POR UN MUNDO SIN DROGAS

El gran camino

La Cámara de Diputados recibió de la Comisión Nacional de Justicia y Paz del Episcopado un proyecto de ley -presentado en el Congreso junto con autoridades de otros credos y referentes de sectores empresariales, así como de obreros, financieros, rurales y académicos- sobre la prevención de la drogadicción en niños y adolescentes.

 

Nació esta iniciativa en el foro nacional "De Habitantes a Ciudadanos" que propugna Justicia y Paz, la única comisión del Episcopado integrada por laicos, presidida por Eduardo Serantes y asesorada por el obispo de San Isidro, monseñor Jorge Casaretto.

 

Precisamente fue Casaretto, un hombre que conoce muy en profundidad la calle, los pobres, los medios de comunicaciones con sus derechos y obligaciones frente a la comunidad, quien tuvo una frase tan feliz como poco respetada desde los años en que fue acuñada: "La educación es el gran camino". Con ella se promueven estilos de vida que alejan a los más chicos y jóvenes de las drogas.

 

Y si relacionamos a Casaretto con los medios de comunicación, es porque si la educación es el gran camino, por siempre se aseguró también que la base de la prevención de las adicciones era, y nada más, que la unión de la educación y la información.

 

La educación, que además de ser obligatoria tiene un ejercicio constante, sin embargo no encaja como debería con la información periodística, que es espasmódica en lo que hace a la comunicación sobre los males que producen las adicciones y, en la mayoría de los casos, se ocupa del tema en términos mediáticos, con esa crónica de tono policial que tiene más de novela que de una apreciación ética del problema.

 

El proyecto del Episcopado reclama lo que siempre hemos necesitado y jamás se encaró con solvencia e insistencia en el tiempo: la creación de un programa nacional de educación y prevención sobre el consumo de drogas, proponiendo la coordinación de políticas públicas entre el Ministerio de Educación de la Nación y la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico -Sedronar- organismo éste vapuleado por el Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos que propugna la despenalización de la tenencia de sustancias toxicomanígenas para uso personal.

 

La Sedronar tiene casi tanta jerarquía como un ministerio, pues depende directamente de la Presidencia de la Nación, es decir, que es una secretaría sin intermediarios ante la Presidenta.

 

Lo que Diputados recibió del Episcopado no es una idea solitaria sino un verdadero diagnóstico donde se contemplan las terapias por aplicarse en el programa. Coloca la piedra basal en la educación. Propicia la capacitación de docentes y no docentes en el tema adicciones para encarar con solvencia toda una cultura para la libertad y la vida. Pide crear un consejo consultivo interdisciplinario con organizaciones civiles y expertos en la materia para monitorear tal programa. ¿Por qué la escuela? Porque es el joven quien más necesita y está exigiendo sin que se le responda pronta y eficazmente respuestas claras y concretas para poder avanzar o empezar a hacerlo por esta vida que nos colma de dificultades mientras la sociedad pide muchas otras cosas para un mejor vivir.

 

El momento para el proyecto es muy propicio porque se está discutiendo el presupuesto nacional y, a tal efecto, también el Episcopado hace mención a que para poder cumplir con el programa el Poder Ejecutivo Nacional incluya una partida presupuestaria -"que sea intocable e invariable"- en el ámbito del Ministerio de Educación, y es de esperar que sea lo que realmente se necesita para que no le suceda a Educación lo mismo que a la Sedronar: poco dinero, siempre insuficiente para las muchas exigencias del objetivo trazado.

 

La Cámara de Diputados puede llegar a encontrarse entre la espada y la pared, atendiendo dos proyectos simultáneos con desafinadas variaciones sobre un mismo tema: por un lado, la despenalización aludida, y por el otro costado este necesario plan de prevención. Son proyectos muy distintos en su esencia, porque uno es caprichoso y con ideología permisiva, mientras que el otro es moralmente positivo porque no piensa en el joven ya enfermo, sino en el joven antes de experimentar con lo que sí lo enfermará en cuerpo y mente.