay lugar para el debate, ni para la filosofía o la política, sólo para la teatrilización. Por eso los "intelectuales" de Carta Abierta hacen en realidad de comparsa y repiten los argumentos que le oyen a la Presidenta. Es difícil encontrar una reducción más grosera de la ideología a la estética del espectáculo.

Son estas pérdidas las que condicionan al kirchnerismo. Una década en el poder genera un desgaste inexorable que está empezando a sentirse como falta de horizonte. De allí la necesidad de cambio en un proceso semejante al de 1999, después de una década de menemismo. Entonces el cuadro económico era más grave, pero hay algo en común entre ambas situaciones: nadie cree que el que provocó el problema y lo niega pueda ser el encargado de resolverlo.