Siete días de política

Una campaña electoral hecha a la medida del kirchnerismo

Se habla en tono épico de la refundación de la patria, pero no de los problemas reales como la inflación, la corrupción y el caos del espacio público. Binner: ¿la megalomanía es contagiosa?

Se ha observado que en el festejo del Revolución de Mayo la presidenta Cristina Fernández curiosamente no mencionó la Revolución de Mayo. Fue un nuevo récord para los últimos 200 años que el gobierno puede reivindicar en este caso sin que se le pongan reparos.

Pero más significativo que haberla ignorado, es que la efémeride haya sido utilizada para un acto de campaña en el que -una vez más- un gobierno peronista se identificó con la Nación y pretendió ocupar en su totalidad el espacio de la legitimidad política. Y no lo hizo por seguir la vieja tradición de Perón -figura que a la jefa de Estado notoriamente no le gusta recordar-, sino como parte de una estrategia que consiste en eludir cualquier debate sobre los problemas de gestión y dedicarse de manera excluyente a la retórica. Una estrategia que desarrolla con todo éxito ante la parálisis de una oposición tan fragmentada como falta de liderazgo y de posibilidades de éxito.
La presidenta y sus consejeros han resuelto reducir su discurso a un relato de tono épico sobre la refundación de la patria y la regeneración de la política en el que la figura central es la del ex presidente Néstor Kirchner y el objetivo principal, incorporarlo al panteón de los héroes nacionales y populares. Se lo presenta así con los atributos del mártir revolucionario que dio la vida para que la Argentina emergiera de su decadencia.

La dinámica electoral es tan rápida que ese redencionismo hubiera resultado impensable hace apenas un año, cuando el ex presidente parecía condenado a perder después de la derrota en las legislativas de 2009.

El afianzamiento de esta obra de ficción sin contacto con la realidad representa el sueño cumplido de asesores de imagen, "campaigners" y publicistas. Eludir la prosaica realidad, "vender" futuro es el objetivo de cualquier político que lleve varios años de gestión con problemas crónicos sin resolver.

Y esto es posible porque el gobierno domina sin rivales el escenario e impone la agenda con la única resistencia de la prensa opositora, su más detestado adversario. Después de la deserción de Mauricio Macri, Julio Cobos y Ernesto Sanz, quedó en carrera sólo Ricardo Alfonsín para luchar por un hipotético lugar en el balotaje que hasta ahora las encuestas no predicen.

Pero el candidato radical no termina de acomodarse en la línea de largada para empezar la carrera por las presidenciales. El último obstáculo fue Hermes Binner que le dijo el lunes pasado por los medios que no sería su candidato a vicepresidente. Lo hizo después de ganar las internas abiertas socialistas; también deslizó ante la prensa que podría presentarse en como precandidato a presidente, aspiración por completo desproporcionada con su modesto nivel de conocimiento público.

¿La megalomanía se convirtió en una epidemia en la política nativa? En el caso de Binner no parece probable. La modesta candidatura de Alfonsín es sólo atractiva para los radicales y, para peor, sólo para algunos radicales: los que manejan el "aparato" partidario. Beneficiado también por un luto sorpresivo, el candidato radical se lanzó a una competencia en la que tiene prácticamente nulas posibilidades de ganar, por lo que expulsa aliados en lugar de atraerlos. No tiene liderazgo, carisma, ni votos propios. Sólo puede apoyarse en el antikirchnerismo de un sector muy importante de la sociedad para alentar cualquier esperanza de hacer una elección digna.

Binner no quiere ser furgón de cola de un tren que no llegará a ninguna parte, pero tampoco tiene posibilidades de armar una alianza "progre" con un "Pino" Solanas que lo primero que hizo fue ponerlo en un aprieto al trascender que apoyaría al kirchnerismo en un eventual balotaje con Macri. De poco le serviría, además, el apoyo de Margarita Stolbizer o Luis Juez.

De allí que su negativa a aceptar a Francisco de Narváez no responda a reparos doctrinales, sino más bien a presionar a Alfonsín. Si ha de creerse a los radicales ya lo había aceptado en privado, pero después de ser ratificado en las urnas aumentó la cotización. Quedan varios días de tironeos en el armado de las listas, tarea en la que siempre ha prevalecido el interés sobre la ideología, aunque, si la victoria sigue presentándose inalcanzable, el principismo puede convertirse en una buena excusa para no integrar el frene opositor.