Pocas veces una elección de medio término excedió tan ampliamente su función de renovar el Parlamento. En esta votación están en juego no sólo las bancas que oficialismo y oposición se disputan en las dos cámaras del Congreso, sino la continuidad del plan de estabilidad que constituye el corazón de la gestión de Javier Milei y Luis Caputo.
Ese plan, de recorte del gasto público y de restricción monetaria, paró en seco la inflación, a pesar de los ataques sufridos en casi todos los frentes: desde el círculo rojo hasta las embestidas de los marginales de la política que intentaron miércoles tras miércoles provocar incidentes violentos ante el Congreso. Todos los sectores corporativos hicieron su aporte a los intentos de demolición: desde los medios hasta el sector financiero.
El plan de Caputo los resistió hasta que la derrota de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires planteó el posible regreso kirchnerista. Ahí la corrida para protegerse detrás del billete verde se volvió imparable. Pero la respuesta de Milei no fue como la de 2001 con el “blindaje” de De la Rúa, ni como la de 2019 con el préstamo del FMI al gobierno agonizante de Mauricio Macri.
El presidente norteamericano Donald Trump aprendió la lección y no sólo blindó el pago a los acreedores. También puso dólares en el mercado de cambio nativo. Resultado: el dólar llegó al fin de la campaña dentro de la banda de Caputo. Trump avisó además que si hoy gana el peronismo, los dólares se acaban.
Esto ratifica que Milei enfrentó la catastrófica herencia K con un programa financiero y un apoyo internacional sin precedentes. Lo único que podría desbaratarlo es el rechazo de los votantes.
Si esto ocurriera, no habría magia posible para evitar la devaluación; el retorno de la hiper estaría a la vuelta de la esquina y el impacto sobre la gobernabilidad de esas calamidades conjuntas restablecería condiciones similares a las previas a la crisis de 2001.
Pero hay un obstáculo para que eso ocurra: la diferencia de liderazgo entre Milei y el ex presidente de la UCR. Milei no sólo nombró a Caputo y a su equipo, sino que les dio un apoyo político incondicional para hacer el ajuste que ha puesto en pie de guerra a todos los que viven del Estado.
Más aún, amplió la esfera de poder de Caputo con el nombramiento de su segundo, Pablo Quirno, como ministro de Relaciones Exteriores. Al mismo tiempo Caputo aseguró que no piensa en devaluar ni en frenar el ajuste. Dos “actos” de campaña más eficaces que varios estadios llenos de “militantes” con cotillón electoral.
En resumen, el oficialismo va con una sola propuesta a los comicios: no hay cambio de rumbo. Pierde o gana con las cartas a la vista, lo que generó un problema adicional. Si las elecciones son provinciales, según argumenta el kirchnerismo, ¿cómo deberá leerse el resultado? El oficialismo quiere hacerlo mediante el total nacional, lo que es lógico si se interpreta la elección como un referéndum sobre el plan económico (ver “Cómo medir el resultado”).
Una segunda lectura sería coherente con el carácter legislativo de la votación: contar el número de bancas obtenidas por cada fuerza. En este sentido hay una variedad de proyecciones en danza, pero una buena performance del gobierno (36% de los votos o más) le permitiría en la práctica el control de un tercio de la Cámara de Diputados.
Con ese peso parlamentario garantizaría que los vetos no puedan ser rechazados por el Congreso, desactivando aventuras opositoras como las de los últimos meses con la sanción de leyes de aumento del gasto público sin financiamiento genuino.
A menos que sufra una catástrofe electoral (menos del 30% de los votos, lo que lo pondría a Milei a tiro de juicio político) el oficialismo arranca con ventaja en la carrera por el control del Congreso, porque es la fuerza que menos bancas pone en juego. Eso le permitiría duplicar su actual bloque en el Senado, lo que, sin embargo, lo deja todavía lejos del control de un tercio de la Cámara.
No obstante, la merma esperada de los bloques peronistas alejaría también a la oposición del quorum propio como ocurrió durante los últimos meses cuando se sumaron al kirchnerismo los radicales Lousteau y Blanco y la larretista Tagliaferri.
En cuanto a la oposición el resultado electoral llevará también un mensaje al peronismo. En primer lugar, a los caciques provinciales que intentan sin éxito sacarse de encima desde hace una década a Cristina Kirchner. Una derrota de Fuerza Patria derivaría en un inevitable cuestionamiento de su liderazgo. También dentro del propio kirchnerismo aceleraría el proyecto independentista de Axel Kicillof que, a pesar de gobernar la provincia de Buenos Aires sigue sumido en una irrelevancia política inexplicable.