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Cerebros tomados (III)

"... el pecado de los ideólogos cuyos desastrosos efectos será dado no sólo comprobar, sino también sufrir a nuestra generación, consiste en hacer casi inextirpable la "catarata" que se interpone entre el ser humano y su naturaleza verdadera." - Gabriel Marcel (filósofo francés del siglo XX) - "El hombre itinerante".

 El notable Marcel habla de la "catarata" colocada entre el hombre y su naturaleza verdadera. Cataratas interpuestas por lo que él llama los ideólogos con desastrosos efectos. Como él dice, sufrimos los efectos.

En el tema de las drogas estos "ideólogos" promueven publicitariamente el consumo recreativo de todas las sustancias. Así surge una neblina entre que oscurece la naturaleza misma del cerebro y el ultraje a la identidad de cada consumidor. Se promueve lentamente la expropiación de la subjetividad y de la libertad misma. Todo esto lo justifican con sofismas en donde siempre se eluden las consecuencias que el consumo acarrea para la vida personal y comunitaria. Así, en masa aparecen lo que denomino metafóricamente "cerebros tomados" o sea vidas regaladas al mejor postor, pues las abstinencias marcan los pasos a seguir. Es que ignorar la naturaleza misma del sistema nervioso y de su vulnerabilidad es promover enfermedad. Las drogas se venden primero por su abundancia en el mercado, pero esta superoferta depende no sólo de la producción, sino desde la aceptación social que desde distintas representaciones sociales se promueven.

Son promovidas en los circuitos del engaño como los promotores del placer y de la libertad. Múltiples medios culturales participan de este engaño colectivo, que en cada esquina o boliche se ejercitan. La seducción y banalización de la marihuana en sus efectos es permanente. El orden de la naturaleza que vulneramos todos los días con la suficiencia de la soberbia reconoce otras vulnerabilidades con relación al tema sustancias: la edad y la maduración del sistema nervioso, de la personalidad y fundamentalmente del cerebro. Ignoramos esto. Eludimos esta cuestión. Es que a menor edad de contacto con las drogas, hay mayor posibilidad de dependencia crónica. Por otra parte, el sistema nervioso termina de madurar a los 20 a 25 años de edad. El contacto con las drogas (incluido el alcohol) en edades vulnerables altera la evolución del lóbulo frontal (eje de las funciones superiores) y la relación entre éste y el sistema límbico (áreas emocionales y del placer). Cerebros "chatarra" empiezan a construirse desde edades tempranas cuando el alcohol, los pegamentos, la marihuana, el éxtasis comienzan a hacer su trabajo de deterioro. Todo esto con repercusiones en la conducta y en el pensamiento.

El cerebro alterado por los tóxicos produce suprafisiológicamente dopamina (marcador químico del placer). Lo que generan las drogas supera totalmente al placer de otras actividades (sexo, deportes, competencias, alimentación, etcétera). Si hay inermidad de valores y de orientaciones, hay un riesgo alto en el adolescente de quedar embargado por este placer suprafisiológico que le ofrece como dice el maestro de analistas G. Maci un "un paramundo" diferente al habitual, que va a quedar categorizado como negativo y displacentero. Todo esto se traduce en una reducción cotidiana de la vida del placer (vidas desoladas, deprimidos, carentes de pasión y de entusiasmo), salvo cuando se repite el consumo de las sustancias. Así surge lo que se denomina alexitimia, o sea un humor bajo, apocado, inhibido y con un cierto aislamiento emocional sólo rescatado por el "pico" de placer que consiguen transitoriamente con el consumo.

Me entrevisto con un hombre de 45 años y un menor-púber de 12 años. Ambos compraron el "consumo recreativo" desde edades tempranas. El primero lucha con un síndrome metabólico marcado por la diabetes, la hipertensión y la obesidad. Desde la adolescencia consumió con daños en su cerebro, fragilidades afectivas con abandonos de mujeres e hijos. Hoy con sus empresas quebradas y él quebrado consolaba y orientaba al menor-púber para que no repitiera su historia. Este no entendía, porque frente a los abusos vividos la cocaína era sentida como "su salvación". No hubo orientaciones familiares y socioeducativas en sus vidas. El drama que me relatan era su mutua extranjería. Estaban expropiados. El menor de 12 años ansía la calle para volver a consumir. Vive en un anhelo permanente de sustancias. No hay otro mundo que ese "paramundo" que cree que es el único posible, cuando en momentos de lucidez podían pensar el tema de cómo recuperar su identidad, su ser persona en términos de Marcel. Eran extranjeros sin documentos en un país extraño y además sin conocer su lenguaje. Una nueva alfabetización emocional es necesaria para ellos dos. Yo operaba como un mediador paternal que según ellos les mostraba que otro mundo era posible, en reemplazo de ese "paramundo" de los cementerios prestigiados. Que podían hacerlo. Les ilusionó la palabra poder. El adicto siente que ya está condenado, que no puede. Esta es la mayor crisis que instalan las drogas en las personas y que es la de sentirse condenados e impotentes. Desde pequeños, esto se vivió así.

 

* Director del Instituto de Prevención de la Drogadependencia - Universidad del Salvador