Crítica: "Ghost Rider II. Espíritu de venganza" tiene atractivas locaciones y efectos

Un héroe bastante confundido

Ficha técnica:
"Ghost Rider II. Espíritu de venganza" (Ghost Rider: Spirit of Vengeance). Estados Unidos, 2011. Dirección: Mark Neveldine y Brian Taylor. Guión: Scott N Gimple, Seth Hoffman y David S. Goyer. Fotografía: Brandon Trost. Actores: Nicolas Cage, Idris Elba y Ciarán Hinds. Presenta: Energía entusiasta. Duración: 121 minutos. Calificación: Para mayores de 13 años.

La factoría Marvel se caracterizó por la imaginación de una variedad de personajes, desde "Capitán América", pasando por "Los cuatro magníficos", o el "Hombre Araña". Compañía creada en 1939, abasteció especialmente el mundo de la historieta, hasta la reciente época en que la compañía Disney la compró.

Pero estas son otras épocas y los héroes, o superhéroes salen medio torcidos como este "motorista fantasma" llamado Johnny Blaze, que por intentar salvar al padre tuvo la idea de pactar con el Diablo como si fuera el señor de la vuelta de casa.

Así perdió su alma y se transformó en algo así como un marginal que anda a la buena de Dios, torturado y conflictivo, cumpliendo las tareas que se le encomiendan.

Si Peter Fonda era su Mefistófeles hace cinco años en el primer filme de la serie, ahora, más acorde con la modernidad, el Diablo tiene la cara del señor Dumbledore, el mismo de Harry Potter.

LOS MONJES

Esta vez el torturado Johnny Blaze es reclutado por unos monjes de la Orden de Miguel Angel, que viven en Europa del Este, para proteger al hijo del Diablo que tuvo un affaire con una rusa (también los países se ponen de moda).

Luego de una impactante escena de superacción en el comienzo (lo mejor de la película), ubicada en ámbitos eclesiásticos, monasterio en escarpada montaña mediante y donde conocemos a la bella rusa y su hijo, el filme comienza a irse en picada.

El libreto va para cualquier lado, la presencia del Motorista Fantasma con su cuerpo y su moto incendiados y esa carota-calavera mecánicamente movible, siempre al borde de la histeria, no alcanza a superar la categoría del ridículo y lo único rescatable son las locaciones (Rumania, Turquía) o los efectos especiales.

La narración hace agua, Nicolas Cage sobreactúa y ríe. Roaroarke, el demonio de turno, mantiene una buena máscara y la rusa, hija en la vida real de Michele Placido, hace lo que puede para mantener una actuación decorosa ante tanto descalabro. El diseño de producción es aceptable.

Calificación: Regular