Joyce Carol Oates ha dicho de él que es el “Dostoievsky norteamericano”. Pero el exitoso James Ellroy no tiene problema en admitir que no ha leído al creador de los hermanos Karamásov. Tampoco a Tolstoi, Céline o Kierkegaard, mientras que le desagradan sus distinguidos compatriotas Cormac McCarthy y William Faulkner porque “nunca usan comillas”.
“Ni siquiera me gusta la novela policial”, agrega el escritor que justamente ha sido apodado “el perro demoníaco” de ese género, bien que en la más oscura de sus variantes estadounidenses.
De Ellroy se presenta por estos meses una nueva novela, Los seductores (Random House), en la que sondea el momento histórico que rodeó la misteriosa muerte de Marilyn Monroe, una de las máximas estrellas hollywoodenses, de la que no tiene empacho en decir que era “tonta, superficial, sin talento ninguno y usaba a la gente” .
“Se han escrito muchísimos libros sobre ella y todos parecen absolverla por sus malas acciones, pero yo aquí la condeno”, pontificó con rotundidad el rey de la novela negra estadounidense, autor de verdaderos clásicos contemporáneos como L.A. Confidential o La dalia negra.
Las referencias de Ellroy (Los Angeles, 1948) a la actriz surgen del “puro instinto” ya que no emprendió una investigación específica para escribir este libro, que es una novela detectivesca llena de personajes y situaciones reales.
En cambio, sí acepta haber leído, aunque de manera parcial, la biografía escrita por el periodista británico Anthony Summers, un especialista en el género de las revelaciones de vidas escandalosas.
“No se prueba nada (en la novela), es pura especulación, nadie sabe lo que ocurrió”, advirtió el escritor estadounidense en una reciente visita España para participar en la tercera edición del Hay Festival de Sevilla.
DESMITIFICADOR
Aunque la novela se aprovecha de toda esa especulación y misterio, Ellroy no cree que la actriz de El príncipe y la corista o Los caballeros las prefieren rubias representara una verdadera amenaza para el establishment estadounidense ni para los Kennedy en particular.
“Jack (John Kennedy) y ella solo tuvieron ocho encuentros de una hora, Jack era un hombre de dos minutos”, bromea sobre la modesta aptitud sexual del mandatario asesinado en 1963.
¿Y qué tiene para decir de ella, la mayor bomba erótica de su época? “Marilyn murió de sobredosis -asegura-. Era alcohólica y drogadicta, había tomado grandes cantidades de alcohol y estupefacientes durante años”.
A juicio de Ellroy, si el mundo sigue hoy fascinado con la rubia de oro es porque “al mundo se lo engaña fácilmente” y “la gente quiere creer cosas”.
DOBLE JUEGO
Ambientada en la californiana ciudad de Los Ángeles en el verano boreal de 1962, la trama de Los seductores relaciona la muerte de Marilyn con el secuestro de una actriz de películas de serie B (en este caso, un personaje de ficción).
En medio de este panorama el detective Freddy Otash, un expolicía corrupto y extorsionador, intuye que ambos casos están relacionados.
Procede a investigar los hechos, primero por pedido de Jimmy Hoffa -histórico líder sindical de los camioneros vinculado a la mafia y en guerra a muerte con los Kennedy- y después para el otro bando, respondiendo ante el propio Robert Kennedy, que ya era Secretario de Justicia a las órdenes de su hermano, elegido presidente en la reñida votación de 1960.
Darryl F. Zanuck, el mandamás de la Fox, Elizabeth Taylor o Natasha Lytess, mentora actoral y posible amante de Marilyn, son otros de los personajes reales que aparecen a lo largo de las más de 500 páginas distribuidas en diez partes y 75 capítulos breves. Además, claro, del propio Otash, un detective privado al que Ellroy conoció en persona y de quien se decía que había espiado a todo Hollywood.
“Tenía atrapado a Hollywood, era su guardián, lo sabía todo”, afirma el escritor, quien al mismo tiempo reconoce que “era un pedazo de m...”.
Las armas de Otash, que Ellroy despliega con minuciosa precisión en esta novela, eran las escuchas telefónicas ilegales, los micrófonos ocultos hasta debajo de las camas, los seguimientos en auto y la vigilancia noche y día de casas y personas.
Todo como parte de un doble juego de “aprietes” y extorsiones cruzadas por el que Bobby Kennedy buscaba desacreditar a la diva fallecida para que no saliera a la luz la relación con el presidente, mientras la policía escarbaba entre la mugre de los hermanos en el poder de Washington como reaseguro en caso de que no cumplieran promesas de ascenso a un corrupto jefe policial.
Una tarea agobiante y malsana que Otash podrá cumplir a fuerza de alcohol y pastillas y porque cuenta con la colaboración de un hato de ayudantes tan ruines como él.
Pero este ex policía hundido hasta las rodillas en el barro también es capaz de sentir emociones humanas.
Lo demuestra el recuerdo del fugaz amorío que mantuvo en el final de la Segunda Guerra Mundial con Patricia Kennedy, hermana menor del presidente y en 1962 esposa de Peter Lawford, actor del “clan Sinatra” y supuesto proveedor de mujeres para disfrute del jefe de la Casa Blanca. Un vínculo del pasado que complica aun más la intriga del libro.
MUNDO PERVERTIDO
Otash es el protagonista de una trilogía que empezó con Pánico (2021) y cuya tercera entrega está ahora en proceso de escritura.
El Hollywood que Ellroy retrata en estos libros es un mundo lleno de violencia, perversión, drogas y traiciones. De mujeres “señuelo” ofrecidas al mejor postor entre los poderosos de la política, el cine, la policía y las mafias. De corrupción y ambiciones rastreras en pos de ganar un puñado más de dólares.
Acerca del Hollywood en los Estados Unidos de hoy el escritor prefiere no decir nada.
“No quiero hablar del momento actual, ni de la política norteamericana, ni de nada relacionado con la actualidad, pero sí diré que allí donde hay un grupo de gente que piensa de la misma manera, querrán censurar las mismas cosas”, advirtió.
El autor del Cuarteto de Los Ángeles confiesa que vive en el pasado. No usa computadora, ni teléfono celular ni televisión.
“Todo eso es Satán en la Tierra”, alerta el novelista que debutó en la literatura pasados los 30 años, tras haber quedado marcado por el asesinato sin resolver de su madre cuando él era un niño, algo de lo que ya habló en Mis rincones oscuros (1996).
A los 77 años (los cumplió en marzo), Ellroy aclara que hasta ahora no experimentó la sensación de pérdida de memoria ni de que su trabajo se haya vuelto más lento. Su estilo literario, torrencial y de bruscas frases cortas como letales disparos de ametralladora, sigue intacto al servicio de una narración en primera persona encarnada en la voz del sinuoso Otash.
Su ego, en cambio, está algo más moderado. “La fe lo ha mitigado y también mirar la vida y ver que, pese a los libros escritos, la fama y el dinero que he ganado, sigo estando como una cabra, tengo insomnio y por la noche me entra un pánico que me impide dormir“, admitió con franqueza.
Cómodo en la provocación y en su personaje de tipo duro y cortante, pero con sentido del humor, Ellroy protesta que no le gustaron ninguna de las adaptaciones cinematográficas de sus obras, aunque se declara dispuesto a que le sigan pagando dinero por ellas.