"El león de invierno" muestra un modelo de decadencia familiar signado por la ambición

El reflejo de un juego cruel

La obra pone en primer plano la sed de poder y conquista terrena de los personajes, para quienes el cuerpo solía cumplir la función de un "objeto", ya que los negocios y las conquistas se discutían, como en un juego de ajedrez, en las camas de unos y otros.

"El león de invierno" de James Goldman, en versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Dirección: Pompeyo Audivert. Iluminación: Leandra Rodríguez. Vestuario: Julio Suárez. Escenografía: Ana Audivert. Actores: Leonor Manso, Daniel Fanego, Sergio Surraco, Fabio Di Tomaso, María Alché, Manuel Fanego e Ignacio Rogers. Teatro Regina/TSU, el sábado 5.

Enrique II de Inglaterra, fue el primer rey de la dinastía de los Plantagenet, a la que también perteneció Ricardo III, duque de Gloucester. Hombre sin escrúpulos, como el enamorado de lady Ana, en la pieza de Shakespeare, Enrique II se casó con Leonor de Aquitania, por aquellos años, a fines del 1100 -la pieza transcurre en la Navidad de 1183-, dueña de un territorio, que en su extensión competía ampliamente, con el reino de Francia, representado por el joven Felipe II.
Dos datos de lo que ofrecerá la pieza ilustran el entorno moral de aquella época: mientras Eduardo (Daniel Fanego) tenía por amante a Alix (María Alché), la joven hermana de Felipe II (Ignacio Rogers); su mujer Leonor (Leonor Manso) cumplía diez años de estar recluída, presa, por orden de su marido, en uno de sus castillos y era odiada por sus hijos: "Juancito" o Juan sin Tierra (Manuel Fanego), Godofredo (Fabio Di Tomaso) y Ricardo Corazón de León (Sergio Surraco).

CORONA EN JUEGO
Elos representan la clave de la decadencia de una dinastía. Porque mientras Juan era el preferido del padre y su sucesor; Ricardo lo era de su madre, con la que vivía una situación incestuosa por conveniencia, ya que él aspiraba a heredar el territorio de Aquitania, que la reina no estaba dispuesta a ceder a nadie. En tanto Godofredo es "el desterrado", ignorado hijo de la pareja, quien con sus intrigas aceleró el proceso para que cada integrante mostrara su verdadero repertorio de odios, venganzas y resentimientos.
Hay un monólogo que dice la madre a sus tres hijos, cuando éstos después de atentar contra su padre, están detenido. Ella da a entender que su familia sólo está para empuñar la espada y dejar correr la sangre de quien sea. No importa si los atan lazos familiares, por cercanos que sean.
En la pñieza el detonante del conflicto es la reunión a la que convoca Eduardo II para elegir a su sucesor, lo que provoca un acelerado quiebre familiar, que incluye, hasta el intento de asesinato.
La pieza es conocida y aún se mantiene fresco el recuerdo del filme homónimo, que Peter O"Toole y Katharine Hupburn protagonizaron en 1968, dirigidos por Anthony Harvey, por el que ella ganó un Oscar.
Ahora, la dirección de Pompeyo Audivert va describiendo paso a paso la contienda familiar y exponiendo con una original capacidad de síntesis, la ambición, el desasosiego y las amargas virtudes de cada integrante de una familia, cuyos hijos son el fiel reflejo de la amoralidad y corrupción que caracterizó la vida de sus padres.

SED DE PODER
La obra pone en primer plano la sed de poder y conquista terrena de los personajes, para quienes el cuerpo solía cumplir la función de un "objeto", ya que los negocios y las conquistas se discutían, como en un juego de ajedrez, en las camas de unos y otros. Un ejemplo de esto es la relación del padre con Alix de Francia, o la oculta relación entre Ricardo Corazón de León y Felipe II.
El director señala con intensidad dramática y pronunciada ironía, que roza la comedia negra, que se está en presencia de un contrastado juego de espejos que nadie puede impedir que reflejen el alma y hasta la irracionalidad de unos seres desquiciados
En un escenario despojado, la puesta se apoya en un admirable equipo de actores, en el que ninguno desentona un instante.
Si Leonor Manso resplandece en ese estado de locura que le da a su reina de Aquitania, Daniel Fanego le aporta a su Enrique II, la astucia y el cinismo de una ambición sin límites. Mientras que el equipo más joven -Sergio Surraco, María Alché, Manuel Fanego, Fabio Di Tomaso e Ignacio Rogers-, aporta una admirable gama de matices interpretativos.