El musical con las canciones de Sabina atrapa por su historia y el despliegue coreográfico

De matones y chicas "ligeras"

El "thriller" musical basado en las canciones de Joaquín Sabina, con pinceladas también de humor y romance, tiene (casi) todo para atrapar con su historia de matones y chicas al límite, al dinamizar el relato con melodías por todos conocidas, que invitan al tarareo.

Más de 100 mentiras. El musical. Dirección general: David Serrano. Libro original: D. Serrano, Diego San José, Fernando Castets. Música y letras: Joaquín Sabina. Dirección musical: Gaby Goldman. Coreografía y directora residente: Elizabeth de Chapeaurouge. Diseño de vestuario: Fabián Luca. Diseño de escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Diseño de iluminación: Marcelo Cuervo. Intérpretes: Luz Cipriota, Christian Giménez, Diego Hodara, Sebastián Holz, Rodrigo Segura y elenco. En el teatro Liceo.


Si no fuera porque le cuesta arrancar, encontrar el ritmo, ganar altura... Si los primeros quince minutos hallaran su cauce (y claro que hay chances de que eso ocurra todavía), "Más de 100 mentiras" sería un entretenimiento formidable. El "thriller" musical basado en las canciones de Joaquín Sabina, con pinceladas también de humor y romance, tiene (casi) todo para atrapar con su historia de matones y chicas al límite, al dinamizar el relato con melodías por todos conocidas, que invitan al tarareo.
Cuenta la obra una historia sencilla pero no ramplona, sobre tres amigos non sanctos y una muchacha de vida ligera (más un ánima que supo ser del grupo y ahora no deja de azuzarlos), dispuestos a vengar al amigo caído y dar un gran golpe que les garantice la seguridad económica y una mejor existencia lejos del puticlub que regentean.
Lleva adelante la trama un elenco sin nombres rutilantes pero con artistas de una gran solvencia para transitar el género (lo que es mucho mejor, por cierto). Hay una buena orquesta en vivo, decorados que giran, luces robóticas. Y una coreografía deslumbrante que va del hip hop al flamenco y el theatre dance, que fuera creada para la versión española de este musical por un combinado de ¡nueve coreógrafos! (entre ellos, la argentina Elizabeth de Chapeaurouge, aquí directora residente).
Es que esta obra que fue estrenada en el madrileño teatro Rialto en octubre de 2011 y cumplió ya su segunda temporada, como el propio Sabina, lleva desde el minuto uno la marca argentina en el orillo. Además del aporte de Chapeaurouge, cuenta con el argentino Fernando Castets como coautor del libro original, y otro compatriota, Juan Pablo Di Pace, se lució en España como uno de los protagonistas.

VIBRAN LOS CUERPOS
Pero volviendo al diseño coreográfico, sin duda es uno de los máximos atractivos de esta pieza al aportar el brillo, la melancolía y la garra que cada momento exige y que los artistas, todos, transmiten con certera naturalidad. La labor de Chapeaurouge y sus coequipers no luciría como lo hace si no fuera por los instrumentos tan valiosos con que cuentan, con puntales dentro del ensamble de la talla de Juan José Marco, Augusto Fraga y Florencia Viterbo.
En cuanto a los protagonistas, disipada la niebla de los primeros minutos (producto también de un libro que se apura en plantear las relaciones), los cinco consiguen su destaque al exponer las fortalezas y debilidades de los personajes desde las voces bien trabajadas e involucrándose de lleno en las situaciones.
Si a todo esto le sumamos los mejores temas de Sabina (que no son los mismos que se escuchan en la versión española sino los que aquí más conocemos), de una impronta tan porteña en algún punto, el círculo cierra perfecto. No suenan igual que en su garganta con arena, es cierto, pero esta obra hace honor a los bajos fondos que Sabina acostumbra transitar.