Siete días de política

Los problemas de la oposición para ser competitiva en octubre

­Ni la interna feroz, ni los errores de armado político afectan a la presidenta. La oposición no ofrece nada muy distinto al gobierno. Macri parece el único en condiciones de dar batalla.

­La presidenta Cristina Fernández lidera cómoda las encuestas y hoy parece marchar a paso seguro hacia el triunfo en octubre, al menos en la primera vuelta. No le hacen mella ni la dura lucha interna del oficialismo que ilustra Hugo Moyano  al reclamar lugares en las listas y hasta la candidatura a la vicepresidencia de la Nación, ni los errores de armado político que la mostraron comprometida con Ramón Saadi en Catamarca y con Carlos Menem en La Rioja.
Moyano pasó de amenazar con un paro general de transporte a pedir cinco días más tarde participación en las candidaturas al mismo gobierno al que había amenazado. Además se invistió "de facto" de la representación de los “negritos” a quienes -aseguró- el kirchnerismo les pide el voto, pero no les da participación el poder.
Si bien la relación de Moyano con "los negritos" parece lejana, ya que es un importante empresario, su reclamo de una mayor cuota de poder no admite la menor réplica, porque lo hace desde una posición de fuerza. Ha lanzado una ofensiva de largo aliento y machacar hasta que le abran las puertas de la Casa Rosada o por lo menos le llegue un alivio para su comprometida situación judicial.
 La semana anterior Moyano y el gobierno habían pactado una tregua que el gobierno respetó defendiéndolo a rajatabla ante el pedido de informes de un fiscal suizo. El líder de la CGT, en cambio, sigue presionando, porque sabe que terminada la campaña electoral lo devolverán al freezer, si no a la cárcel.
Otra cosa que le trae dolores de cabeza a la presidenta es el armado político. La repercusión nacional de la victoria en Catamarca quedó empañada por la aparición de Ramón Saadi, subido al carro de los vencedores. Esta semana, exactamente en vísperas del día de la memoria, tomó estado público una alianza con el indultador Carlos Menem, que provocó escozor entre la tropa kirchnerista y un silencio sólo turbado por un audible rechinar de dientes.
El entendimiento con Menem era, de todas maneras, un hecho consumado desde el año último, cuando el riojano con una agilidad que desmiente sus 80 años se pasó con armas y bagajes de la oposición al oficialismo en el Senado.
Tras la primera derrota parlamentaria de 2010, la Casa Rosada trabajó para atraerlo, objetivo que alcanzó sin demasiado esfuerzo. La pregunta que los observadores se hacían era qué había recibido a cambio del voto clave que rompió en favor del Frente para la Victoria el equilibrio existentes en la Cámara alta. Ya no queda ningún misterio: el apoyo K para una reelección que prolongará la protección de sus fueros frente a la Justicia.
No hay duda de que el pacto con Menem tendrá un costo político para la presidenta -quizas mayor al beneficio obtenido-, pero no pone en peligro su solida ventaja. ¿Por qué? Porque la causa principal del voto K, la marcha de la economía, juega a su favor. Mientras el consumo crezca, ni la inflación, ni la inseguridad, ni ninguna otra cuestión de la agenda pública torcerá la decisión de los electores.
Mucho menos la disparatada relación diplomática con los Estados Unidos que escenifica el inefable canciller Timerman y sobre la cual los diarios desafectos martillan sin la menor posibilidad de éxito.
Esta es la situación que tiene a la oposición dividida y paralizada. Los radicales están enredados en una interna que sólo a ellos interesa para definir espacios de poder que solo a ellos benefician. Ni piensan en ganar la presidencia y, como ya es histórico, esperan conseguir el segundo puesto para pactar con el peronismo triunfante.
El peronismo disidente, en tanto, se desintegra, porque no tiene candidato. Su única opción es Mauricio Macri que se ha pasado los últimos meses meditando sobre su destino, algo que hace indefectiblemente cada dos años. Finalmente decidió lanzarse el 15 de abril. Competir sólo por la presidencia desoyendo los consejos de Jaime Durán Barbas y Nicolás Caputo que hubieran preferido un triunfo previo en las elecciones porteñas que potenciara su candidatura nacional.
A esta altura es el único capaz de encarnar una alternativa, modesta, claro está al modelo consumista-estatista de "capitalismo de amigos", dicho en palabras de Roberto Lavagna.
Una eventual gobierno de Ricardo Alfonsín sería más de lo mismo, pero con un estilo blandengue-radical que la mayoría del padrón difícilmente convalide.­