El poder de don Dinero

"Madre, yo al oro me humillo, ... poderoso caballero es don Dinero". ¿Hubiera imaginado el genial Quevedo (de quien Borges decía que como escritor era superior a Cervantes), allá por el siglo XVI, que sus palabras tendrían aplicación a la realidad política argentina del siglo XXI? En nuestro país los barones que actúan como fieles escuderos del gobierno central suelen inclinarse ante el peso de faltriqueras rascadas. El matrimonio presidencial utiliza sin economías dos instrumentos que se reputan eficaces: bastonazos para los díscolos y dinero para los sumisos. Más aún; el vigor para el empleo de los primeros está en directa relación con la abundancia de lo segundo: pareciera que el sectarismo se incrementa con el aumento de recursos.

¿Debe inscribirse en esa necesidad de dinero la aparente tendencia a retornar a la estatización del comercio exterior agropecuario? ¿Es una muestra más de voracidad fiscal, de hambre recaudatoria? Por momentos pareciera que sí; otras veces hace pensar en una posición ideológica. Tal vez, como suele ocurrir muchas veces, constituya una mezcla de varias: es regocijante para el Gobierno echar mano a miles de millones de pesos que estima en poder de los productores; al propio tiempo da saltos de alegría con sólo pensar en aplicar a éstos un castigo severo. Pero además, si por un lado se consiguen fondos imprescindibles ahora que ha terminado el "viento de cola" y la proa debe embestir una fuerte sudestada, quitárselo al sector presuntamente opositor encierra un placer agregado.

Por otra parte, los fondos provenientes de las retenciones dependen de la voluntad del sector rural, que con absoluta libertad puede vender o no. Se sabe que éste ha conservado sin vender importantes toneladas de granos a la espera de una mejoría de su precio en el mercado, lo que es tan legítimo como ahorrar. Pero si el chacarero no vende no hay retenciones, y esto afecta las necesidades de las autoridades, cuya caja pareciera estar casi agotada.

En este sentido, la creación de un nuevo IAPI obraría en dos direcciones: por un lado, sirve para apurar a los renuentes: especulan con que éstos se decidan a comerciar antes que la realidad de su producción pase a manos de un organismo monopolizador, que se convertiría en el dueño de sus bienes. En el otro aspecto se completaría el arco estatizante, que comenzó con el agua corriente y siguió con Aerolíneas. Con plata en la billetera los gobernantes podrían parar la hemorragia que hoy se vislumbra en sus filas.

¿Es inminente la estatización del comercio exterior agropecuario? En realidad no se sabe a ciencia cierta, pero en caso de que se trate sólo de un rumor sin fundamentos, una medida aconsejable hubiera indicado a la Presidenta aprovechar el mensaje a las cámaras para desecharlo. Los gobernantes no sólo tienen el deber de informar al público (y en especial a los legisladores) sobre las acciones de gobierno que habrán de impulsar sino también desmentir aquellas que se les atribuyen, si no fueren ciertas, si ello contribuye a la armonía de la sociedad. Y a propósito: algo tan importante como el monopolio estatal en la comercialización de los productos más valiosos de la exportación argentina, ¿no merece una discusión exhaustiva en el Congreso? ¿O algo tan trascendente será legislado con un decreto de necesidad y urgencia?

Se sabe de la sabiduría de Quevedo y también de la humana profundidad que irradia el primer verso de la primera estrofa: "Madre, yo al oro me humillo...". Pero quienes llegaron a sus cargos por decisión popular deben su función a quienes los votaron, y ellos con seguridad no lo hicieron para que sus mandatarios se humillen ante el oro de sus superiores.