POR UN MUNDO SIN DROGAS

El trecho de siempre

 

"En nuestra patria y en nuestros tiempos no merece el honroso nombre de estadista el hombre que en todos sus planes de administración no incluye el de dar al pueblo la mejor educación posible." (Horace Mann, filántropo y pedagogo norteamericano, 1796-1859)

Antigua máxima pero está siempre vigente: "Del dicho al hecho hay mucho trecho". Ese "mucho" con frecuencia es sinónimo de "nunca". Después de la debacle del 2001, supimos de encendidos discursos sobre que había que reconstruir el país e invariablemente los dirigentes decían que buena parte de ese proceso sólo se lograría con la educación.

Creerle a un político es engañarse a sí mismo, pero tampoco se puede vivir en permanente estado de duda, y debemos alejarnos de ella por el camino de la verdad para llegar a lo cierto como punto final del recorrido. Por eso entendimos esas intenciones, mensajes y promesas como buenas semillas para ilusiones de progreso en educadores, alumnos, la escuela como institución, padres, la sociedad y la República.

La receta siempre viva de que sólo las personas que reciben educación son libres, brotó de los labios -pensemos que del alma también- de dos presidentes de la Nación, Néstor Kirchner en el 2003 y de su esposa Cristina Fernández en el presente ejercicio de tan sólo una decena de meses, así como del ex vicepresidente kirchnerista y hoy gobernador de Buenos Aires, la provincia más grande, más rica y más poblada, Daniel Scioli, quien no sólo propuso avanzar sino terminar con los problemas irresolutos de su antecesor Felipe Solá.

En el fracaso del manejo de todo el sistema educativo no se salvó otro hombre de la nueva generación política, Mauricio Macri como jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ninguno de ellos pudo cumplir con su palabra de sacar al chico de la calle y escolarizarlo en una escuela que fortalecerían, porque no atendieron los reclamos de maestros y profesores buscando una solución final, y vuelta a vuelta tenemos doce millones de chicos -diez de ellos pertenecientes a la escuela pública- defraudados por paros docentes. Nadie repara en que el alumno es el principal engranaje del servicio educativo, y que, paradójicamente, resulta ser la principal víctima. El paro, el no ir a la escuela, desampara al chico y lo deja a la deriva en una sociedad donde la familia está muy complicada buscando vías de supervivencia y, entonces, sin contención, los menores se vuelcan al ocio, la diversión fácil e insensata como descontrolada, algunos buceando por Internet al vicio, la pornografía, las invitaciones a consumir drogas, mientras que otros más humildes encuentran todo ello en la calle y con un peligro mayor. El chico sin control y desorientado es la presa de quienes lo escolarizarán en la mala vida.

¿Dónde están los promisorios resultados de las recetas de los Kirchner, de Scioli, de Macri y otros tantos dirigentes políticos en el resto del país cuando lo que logran son sólo paros docentes después de decir que no hay dinero para la educación? ¿Dónde está ese dinero presupuestado para la educación pública? ¿Dónde quedó la seriedad del compromiso contraído como gobernantes cuando esta inoperancia sacude malamente al ser más vulnerable que obligadamente debe ser protegido por el Estado? ¿Para qué gastan energías hablando de una democracia fuerte y madura que los llevó al poder cuando nunca pudo brindar un ciclo lectivo normal desde que se reconquistó en 1983?

Un paro es una herida que no cicatrizará nunca -el tiempo perdido jamás se recupera- porque rompe la coherencia y la continuidad que exige un programa anual e interfiere negativamente en el trabajo docente tanto cuando se lo cumple, como cuando se lo organiza o se sufren sus efectos. La razón de este añejo conflicto es muy simple: se ve a la educación como algo prescindible sin ser parte de los derechos humanos que tanto dicen defender. Es más pintoresco traer el tren bala que pensar que con mucho menos dinero que el que requiere su instalación y mantenimiento se solucionarían todos, absolutamente todos, los problemas de la educación, y se cubrirían todas, absolutamente todas, las necesidades de los niños más desprotegidos y a merced de innumerables miserias, una de ellas la droga.