LA OPERA CON MUSICA DE CHARLES GOUNOD SE PRESENTO EN EL TEATRO ARGENTINO

‘Romeo y Julieta’ en La Plata

‘Romeo y Julieta’, ópera en tres actos. Libro: Michel Carré y Jules Barbier. Música: Charles Gounod. Cantantes: Paula Almerares, Carlos Vittori, Leonardo Estévez, Sebastián Sorarrain, Carlos Natale, Vanesa Mautner, Carlos Esquivel, Alberto Jáuregui Lorda, Roxana Deviggiano, Mauricio Thibaud, Fernando Alvar Núñez y Ricardo Franco. Escenografía: Daniel Feijóo. Iluminación: Gabriel Lorenti. Vestuario: Eduardo Caldirola. Regie: Marga Niec. Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Argentino (Javier Logioia Orbe). En el teatro Argentino de La Plata, el viernes 11.

El arte lírico francés tiene una dilatada, genuina tradición propia, que se remonta a los tiempos de los juglares, Pérotin-le-Grand y Villon, y adquirió su sello moderno definitivo con Berlioz, a partir del ciclo de canciones ‘Les Nuits d’Eté’. La delicadeza en la expresión y en el legato, el refinamiento de un fraseo más de una vez aspirado, un arco esbelto, sutil, evanescente, naturalmente espontáneo, forman parte de las características de esta escuela, que siempre explora toda una rica gama de depurados matices, incluso pasionales, y se encuentra alejada del fulgor brioso, del desborde, de la elocuencia sonora superficial. MAS Y MENOS A partir de este encuadre, que es concreto y definido, bien puede decirse que la función de ‘Romeo y Julieta’ (‘Romeo et Juliette’), la exquisita ópera de Charles Gounod que el Argentino ofreció el viernes en la capital bonaerense con importante concurrencia, falló fundamentalmente en sus aspectos musicales (con sus más y sus menos), debido a su distanciamiento casi total y absoluto de dicha estética, que hace a la propia esencia del género. Por empezar, resultó claro que el maestro Javier Logioia Orbe, que por momentos concibió esta obra como si se tratara de un trabajo italiano verista, y por otros, le otorgó tal suavidad en la cuerda alta como para desdibujar completamente la contextura melódica, no fue capaz de infundir al palco escénico y a todo el elenco una impronta estilística que él mismo parece desconocer. Como resultado de esta inapropiada libertad interpretativa, la soprano Paula Almerares (Julieta), ahora con color crecientemente oscuro, puso en evidencia un registro sólido y agradable, de llamativa homogeneidad incluso en el sector grave, así como también temperamento dramático y un fraseo de intimistas inflexiones, pero su ‘partenaire’, el tenor Carlos Vittori (Romeo), aparte de dificultades técnicas, exhibió una línea de canto que no guarda la más mínima relación con el ‘ars gallica’ y la manera medular de este repertorio. Otro tanto puede decirse, aunque en menor medida, de la mezzo Vanesa Mautner (Esteban), cuya voz es de todos modos muy bella. En el resto del numeroso reparto, tanto Carlos Esquivel (Fray Lorenzo) como Leonardo Estévez (Capuleto) mostraron autoridad y firmeza. ATRAYENTE PUESTA Preparado por Miguel Martínez, el coro estable del Argentino volvió a exponer un perfil doble. Por un lado, su potencia, su esplendor vocal, son remarcables; pero por otro, sus dificultades de sincronización, de precisión en ataques y finales de frase, de uniformidad en los unísonos, fueron nuevamente notorios. La orquesta platense, a su vez, debería tener mejor rendimiento, lo que quizás pueda lograrse con un trabajo más riguroso. En sus aspectos visuales, esta producción de la tragedia veronesa basada en Shakespeare, además de lucir secuencias esgrimísticas de excelente factura, exhibió un tono general gratamente realista, de buen ensamble y atinado criterio. Marga Niec plasmó en este sentido una ‘regie’ muy funcional, cuidadosamente estudiada, Daniel Feijóo diseñó un marco escénico atractivo, inteligente y bien proporcionado, y Eduardo Caldirola seleccionó un vestuario magnífico, proveniente del Colón, todo ello sin perjuicio de las debilidades (especialmente en el proscenio) del esquema lumínico a cargo de Gabriel Lorenti n Carlos Ernesto Ure