Siete días de política

Hay menos confrontación, pero la política de fondo no cambia

La presidenta mejoró la relación con la UIA, aceptó el control FMI y hasta frenó a Moyano, pero no cede en lo que considera innegociable: el manejo discrecional de los dineros públicos

Sólo transcurrió un mes de la muerte de Néstor Kirchner, pero el gobierno de su esposa ya tiene otra impronta. Hay un ostensible giro en los hechos hacia una política de no confrontación y de admisión de la realidad. No cambiaron las políticas, pero sí la actitud.

El ejemplo más claro es lo sucedido con el FMI. El organismo preparaba un informe lapidario sobre el falseamiento del índice de inflación en la Argentina y el gobierno evitó el choque. De haber continuado en el poder, el ex presidente hubiera aprovechado la ocasión para polarizar y arrastrar a la plaza el habitual ejército de punteros y piqueteros a sueldo. La liturgia populista se habrían difundido una vez más por candena nacional bajo la innovadora consigna: "liberación o dependencia".

Nada de eso, sin embargo, ocurrió. Su viuda prefirió llegar a un acuerdo silencioso, enviar a Washington a Amado Boudou y Héctor Timerman y aceptar un control para las estadísticas oficiales que enfría la cuestión. Demostró una racionalidad y un pragmatismo que no había podido ejercer, por ejemplo, en la pelea con el campo fogoneada por su marido hasta la derrota sin atenuantes.

En esta misma línea de prudente racionalidad debe ser considerado el intento de llegar a un entendimiento con el Club de París por la deuda pendiente. Que ella y sus ministros hayan insistido en que el FMI quedaba fuera de todo el asunto y que eso finalmente no haya ocurrido es irrelevante. Lo relevante es lo que la presidenta hace, no lo que dice.

El cambio de actitud se detectó también respecto de las corporaciones. El discurso anticorporativo (otra monserga inacabable) quedó en eso, en simple discurso. En los hechos se produjo un evidente acercamiento.

La presidenta concurrió a la reunión de la UIA, frenó en el Congreso leyes antiempresas, prometió un aumento para las eléctricas y también terminar con la industria del juicio por despidos. Podrá decirse que esas medidas constituyen solamente "señales" hacia los hombres de negocios con los que quiere mejorar la relación, pero son señales amistosas.

¿Por qué amistosas? Porque teme que la inflación termine desbordándose el año próximo en plena campaña electoral gatillada por las negociaciones salariales. Por eso quiere también poner en caja a los sindicalistas con un pacto social que modere la puja distributiva.

Se podrá alegar que ese tipo de estrategias desemboca siempre en el fracaso como ocurrió, por ejemplo, con la famosa acta de compromiso firmada por Gelbard y Rucci en 1973 que proclamaba la "inflación cero", pero culiminó con el estallido del rodrigazo del 75. Sin embargo, aquí lo relevante es evitar un incendio en 2011, no diseñar un plan económico de largo alcance, insumo del que carece el kirchnerismo desde que Roberto Lavagna fue expulsado del Palacio de Hacienda.

En síntesis lo relevante es haber reconocido de manera tácita que la inflación existe, que es un problema grave y que exige, por lo menos, un paliativo. Pedir además un plan económico a Boudou significaría carecer de sentido de la realidad.

Este cambio de actitud de la presidenta respecto de las corporaciones no tuvo, sin embargo, un correlato respecto de las instituciones. En ese terreno siguió por la huella de su marido de no admitir control en el uso discrecional de los recursos fiscales. Impidió que el Congreso aprobara el presupuesto 2011, dispuso un aumento del gasto público multimillonario mediante un decreto de necesidad y urgencia y hundió en el Senado los intentos opositores de recortar su poder.

El ejemplo más claro de la discrecionalidad irrenunciable del kirchnerismo fue el veto del 82% a los jubilados y el otorgamiento de un aumento por decreto de 500 pesos para fin de año. La voluntad soberana del Congreso sustituida por la voluntad del príncipe.

El oficialismo consiguió imponerse en el Congreso porque contó, entre otras cosas, con el inapreciable auxilio de la oposición, en particular la radical. Los herederos de Alem e Yrigoyen están ocupados "full time" en la interna partidaria y no admiten que se los distraiga con cuestiones de estado. Creen que pueden llegar al poder el año próximo y por eso colaboraron alegremente en el hundimiento de las leyes restrictivas al poder presidencial. En resumen, la lógica para explicar lo que hace tanto el gobierno como la oposición ya es la electoral. Todo lo definen las urnas; hasta los cambios de actitud.