Corrió con la pelota por el costado izquierdo. La proximidad con la línea de costado pudo haber sido una amenaza. No lo fue. Henning Berg intentó apretarlo, pero Fernando Redondo tocó sutilmente el balón con el taco, le ganó en velocidad al noruego, recibió el elegante autopase, buscó el fondo de la cancha, vio libre a Raúl y lo habilitó para que marcara el 3-0 parcial de Real Madrid contra Manchester United en Old Trafford. Esa acción, plena de elegancia, inteligencia y frialdad, sintetiza a la perfección el estilo del argentino. Por jugadas como esa, no era un mediocampista más. Era el 5 fantástico.
La descripción de esa acción constituye una muestra perfecta de lo que podría hacer cualquier volante ofensivo. Pero Redondo no cumplía esa función. Mejor dicho: no cumplía específicamente esa función. Su labor básica era la de un especialista en la contención, la marca y la recuperación de la pelota. Sin embargo, todo eso se trataba de solo el 50 por ciento de lo que su repertorio le permitía. Cuando el balón estaba en su poder brotaba la magia. Tenía la claridad y la inventiva de un 10. Sí, era un 5 que jugaba de 10.
Se impone el regreso al 19 de abril de 2000. Redondo tuvo la lucidez para ejecutar esa maniobra nada más y nada menos que contra el Manchester en el Teatro de los sueños en el duelo de vuelta por los cuartos de final de la Champions League. Gracias a la lujosa faena del argentino y al gol de Raúl, los merengues se instalaron en las semifinales del máximo torneo de clubes de Europa. Real Madrid ganó 3-2 ese día y allanó la clasificación que estaba en duda por el 0-0 como local. El broche de oro fue el título conseguido con un holgado 3-0 sobre Valencia en la final.

El tacazo ante la marca de Henning Berg le abre paso a una jugada maravillosa contra el Manchester United en Old Trafford.
Aquí conviene efectuar una pausa estratégica de esas que el jugador merengue imponía con maestría. Redondo era un señor número 5, pero esa definición solo aplica para el fútbol argentino y parte del sudamericano. En otros países, por ejemplo España, donde El Príncipe -su apodo da una idea de la distinción de su estilo- desarrolló la mayor parte de su espectacular carrera, jugaba de 6. De hecho, lució esa cifra en la espalda y la acercó a la perfección.
La diferencia va de la mano de la evolución táctica: cuando en Inglaterra surgió el sistema WM -se podría traducir como un 3-2-2-3- en reemplazo del antiguo juego piramidal -el 2-3-5-, el mediocampista que se retrasó para reforzar la defensa fue el centrehalf o centromedio, que llevaba el 5 en su camiseta. En cambio, en Argentina, Brasil, Uruguay y en otros puntos del planeta futbolero, el 6 terminó en la retaguardia y el 5 siguió siendo el 5. Y ese 5 determinaba la personalidad de su equipo: los había combativos y dotados técnicamente. Redondo fusionaba magistralmente esas dos formas de entender el puesto.
Otra aclaración necesaria: todo ese movimiento de piezas se produjo a mediados de la década del 20 del siglo pasado y en Argentina los jugadores no tenían números en las camisetas. Eso recién ocurrió a partir de 1949, pero para los hinchas el centrehalf era el centrehalf. Y cuando aparecieron los números, no había dudas de quién era el 5. Pero el tema es Redondo…

El Príncipe tenía un estilo que aunaba la distinción para jugar y la fiereza para recuperar la pelota.
Y para entender quién fue bastaría con indicar que algunos de los volantes centrales que más admiración despertaron en el pasado reciente se parecieron bastante a Redondo. Los españoles Sergio Busquets y Xabi Alonso y hasta el italiano Andrea Pirlo no hicieron más que imitar el modelo que instaló el argentino. No hicieron más que mantener vivo el legado del Príncipe.
TALENTO PRECOZ
Nacido el 6 de junio de 1969 en Adrogué, Fernando Carlos Redondo inició su relación con la pelota en el baby fútbol del Club Social y Deportivo 9 de julio de su ciudad. Más tarde pasó por Talleres de Remedios de Escalada y a los 10 años desembarcó en Argentinos Juniors. En La Paternal se nutrió de las enseñanzas que habían dejado Héctor Pederzoli, Ricardo Ramacciotti y Sergio Batista y que se extendieron luego a Esteban Cambiasso, Leonel Gancedo, Cristian Ledesma y al Juan Román Riquelme de sus primeros tiempos.
Si había un club capaz de producir un 5 como Redondo, ese era Argentinos, cuna de notables mediocampistas centrales a lo largo de la historia. Allí se forjó ese jugador que combinaba personalidad, talento creativo, disposición para la marca y lucidez conceptual para darle el mejor destino posible a la pelota. Se podría decir que El Loco -como lo llamaban en La Paternal- contaba con una predisposición genética: su padre, Fernando, había jugado en esa posición en Brown de Adrogué y, además, el joven Redondo tenía un excelente modelo para imitar: disfrutaba al ver en acción a Claudio Marangoni, el 5 de Independiente, el equipo del que era hincha.

Desde muy joven, en las inferiores de Argentinos Juniors se destacó por su calidad técnica.
Con la guía de Francisco Cornejo -el mentor de Diego Maradona- y de José Pekerman, el impulsivo jugador que muchas veces arreglaba a los golpes los diferendos con sus amigos avanzaba a paso veloz por las divisiones inferiores de Argentinos. Había sido campeón de Novena junto al Turco Hugo Maradona -hermano menor del Diez-, Silvio Rudman, El Negro Fernando Cáceres y Gabriel Marino, entre otros.
Con varios de sus compañeros de la categoría 69 del Bicho se presentó en sociedad ante aquellos que no seguían al conjunto de La Paternal. Quienes fueron testigos de aquellas jornadas en la cancha de Vélez no olvidan los partidazos del Seleccionado argentino Sub 16 que se quedó con el Sudamericano disputado en abril de 1985. El equipo que dirigía Carlos Pachamé se lució con una formación que contaba habitualmente con José Miguel; Néstor Valenzuela, Juan Cybulski, Favio Almirón, Marino; Fernando Kuyumchoglu, Redondo, El Turco Maradona; Mario Rocca, Pedro Sallaberry y Lorenzo Frutos.
Todavía la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) no le había dado vida a la categoría Sub 17 y por eso en septiembre del 85 se jugó el Mundial Sub 16 en China. Argentina concurrió rodeada de una enorme expectativa, pero no pudo superar la primera ronda. Más allá de eso, en la memoria colectiva quedaron instalados los nombres de Pedrito Sallaberry, Hugo Maradona, El Negro Cáceres, Kuyumchoglu, Frutos y, por supuesto, Redondo.

La presentación en sociedad de Redondo se dio en el Sudamericano Sub 16 de 1985.
Argentinos atravesaba uno de sus momentos más fulgurantes. Campeón del Metropolitano de 1984 y del Nacional de 1985, tenía la mira puesta en la Copa Libertadores. Para privilegiar su participación en la competencia internacional, el técnico José Yudica apelaba a un equipo alternativo en los compromisos del fútbol local. El Piojo, un paladín de la concepción artística del fútbol, no era indiferente a la clase del pibe que se había destacado en el Sudamericano Sub 16 y le abrió la puerta para que saliera a jugar.
El 29 de septiembre de 1985, con apenas 16 años, tres meses y 23 días, Redondo ingresó en reemplazo del panameño Armando Dely Valdés cuando le quedaban cuatro minutos al partido en el que Argentinos igualó 1-1 con Gimnasia. Las huestes de Yudica salieron ese día a la cancha con César Mendoza; Fermín Valenzuela, Jorge Pellegrini, Néstor Lorenzo, Carlos Mayor; Renato Corsi, Miguel Ángel Lemme, El Negro Juan José López; Dely Valdés, Julián Infantino y Horacio Peralta.
El Checho Batista era intocable en la mitad de la cancha. El afianzamiento de Redondo se vio postergado por la vigencia del barbado mediocampista central. Tanto es así que reapareció el 30 de agosto del 87 en el 0-0 con Instituto. El Loco -todavía no era El Príncipe- fue titular en una alineación integrada por Mendoza; Carmelo Villalba, José Luis Pavoni, Jorge Olguín, Mayor; El Vasco Julio Olarticoechea, él, El Nene Emilio Nicolás Commisso, Patricio Hernández; El Pepe José Antonio Castro y Rudman (reemplazado por Carlos Ereros).

En cuanto se apoderó de la camiseta número 5 de Argentinos, se convirtió en el amo y señor del mediocampo.
En el transcurso de la temporada 1987/88 se convirtió en una alternativa válida para Armando Mareque y Nito Veiga, los entrenadores del conjunto de La Paternal en ese tiempo. Y cuando Batista se mudó a River, la camiseta número 5 quedó en poder de Redondo. No se perdió casi ningún partido y sus actuaciones lo llevaron a transformarse en la reencarnación de los antiguos grandes mediocampistas defensivos del pasado: Luis Monti, Ernesto Lazzatti, Victorio Spinetto, Néstor Rossi, Héctor Guidi, León Strembel, Ángel Perucca, Antonio Rattín, Eliseo Mouriño, Roberto Telch, José Omar Pastoriza, Julio Asad, Américo Gallego, Reinaldo Merlo, Marangoni…
La catarata de elogios provocaba mares de admiración para un jugador que combinaba inteligencia, garra, personalidad y señorial presencia. Redondo tenía un futuro enorme, pero no en el fútbol local. Nadie imaginaba que el recorrido del 5 iba a ser tan corto por las canchas de estas latitudes. La dirigencia de Argentinos cometió un error que le costó caro: se demoró en el envío de los telegramas de renovación de los contratos y, aunque casi todos los futbolistas acordaron fuera de término su continuidad, dos de ellos optaron por quedarse con el pase en su poder: Rudman y Redondo.
Cuando cayó el telón sobre la campaña 1989/90, Rudman se fue a Independiente y su antiguo compañero de la categoría 69 del Bicho armó las valijas y partió hacia España para sumarse a Tenerife. Atrás dejó un breve ciclo de apenas 75 partidos y un gol (en un 1-1 con Ferro en Caballito y con el arquero Fabián Cancelarich como víctima).

Su paso por el fútbol argentino fue breve, pero dejó una marca inolvidable en las canchas de estas tierras.
IDAS Y VUELTAS CON LA SELECCIÓN
La salida de Argentinos fue traumática y dejó instalada la sensación de que Redondo sacó rédito de una funesta falla administrativa. Por ese tiempo, Carlos Salvador Bilardo había puesto sus ojos en él para formar parte de la renovación del Seleccionado que había obtenido el título mundial en México 86. Tan controvertido como su alejamiento de La Paternal fue el vínculo del lujoso mediocampista con el equipo nacional. Tal vez más. Seguramente más.
La concepción del fútbol de Redondo no coincidía con la del Narigón, pero la presencia en la Selección de un volante como Batista -representante de la misma línea que la de su sucesor en Argentinos- invitaba a pensar que las diferencias entre el futuro Príncipe y el DT podían quedar de lado. No pasó. O al menos no quedó claro si las distintas miradas del juego incidieron en el rechazo a la citación. El futbolista dijo que los entrenamientos con el elenco albiceleste le impedían desarrollar sus estudios de Ciencias Económicas y usó ese argumento para decirle “no” a la Selección.

El vínculo con la Selección argentina estuvo marcado por períodos de cercanía y otros de polémica lejanía.
Argentina fue subcampeona del mundo en Italia 1990 y luego de ese torneo Bilardo abandonó el puesto. Lo sucedió Alfio Basile, en cuya gestión la Selección interrumpió una larga racha de 32 años sin títulos en el ámbito continental. El equipo del Coco ganó la Copa América de 1991 con un andar arrasador y en los meses siguientes tejió un largo invicto que no hacía más que presagiar un excelente porvenir en Estados Unidos 1994. En ese tiempo, el volante central era Leonardo Astrada, de parejo rendimiento en River.
En 1992, Basile decidió modificar el estilo de su número 5. Salió el combativo Negro Astrada y apareció el exquisito Redondo. El 18 de junio, en la victoria por 2-0 sobre Australia en River, el talentoso volante debutó en el Seleccionado, que salió a escena con Sergio Goycochea; Fabián Basualdo, Sergio Vázquez, Oscar Ruggeri, Ricardo Altamirano; Diego Cagna, Redondo, Darío Franco, Leonardo Rodríguez; Claudio Caniggia y Gabriel Batistuta. El Coco mantenía a referentes como Goyco y El Cabezón y apuntalaba a los campeones del 91 con nuevos integrantes en la mitad de la cancha.
Argentina se apoderó ese año de la Copa Rey Fahd, que luego se transformó en lo que hoy se conoce como Copa de las Confederaciones. El entonces mediocampista del Tenerife español alcanzó un desempeño brillante y ya se empezaba a olvidar su desplante ante Bilardo. En esos días surgió el ingenio del Cholo Diego Simeone, uno de los integrantes del mediocampo albiceleste, para rebautizar al Loco de La Paternal como El Príncipe, un apelativo que reflejaba con nitidez la gracia de su juego.

Redondo festeja el título en la Copa América 1993 con Ramón Ismael Medina Bello y Diego Simeone.
Redondo estaba habituado a ser amo y señor del centro del campo. Era un 5 que no necesitaba respaldo de nadie para dominar ese sector: él se encargaba de recuperar la pelota y de darle un destino seguro. Siempre al frente. No entretenía el balón con pases laterales. Debió acostumbrarse a tener más compañía porque Basile le cambió la fisonomía al medio con el aporte de Franco -por lesión le cedió su lugar al Chapa Gustavo Zapata- y de Simeone, que no solo marcaba, sino que colaboraba en la creación con Leo Rodríguez.
Con un recorrido menos satisfactorio que en 1991, Argentina se llevó la Copa América del 93 en Ecuador. Redondo se erigió en una de las figuras del equipo. No había margen para la duda: estaba hecho para la Selección. Lo confirmó con un golazo contra Paraguay en las Eliminatorias para el Mundial 94: se internó por el costado izquierdo y doblegó a José Luis Chilavert con un zurdazo cruzado que significó el segundo tanto en un soberbio 3-1 que los albicelestes sellaron en Asunción con dos conquistas del Mencho Ramón Ismael Medina Bello.
La catastrófica caída por 5-0 a manos de Colombia en Buenos Aires arruinó al equipo de Basile. Redondo, como todos sus compañeros, pasearon su impotencia por el césped del Monumental. Se hizo necesario luchar por la plaza mundialista con Australia en el Repechaje. Con el regreso de Diego Armando Maradona, Argentina sorteó ese obstáculo y acalló las dudas. Estados Unidos 1994 estaba a la vuelta de la esquina. Sin tener el crédito demasiado abierto, los del Coco se convirtieron en candidatos con una presentación demoledora contra Grecia.

El último gol de Diego Maradona en la Selección nació de una excelente jugada en la que intervino El Príncipe.
El 4-0 sembró ilusiones, especialmente porque Diego parecía intacto. Metió un golazo en el que tiró una doble pared con Redondo y había motivos para soñar. Simeone, El Príncipe y Maradona compartían el mediocampo con un delantero como Abel Balbo en una señal inequívoca de la voracidad de la Selección. Pero al Diez le cortaron las piernas por culpa de la efedrina y las esperanzas se desvanecieron con la misma rapidez que un castillo de naipes azotado por una leve brisa. Las caídas a manos de Bulgaria y Rumania le pusieron punto final a la excursión por suelo norteamericano.
El volante central, que ya se había incorporado a Real Madrid, jugó los cuatro partidos (victorias por 3-0 sobre Grecia y 2-1 contra Nigeria y derrotas por 2-0 frente a Bulgaria y 3-2 con Rumania). La despedida contra el conjunto en el que sobresalía el genial Gheorghe Hagi estableció una pausa en el vínculo de Redondo con la Selección hasta que Daniel Passarella procuró hacerlo volver con vistas a Francia 1998. El Káiser imponía medidas duras como rinoscopías, cortes de pelo y otras cuestiones con las que pretendía controlar la disciplina.
La rubia melena de Redondo era famosa en el mundo. No iba a ceder ante esa exigencia. Le parecía absurda la orden del DT. Y, tal como lo había hecho con Bilardo casi una década antes, desestimó la convocatoria. Passarella dio su propia versión de los hechos y adujo que el futbolista se negó a abandonar su rol de mediocampista central cuando le pidió que se moviera ligeramente hacia la izquierda. Ese argumento, desmentido por el jugador, volvió a poner en discusión su amor por la camiseta celeste y blanca.

En 1999 jugó un partidazo contra Brasil. No le dejó tocar la pelota a Rivaldo.
Marcelo Bielsa, reemplazante de Passarella, incluyó en sus planes a Redondo. ¿Cómo no iba a recurrir a uno de los mejores volantes defensivos del planeta? El 5 -en realidad, el 6 por la numeración de las camisetas- del Madrid reapareció el 31 de marzo de 1999 en un empate 1-1 con Países Bajos en el único partido en el que entrenador rosarino se permitió hacer que Batistuta y Hernán Crespo coexistieran en la cancha (fueron apenas diez minutos). La tarea del Príncipe había sido muy buena, pero no surgían demasiados indicios para pensar que su vuelta fuera definitiva.
Terminó siendo una auténtica pena porque Redondo solo disputó dos partidos más a las órdenes del Loco. Jugó con el manual del volante central bajo el brazo en una memorable victoria por 2-0 de Argentina sobre Brasil en El Monumental con goles de Juan Sebastián Verón y Crespo. El 4 de septiembre del 99 El Príncipe no le dejó tocar la pelota a Rivaldo, una de las estrellas de ese elenco verdiamarillo que contaba, además, con Ronaldo, Ronaldinho, Cafú y Roberto Carlos, entre otros.
En la revancha, tres días después, el conjunto dirigido técnicamente por Vanderlei Luxemburgo se desquitó con un contundente 4-2 que pudo haber sido más holgado. Esa resultó la última presentación de Redondo en la Selección, de la que se despidió tras 26 cotejos, dos títulos y un gol. Roberto Bonano; Nelson Vivas, Roberto Ayala, Walter Samuel; Javier Zanetti, Redondo, Juan Pablo Sorín; La Brujita Verón; El Burrito Ariel Ortega, Crespo y El Kily Cristian González jugaron en esa oportunidad.

La lucha por el balón contra Edgar Davis en un amistoso contra Países Bajos.
El mediocampista, de 30 años, le dijo a Bielsa que las recurrentes lesiones que padecía en la rodilla derecha no le permitían responder a las demandas del Seleccionado. Estaba en un nivel fantástico, pero prefería abocar todos sus esfuerzos al Real Madrid. Con ese mensaje cerró una etapa marcada por los idas y vueltas en celeste y blanco.
BRILLÓ EN TENERIFE
A oídos de Santiago Llorente, secretario técnico del Tenerife, habían llegado las noticias de las condiciones de Redondo, quien acababa de quedarse con el pase en su poder por el error administrativo de Argentinos Juniors. El equipo español había ascendido a Primera División en la temporada 1989/90 y había esquivado el descenso en una promoción contra Deportivo La Coruña. Si bien le costaba hacer pie en la categoría, tenía planes ambiciosos. Y la contratación del mediocampista era el primer paso.
El 2 de septiembre de 1990 debutó en Tenerife con un triunfo por 1-0 sobre Athletic Bilbao. Agustín; Julio Llorente, Manolo Hierro, Toño, Revert; Torrecilla, Redondo, José María Salmerón; Quique Estebaranz (hizo el gol de la victoria), Eduardo Ramos y el panameño Rommel Fernández fueron de la partida en esa ocasión. El vasco Xabier Azkargorta estaba al frente del equipo. El técnico proponía un estilo de juego no del todo acorde a las características del flamante refuerzo. El propio Redondo confesó alguna vez que al principio veía pasar la pelota sobre su cabeza y casi no la tocaba.

Apenas se sumó a Tenerife se hizo notar. Su clase era poco común en un fútbol español que aún se jactaba de su tradicional garra.
Los malos resultados desembocaron en la salida del DT y la contratación del Indio Jorge Solari, quien no bien se hizo cargo cambió la fisonomía del equipo. El entrenador argentino convirtió al volante central en el faro del equipo. Todo pasaba por él y todos jugaban para él. De a poco, el conjunto insular nutrió su plantel con jugadores de enorme categoría. Llegaron El Tata Gerardo Martino, Juan Antonio Pizzi y Oscar Dertycia. Se empezaba a hablar del buen juego de Tenerife. Sí, terminaba debajo de la mitad de la tabla, pero daba señales positivas.
Cuando le quedaban ocho fechas a la temporada 1991/92, Jorge Valdano reemplazó al Indio y mejoró la obra de su compatriota. El cierre del certamen tuvo a Tenerife como árbitro de la definición. En la última fecha derrotó 3-2 al Real Madrid de Emilio Butragueño, Fernando Hierro, el rumano Hagi y Michel, entre otras estrellas, y lo privó del título. En realidad, se lo cedió al Barcelona que comandaba el neerlandés Johan Cruyff. Los merengues tenían dos puntos más que El Barça y se quedaron con las manos vacías. Redondo era el faro que iluminaba al equipo de Valdano, mientras que Pizzi, con 15 goles, fue una pieza decisiva.
Un año más tarde la historia se repitió. Las huestes de Valdano derrotaron 2-0 al Real con goles del cordobés Dertycia y de Chano y volvieron a postergar las aspiraciones de los madrileños, a quienes también se les escurrió el título. Se lo llevó nuevamente el Barcelona de Cruyff gracias al Tenerife. Claro que además de ratificar su condición de verdugo de los merengues, el elenco insular consumó una campaña excelente: finalizó en un histórico quinto puesto que lo catapultó a la Copa UEFA, la actual Europa League.

Cara a cara con Diego, cuando El Diez actuaba en Sevilla.
Redondo se llevó todos los aplausos. Manejaba los hilos del equipo con su juego preciosista y su don de mando. Y por si con eso no hubiese sido suficiente, hizo cuatro goles: uno al Burgos (3-0), a La Coruña (3-1), a Athletic Bilbao (2-2) y a Osasuna (2-1). En ese torneo encontró a dos calificados socios que se sumaron al mediocampo: su compatriota Ezequiel Castillo y el peruano José Chemo Del Solar. En la ofensiva, otra vez Pizzi se encaramó en la lista de principales goleadores, con 15 tantos.
El único momento difícil que padeció en esos días fue la rotura de los ligamentos de la rodilla izquierda que le hizo perder varios partidos. Su clase le permitió superar esa contingencia, pero, aunque no fuera posible imaginarlo, esa lesión marcó el principio de una larga cadena de problemas físicos que aceleraron el final de su carrera.
En la Liga española 1993/94 el equipo retrocedió en la tabla, aunque el décimo puesto también resultó significativo. Tenerife se había ganado el respeto de sus rivales y a nadie escapaba que desplegaba un fútbol de alta calidad en el que Redondo tenía una influencia fundamental. En torno a él se movía un equipo bien estructurado en el que Castillo se afianzaba como socio en el medio y en la ofensiva sobresalían Dertycia y Diego Latorre, arribado luego de un frustrante paso por la Fiorentina.

Las espectaculares actuaciones del argentino en el equipo insular llenaron de fútbol los estadios españoles.
El cordobés y Gambetita lideraron la ofensiva en la espectacular serie por los cuartos de final de la Copa del Rey contra Real Madrid. Tenerife selló un 5-1 en el global (2-1 en la ida y 3-0 en la capital española). De los cinco goles, tres fueron de Latorre y uno de Dertycia. Pese a que el Celta barrió al equipo de Valdano en las semifinales, el prestigio de los insulares se sentaba sobre bases firmes. El papel en la Copa UEFA también había sido satisfactorio, pues alcanzó los octavos de final. En esa instancia cayó a manos de la poderosa Juventus.
GENIO Y FIGURA EN EL MADRID
El Príncipe desparramaba su fútbol de galera y bastón y recibía elogios a granel. Su clase excedía las posibilidades del pujante Tenerife. A punto de cumplir 25 años, estaba listo para dar el gran salto. Después de 108 partidos y ocho goles, se sumó al Real Madrid. Sí, el mismo equipo al que con el conjunto insular había postergado en varias oportunidades. ¿Cómo uno de los elencos más poderosos de España podía resultar indiferente a la calidad de Redondo? No, no podía.
El Madrid no dudó en un desembolso récord de 525 millones de pesetas -aproximadamente 6,5 millones de euros de hoy-, más la recaudación de dos partidos amistosos y la cesión de los jugadores Ramis y Víctor. Se trató de la transferencia más importante entre clubes españoles hasta ese momento. La contratación tenía el aval de Valdano, quien había acordado su incorporación como DT del Real.

Llegó para liderar a un Real Madrid que llevaba varios años sin títulos.
Los merengues acumulaban varios años de frustraciones. Después de la época de esplendor instalada por La Quinta del Buitre, una generación de jugadores encabezada por Butragueño que había hecho posible cinco títulos consecutivos de Liga (1985/86, 87/87, 87/88, 88/89 y 89/90), los éxitos escaseaban. Para colmo, Barcelona ganó cuatro campeonatos seguidos y dos de ellos se los arrebató a su clásico rival en la última fecha por culpa del Tenerife de Redondo…
La urgencia apuraba las decisiones y los billetes volaban por el aire cada vez que los dirigentes procuraban ponerle fin a esa racha tan negativa. Entonces, además de Redondo, se sumaron el arquero Santiago Cañizares y el exquisito delantero danés Michael Laudrup (llegó desde Barcelona), entre otros. Los esperaban Butragueño -ya en sus últimos tiempos en el equipo-, Michel, Manolo Sanchís, Fernando Hierro, Rafael Martín Vázquez, Luis Enrique y el chileno Iván Zamorano.
Una rotura parcial del ligamento interno de la rodilla derecha retrasó la presentación del mediocampista argentino. Recién pudo dar el presente en la octava jornada de la Liga 1994/95. El 23 de octubre salió a escena en una formación integrada por Buyo; Quique Sánchez Flores, Sanchís, Fernando Hierro; Michel, Redondo, Martín Vázquez, Amavisca (otro refuerzo); Laudrup; Luis Enrique y Zamorano. Amavisca puso en ventaja a los madrileños y el nigeriano Chistopher Ohen estableció el inesperado 1-1.

El Príncipe hizo historia en su paso por el Real Madrid.
El partido arrojó una curiosidad que transformó a Valdano en blanco de las críticas en un momento en el que parecía no encontrarle la mano al equipo. El DT se equivocó y cuando se extinguía el segundo tiempo incluyó al eslovaco Peter Dubovsky en reemplazo de Luis Enrique. En ese entonces, solo se permitían tres extranjeros dentro de la cancha y el Real ya los tenía: Redondo, Laudrup y Zamorano. El cambio debió haber sido por alguno de ellos, por lo que el técnico tuvo que retirar al recién ingresado y terminar el partido con diez jugadores.
Con el correr de los meses, el rendimiento del equipo mejoró, Redondo se adueñó con rapidez de la mitad de la cancha y Real Madrid ganó el campeonato con cuatro puntos de diferencia respecto del Deportivo La Coruña. Ya nadie discutía las decisiones de Valdano, quien hasta se atrevió a hacer debutar a Raúl, un adolescente de 17 años que con el tiempo se erigió en una estrella eterna de los merengues. Apenas siete días después de su presentación, el pibe le puso la firma a su primer gol: nada más y nada menos que frente a Atlético Madrid en un triunfo por 3-2.
La conquista de la Liga después de cinco años de abstinencia cambió por completo la vida del Madrid. Luego del esplendor de La Quinta del Buitre se inició otra era. No tenía el encanto del equipo formado en las entrañas del club como ocurrió con Butragueño, Martín Vázquez, Miguel Pardeza, Michel y Sanchís, pero le dio muchas alegrías al club y fue un antecedente directo de la época de Los Galácticos iniciada en 2000 con el portugués Luis Figo, el brasileño Ronaldo, el francés Zinedine Zidane y el inglés David Beckham.

Con personalidad y un juego exquisito se erigió en el patrón del mediocampo de uno de los equipos más poderosos del mundo.
Después de que Atlético Madrid se quedara con el título 12 meses más tarde, el Real se consagró en la temporada 1996/97, la primera que se disputó bajo los dictados de la llamada Ley Bosman. Esa resolución habilitó, entre otros aspectos que cambiaron para siempre la modalidad de contratación de los jugadores, la posibilidad de contar con un número ilimitado de futbolistas extranjeros nacidos en los países pertenecientes a la Unión Europea.
El alemán Bodo Illgner, el italiano Christian Panucci, el neerlandés Clarence Seedorf, el croata Davor Suker y el serbio Predrag Mijatovic representaban la ola de incorporaciones del nuevo régimen en el Madrid que dirigía el italiano Fabio Capello. En especial, la llegada de Seedorf agigantó la figura de Redondo, con quien se entendió a la perfección desde el principio. El argentino contaba con un valioso aliado en la recuperación y eso le dio alas para volar todavía más alto en términos de creación. Su sublime rendimiento era comparable al que había alcanzado en Tenerife.
Como si fuera un capricho del destino que se empecinaba en instalar señales de peligro, en el torneo que se llevaron los colchoneros el argentino faltó al 50 por ciento de los partidos por otra lesión en la rodilla derecha. El segundo percance en esa articulación le avisaba al mundo cuál era el talón de Aquiles de Redondo. Tanto es así que durante la campaña que concluyó en el título de Liga 1996/97 sufrió una recaída que le demandó un inesperado parate.

Con pelota dominada encara a Roy Keane, un volante central de un estilo que estaba en las antípodas del que exhibía el argentino.
Una vez recuperado el protagonismo en suelo español, la meta del Real era volver a dominar en el campo internacional. El último festejo en la antigua Copa de Campeones de Europa, antecesora de la Champions League, había sido en 1966. Mucho tiempo atrás. Demasiado. El reencuentro con la gloria en el Viejo Continente se dio en 1998 con la obtención de la famosa Orejona, tal como se conoce al trofeo que se lleva el mejor equipo en esa competición.
Redondo se despachó con sobresalientes actuaciones en la victoria por 3-0 sobre Borussia Dortmund en el primer choque correspondiente a las semifinales y en la final, en la que no le dejó tocar la pelota a Zidane, la figura de Juventus. Los merengues, dirigidos técnicamente por el alemán Jupp Heynckes, se impusieron 1-0 con gol de Mijatovic. Cuando se año se extinguía, derrotaron 2-0 a Vasco da Gama, de Brasil, en el mano a mano por la Copa Intercontinental.
El punto culminante de la obra del Príncipe, sin dudas, corresponde a la temporada 1999/2000, especialmente a ese 19 de abril de 2000, cuando se lanzó por la punta izquierda para eludir a Berg y dejar a Raúl de cara al gol que liquidó la serie contra Manchester United en Old Trafford. “¿Qué tiene en el botín, un imán?”, preguntó Alex Ferguson, el técnico del conjunto inglés, para intentar hallarle una explicación al fútbol de Redondo. Sir Alex no hacía más que brindar un contundente testimonio de la relación del argentino con la pelota.

Como capitán del Real Madrid, levantó la Orejona cuando los merengues obtuvieron la Champions League en 2000.
En la finalísima, contra el Valencia que comandaba el argentino Héctor Cúper y contaba en sus filas con Mauricio Pellegrino y El Piojo Claudio López, Redondo fue el dueño del partido. Si bien Fernando Morientes, el inglés Steve McManaman y Raúl le dieron forma al 3-0 con sus goles, El Príncipe reinó en el Stade de France, en París. Su actuación fue memorable y, ya como líder indiscutido del Real Madrid, se encargó de levantar el preciado trofeo como capitán del equipo.
EL ABRUPTO FINAL
Resultaba imposible imaginarlo, pero el 24 de mayo de 2000, con el triunfo en la definición de la Champions contra Valencia, el argentino se despidió del Real Madrid. Es cierto: permaneció un tiempo más porque hizo la pretemporada en el equipo español con vistas a la temporada 2000/2001, pero el final estaba escrito. O lo estaban escribiendo.
El club vivía un turbulento período político. Lorenzo Sanz pugnaba por obtener la reelección, mientras que Florentino Pérez le discutía la presidencia con un as bajo la manga: la anunciada contratación de Figo, estrella y capitán del Barcelona. La promesa tuvo un impacto determinante en la voluntad de los socios y Pérez tomó las riendas de la institución. Compró el pase del portugués en 60 millones de euros. Una fortuna para esos tiempos y para cualquier tiempo. Los cambios ocasionaron también el arribo de José María Martínez, Pirri, un antiguo símbolo del Madrid, al cargo de director deportivo.
Pirri se encargó de avisarle a Redondo que Milan había hecho una importante oferta por él: 18 millones de dólares. Se trataba de una enorme cantidad de dinero por un futbolista de 31 años. Le comunicó, además, que el club estaba dispuesto a aceptar esa propuesta. Silvio Berlusconi, el magnate que era dueño del equipo italiano, también se ponía en contacto con el argentino para dejarle en claro que lo quería en la península.

Las lesiones apresuraron el final de su carrera en el Milan.
La transferencia se concretó y El Príncipe abandonó su lugar en el mundo después de seis años, 228 partidos, cinco goles, dos títulos de Liga, uno de Supercopa española, dos de Liga de Campeones y uno Copa Intercontinental. Fue un cimbronazo porque nadie se imaginaba a Redondo lejos de Madrid. Él tampoco creía en esa posibilidad, pero en el fútbol no existen los imposibles.
La nueva etapa del mediocampista tuvo el peor de los comienzos. No bien se sumó a los entrenamientos con el equipo rojinegro se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. La maldita rodilla derecha. Esa lesión lo alejó dos años de los campos de juego. Luchó con todas sus fuerzas para acelerar la recuperación, se sometió a rigurosos tratamientos que incluían dolorosas intervenciones para quitarle la sangre acumulada en la articulación. Hasta se internaba en las frías aguas del Mar del Norte para acelerar el proceso. Quería jugar. Iba a jugar.
Mientras estuvo alejado de las canchas, exigió que no se le abonara el sueldo. No estaba dispuesto a cobrar lo que entendía que no le correspondía. Lo consideraba un acto de nobleza. Recién el 3 de diciembre de 2002 tuvo su primera vez en Milan en un 1-1 con Ancona, por la Copa Italia. Ingresó en el segundo tiempo en reemplazo de Pirlo. Como retribución se ganó el aplauso de los hinchas en el estadio San Siro. Los tifosi estaban al tanto del gesto que había tenido mientras no pudo jugar y, por supuesto, esperaban disfrutar de su clase.

A punto de cumplir los 35 años, decidió que ya había luchado demasiado con su maltrecha rodilla derecha y le dijo adiós al fútbol.
El dolor no lo había abandonado por completo. Redondo había incrementado su umbral de tolerancia, pero el movimiento de la articulación distaba de ser el normal. Aunque mantenía intacta la clase, él sabía que no era el mismo. Tan solo alcanzó a actuar en 33 partidos, pero así y todo integró el plantel que ganó la Liga en la temporada 2003/04, la Supercopa italiana en 2004, la Champions League y la Supercopa de Europa en 2003.
El 16 de mayo de 2004, con casi 35 años, sustituyó a Pirlo a los 12 minutos del complemento del encuentro en el que Milan superó 4-2 a Brescia. El rato que estuvo en la cancha le alcanzó para abrirle el camino al portugués Rui Costa para el cuarto tanto en el triunfo del equipo que manejaba desde el banco Carlo Ancelotti. Colgó los botines, pero dejó intacto el recuerdo de una forma diferente de jugar. Y no una forma común y corriente, sino la que solo podía mostrar el 5 fantástico.