La noticia de un puma suelto en Pilar me recordó un episodio sucedido hace dos siglos en Buenos Aires. La Gaceta Mercantil del 16 de abril de 1834, relataba la visita de un tigre (un jaguar, en realidad) por los entonces suburbios de nuestra ciudad, el cuál después de herir a tres hombres y de aguantar sin ahuyentarse una porción de tiros, al fin fue muerto en las Cinco Esquinas de la Recoleta.
Así se llamaba desde entonces ese lugar, que aún conserva ese nombre en el habla coloquial del porteño, ya que en la esquina de Libertad y Juncal, nace en diagonal la actual avenida presidente Manuel Quintana, conocida como la calle larga de la Recoleta. La foto que ilustra la nota es de 1872.
Estos felinos andaban haciendo de las suyas, ya desde la primitiva Buenos Aires, ya Ulrico Schmidl, cronista alemán, nos refiere a los tigres en estas tierras, lo mismo que Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que marchando por la selva un jaguar atravesó una columna de indios, provocando gran alboroto.
Ni que decir de la entrada de un jaguar en la reunión reunión que se llevaba a cabo en la noche del 15 de noviembre de 1773 en Montevideo en la residencia del gobernador de esa plaza don Joaquín del Pino, cuando “poco más de las 9 de la noche”, cuando hacía “más de 12 o 14 años que no entraba ninguno a ese pueblo”, especialmente desde que se había cerrado la muralla.
Lo cierto es que ese día estaban jugando a los naipes en una mesa María Ignacia Ramerí, mujer del susodicho gobernador; el capitán Francisco Gil, provisto gobernador de las Islas Malvinas, y los religiosos Pita y Arás. En otra mesa lo hacían el capitán de navío Juan Antonio del Camino, comandante de los bajeles del Río de la Plata, el capitán don Manuel de la Quintana, el teniente Antonio del Olmo y el dueño de casa. Otros individuos Francisco Rodrigo, Manuel de Robles, Juan Galarza y Pedro Landa, estaban en la habitación viendo el juego.
Un documento de la época dice que “estando todos del modo que va referido, se oyó un aullido de perro hacia la puerta de calle como si lo hubiesen herido, al cabo de un rato se volvió a oír dentro del patio de la casa con mucho más ruido. Con este motivo se levantaron todos los concurrentes, al mismo tiempo entró en la sala la negra Mariana, esclava del gobernador, gritando toda ensangrentada, y tras ella el ordenanza de infantería llamado José Miguel, quejándose también por estar herido y el negro José, también esclavo, diciendo que se había entrado a la cocina bastante herido. A toda esta bulla y creídos que era un cerdo rabioso, salieron al patio Galarza y Robles, y el gobernador, los dos primeros quedaron con sus espadas al lado de la puerta del cuarto donde estaban en sus camas los dos hijos del gobernador, quien no llevaba espada ni cosa alguna en la mano y estaba un poco más atrás cerca de la puerta de la sala, hablando con los referidos para que estuviesen bien separados de la puerta a fin de dejar el paso libre”.
“A este tiempo salió del cuarto el tigre, le embistió al gobernador con una furia extraordinaria por estar, casi al frente y cerca de la puerta de la sala, la que tenía cerrada una de sus dos hojas, Como lo vio venir se retiró prontamente un paso atrás llevando con la mano izquierda la media hoja de puerta que estaba abierta; con cuya acción el golpe principal lo recibió ella, y a dicho gobernador le tocó solo las piernas con los cuartos traseros, y ayudó esto mismo a acabar de cerrar la puerta pillándole entre las dos hojas la mano izquierda con la que tenía asida y lastimándole un dedo. Inmediatamente salió a la carrera hasta el extremo de la sala, Robles no lo hizo así, sino que se entró al cuarto de donde salió el tigre (donde permanecían los hijos del gobernador en sus camas. Éste luego que llegó a la pared (sin querer salir a la calle que todavía estaba abierta la puerta) volvió al cuarto de donde había salido, siguiendo a Robles, el que se metió en un cuarto que está más adentro y empujó la puerta por dentro para que no entrase el tigre”.
“En este acto sucedió el lance más maravilloso, pues estando el animal en el cuarto donde había dado 8 heridas a la negra Mariana, Ramón el hijo del gobernador que ya estaba despierto se asustó al ver aquel animal, saltó en tierra en camisa y pasó por al lado para irse a la sala, y una negra que estaba al lado de su hermana María Josefa que ya dormía, la agarró en brazos y los tres pasaron sin que les hiciese el menor daño; llegaron a la puerta de la sala y con el ruido que había adentro, no se les oía llamar y tardaron en abrirles, mientras que el tigre se echó en la puerta del cuarto de donde salieron y los estuvo mirando hasta que entraron en la sala. En este intermedio ya se había avisado al Fuerte y a la batería, del primero vinieron dos soldados y del segundo dos paisanos, y no obstante que se les previno no entrasen en el cuarto donde ya había vuelto a entrar el tigre, sino es que cerrando la puerta estuviesen hasta que viniese más tropa; con todo un soldado entró, al que le embistió y lo recibió con bayoneta calada (pues no salió el tiro), ésta se la sacó y le hizo varias heridas, por lo que se lo envió al hospital. Robles que estaba en el cuarto interior hizo pedazos la vidriera de la ventana y se echó a la calle. Se abrió por fuera un pedazo del tejado y se le tiraron algunos balazos de que salió muy mal herido por lo que se metió debajo de las camas, sin poder hacer salir, ni aún con un gancho que se le introducía de la calle, por cuya causa fue precios abrir la puerta poniendo en ella 6 granaderos con bayoneta calada y desde dentro del cuarto se acabó de rematar a balazos. Se sacó afuera y se reconoció según varios dijeron que podría tener 4 o 5 años, su longitud desde la cabeza incluyendo la cola, eran 11 palmos”.
Parece ser que la visita de estos felinos a la ciudad de Buenos Aires era cosa común ya que Mr. Woodbine Parish, representante del gobierno inglés en Buenos Aires en 1826, escribió en sus memorias: “Frecuentemente sucede en tales ocasiones que estos animales, para salvarse, nadan y se refugian en masas flotantes de cañas, arbustos y plantas acuáticas, llamadas por las gentes del país camalotes, siendo de este modo conducidos aguas abajo y arrojados a la vecindad de los pueblos y aldeas que hay en la costa. Muchas son las historias que se cuentan de las inesperadas visitas de los jaguares o tigres, como se les llama en el país, llevados de este modo desde sus guaridas hasta Buenos Aires y Montevideo. Uno fue muerto a balazos en mi propio jardín, cerca de Buenos Aires, y algunos años antes no menos de cuatro habían desembarcado en Montevideo, alarmando sobremanera a los habitantes cuando por la mañana los encontraron recorriendo las calles”.
Muy cerca de la casa de Parish en las cinco esquinas tenía su residencia John Murray Forbes, representante de los Estados Unidos. Ambos funcionarios izaban junto a la bandera de su país la enseña nacional.
Un poco antes, hacia 1820, un inglés que vivió en nuestra ciudad entre apuntó: “Gran número de tigres hay en el país. No tienen estos felinos la fuerza ni la terrible fiereza de los tigres de la India; guardan más semejanza con los leopardos y algunos que he visto no eran mayores que un perro ovejero. Pueden, sin embargo, atacar a personas, y se de varios hombres que han sido devorados”.
Estas historia de tigres, de haberlas conocido Jorge Luis Borges de seguro con lo que los admiraba, habrían sido el argumento de algunos de sus cuentos.