La atrofia intelectual que padecemos los argentinos resta a la Argentina posibilidades de detener y revertir su decadencia. Si leer esto le resulta duro no debería seguir leyendo. Entendiendo por inteligencia a la capacidad de desenvolverse racionalmente, cualquiera que analice nuestra realidad verá que su objeto de estudio es un país idiotizado.
Calificar como idiotizado a un país no supone países libres de idiotez, por ende tampoco sugiere que no haya habido idiotas en el pasado argentino o que puedan evitarse a futuro. La idiotez es un rasgo humano tan común como inevitable en comunidades e individuos, razón por la cual reza el satírico adagio: "El que esté libre de idiotez que tire la primera idea''.
Si no captó la ironía no siga leyendo, difícilmente entenderá el resto. Quien esto escribe ha cometido muchas idioteces, en no menos oportunidades se ha sentido idiota y en más circunstancias de las que quisiera recordar ha tenido certeza de serlo. Quizás usted experimente algo parecido y podrá valorar esa conciencia de la propia idiotez como la última defensa que nos impide ser completos idiotas.
Dejando claro que (al igual que las personas) todos los países tienen un grado de idiotez mínimo ineludible, el grado de incidencia en cada cual será variable según el porcentaje de idiotas y su relevancia social. Siendo que convivir con la idiotez es inevitable, porque su carácter humano hace que no pueda ser extirpada por completo de ninguna sociedad, la clave para evitar su expansión es contenerla con un sistema racional de convivencia que minimice sus daños.
LA REPUBLICA PERFECTIBLE
Por eso la República, que poniendo límites al poder se previene del totalitarismo, es también un sistema para evitar la idiotez absoluta. Pero la República no es un antídoto infalible, es apenas un mecanismo perfectible que depende del factor humano y como tal: vulnerable. Desarrollar en el común de las personas la capacidad de razonar, de incorporar conocimientos y darles utilidad, requiere un esfuerzo sostenido a través de generaciones que, a todas luces, es significativamente mayor que el de anular la capacidad de pensar. Las razones para promover la idiotez no son ajenas al cálculo político para la suma del poder público, ya que ni el idiota ni el esclavo pueden tomar decisiones; de ahí que la idiotez sea la forma sin resistencia de la esclavitud.
Sin la capacidad de pensar el ágora de Atenas no hubiera sido, porque el concepto de ciudadanía se basa en esa específica capacidad, desprovista de la cual la democracia subvierte a la República y deviene en mero abuso de la estadística; tal como afirmó Jorge Luis Borges en 1976 al ser entrevistado por Joaquín Soler Serrano, oportunidad en la que también dejó caer una frase que en 2021 puede leerse como síntesis resultante del fallido intento democrático iniciado en 1983: "No creo en la posibilidad de la democracia argentina''.
La evolución de la humanidad, con todos sus tropiezos, demuestra que las naciones no se idiotizan en forma natural. La idiotización es un proceso artificial que aprovecha la facilidad y rapidez de propagación de la idiotez. De hecho, si la brillantez pudiera contagiarse a la misma velocidad de la idiotez, los problemas del mundo serían meros desafíos a superar. Pero es tal la propagación de la idiotez que el peso cualitativo de la inteligencia se debilita cada día más frente al peso cuantitativo de la estupidez. Para peor de males, el idiota ensalza su idiotez con un proselitismo activo de afirmación idiota.
George Orwell, a mediados del Siglo XX y a través de sus novelas Rebelión en la granja y 1984, ha sabido explicar el proceso de idiotización con que los proyectos totalitarios imponen la desmemoria colectiva para el falseamiento histórico y el adoctrinamiento faccioso, llegando al extremo de destruir el lenguaje para suprimir las ideas e insectificar al ser humano en la obediencia instintiva. Y había ya caído el Muro de Berlín y colapsado la URSS cuando en 1996 Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa publicaron su Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano; obra con la que la idiotez quedó perfectamente definida como categoría política.
En tanto expresión del totalitarismo castrista, el kirchnerismo ha tomado a Orwell como manual para la construcción del poder totalitario, partiendo de imponer como verdad dogmática la mentira de los 30.000 desaparecidos, piedra fundacional de un muro de desmemoria levantado por la hipocresía cobarde de los progres para un alevoso falseamiento histórico al que le escasean las verdades y le sobran las mentiras. Y mientras ese muro no se derribe, Argentina seguirá siendo un país idiotizado que, teniendo a la mano la prosperidad que le ofrece su Constitución Nacional, se hunde en la miseria material y moral de la más perfecta idiotez latinoamericana. Cuando ese otro infame muro caiga, la luz de la racionalidad que proyectaron los constituyentes de 1853 volverá a iluminar el hoy sombrío futuro argentino.