"En la Argentina experimentamos que se está muriendo la fraternidad, se está muriendo la tolerancia, se está muriendo el respeto", dijo el arzobispo Jorge García Cuerva en el tedeum por el 25 de Mayo celebrado en la Catedral de Buenos Aires. Esas palabras merecen una reflexión, porque si bien comparto que son ciertas debo advertir que resultan tardías. Muy tardías.
Cualquier incauto podría suponer escuchando al cura que el responsable de tal agonía para la fraternidad, la tolerancia y el respeto sea el Presidente Javier Milei, quien contribuye a la confusión con sus gestos de nene malcriado (como los de negar la mano al jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Jorge Macri y suponer ausente a la vicepresidente Victoria Villarruel) justificándose en una frase, “Roma no paga traidores”, que si la dijera con sinceridad significaría poco menos que el vaciamiento de su gobierno. Y no. Más allá de sus modos, que mucho tienen de grotescos, no es Javier Milei el responsable de tal agonía.
Un país, sostengo, es serio cuando basta para describirlo y entenderlo con conocer su Constitución (sea tácita o expresa); cuando su Constitución en cambio resulta ser una suerte de mera sugerencia que en realidad se ignora ese país no es serio ni es un chiste: es un drama. Como sigue siendo Argentina.
LA GESTA DE MALVINAS
El sistema político argentino desperdició la oportunidad que le regaló la sangre vertida en la Guerra de Malvinas para poner fin a muchos de los males que nos impedían, ya entonces, ser un país serio. Y la desperdició porque sus dirigentes no entendieron ni el significado de la guerra perdida (otros países han sabido aprender -y mucho- de sus derrotas) ni la importancia de alcanzar y sostener la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional poniendo a las instituciones por delante de ambiciones personales.
El espurio Pacto de Olivos para la reforma de la Constitución Nacional, por la cual Menem obtuvo su reelección y Alfonsín un puñado de senadores, marca un hito que no debe olvidarse en la subordinación de la política a la politiquería. El fracaso del viejo siglo y las crisis del nuevo terminaron por catalizar el inesperado arribo al poder de Néstor Kirchner, un pragmático sin otra ideología que el poder por el poder mismo.
Desde su inicio el 25 de mayo del 2003 el régimen kirchnerista, con una concepción orwelliana de la construcción del poder totalitario, exacerbó tantos odios como pudo en la sociedad argentina llevando al paroxismo la aplicación de la lógica amigo/enemigo. Diré en reconocimiento de Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde, que ninguno de ellos hizo del odio su insignia. Kirchner sí lo hizo.
Y el principal destinatario del odio azuzado por Kirchner fueron los militares. Claramente enarbolar la bandera de los derechos humanos sirvió como distracción para la corruptela. Cumpliendo el mismo rol de la chica bonita que acompaña al mago: dejar que la mano sea más rápida que la vista dando rienda suelta a esa pasión por asaltar cajas fuertes que evidenció Kirchner. La fraternidad que García Cuerva dice ver agonizar, comenzó su agonía en la decisión de ese gobierno. No hace falta, ni da el espacio, para que me extienda sobre el escandaloso prevaricato sistematizado que todavía hoy persigue a los vencedores del terrorismo castrista. Una sociedad condena con saña a sus defensores cuando pierde la noción de la fraternidad. Así que, afirmo, la fraternidad fue herida intencionalmente hace más de 20 años.
Lo mismo cabe decir del respeto y la tolerancia. Recuérdese que el kirchnerismo militaba la intolerancia de muchas formas, hasta llevando niños a escupir fotos de opositores (Mauricio Macri) y críticos (Mirtha Legrand) al escupitódromo que instalaron frente al Congreso. Por eso Milei traiciona el mandato de buena parte de sus votantes cuando instiga el odio contra periodistas. En eso es más de lo mismo, una continuidad.
INFEKTADURA
Ahora bien, dice García Cuerva que en este tiempo agonizan la fraternidad, la tolerancia y el respeto. Sin embargo recuerdo que no hace mucho, durante la infeKtadura, la fraternidad, la tolerancia y el respeto fueron literalmente asesinados por el gobierno infame de Fernández & Fernández.
El 19M 2020, pretextando pandemia, el kirchnerismo dio un golpe de Estado contra la Constitución Nacional, imponiendo de facto un estado de sitio que suprimió más libertades que cualquier otra dictadura de la historia argentina. Esa aberración contra el orden constitucional de la que fueron cómplices jueces y legisladores de distintas bancadas todavía sigue impune.
¿Dónde estaba la fraternidad que hoy se reclama cuando aquel padre debió caminar llevando en brazos a su hija enferma de cáncer? ¿Dónde estaba la tolerancia cuando cualquier crítica a las restricciones era respondida con agravios, amenazas y persecuciones? ¿Dónde estaba el respeto cuando se había derogado de facto la Constitución Nacional?
Pues bien, si hoy la fraternidad, la tolerancia y la libertad están agonizando significa que de algún modo revivieron. Y por supuesto hay que sanarlas, pero eso no lo hará el Presidente Milei porque sencillamente no lo votamos para eso. Lo votamos para desmantelar un régimen corrupto, algo más que claro desde que hizo campaña con una motosierra, anunciando reducir estructuras del Estado y denostando contra la casta política. Incluso en el acto de su cierre de campaña se proyectó un video que exaltaba la destrucción prometiendo un nuevo inicio; mientras cantábamos “lo que yo quiero es dolarizar / y prender fuego al Banco Central”.
UN EMERGENTE
Por supuesto, Milei tampoco resiste muchos archivos, particularmente por tanta casta reciclada que tiene dentro de su gobierno y que acentúa todavía más sus contradicciones actuales, pero ese no es el punto de este artículo.
“Milei fue votado para mostrar algo diametralmente distinto a la pusilánime tibieza del macrismo”
El punto es que Milei ha sido un emergente del hartazgo generalizado y quien supo catalizar un profundo deseo social de poner fin a una época política. De mostrar algo diametralmente distinto a la pusilánime tibieza del interregno macrista. No es a él a quien hay que dirigir los lamentos por la agonía de la fraternidad, la tolerancia y el respeto. No lo votamos por bondadoso, ni por fraterno, ni por tolerante, ni por respetuoso, ni por sus divagaciones religiosas, ni buscando un amigo, ni creyendo que pueda ser el presidente ideal, lo votamos para que haga lo que otros no se animaron ni se animarían a hacer. Y en buena medida lo hace. Es un experimento que está en curso.
Finalmente, porque elijo ser un “ñoño republicano”, digo que muchas cosas serían mejores si el Presidente Milei estuviera a la altura de la caballerosidad del estadista que exigen la dignidad y el decoro, en gestos y palabras, de la investidura presidencial. Pero no está en su naturaleza ni es esperable ya que se comporte como tal. Será una asignatura pendiente, en el mejor de los casos, para quien lo suceda a su tiempo.