Cultura
EL ARREPENTIMIENTO Y LA CONVERSIÓN SON LOS VERDADEROS REMEDIOS PARA EL ALMA

Un mundo sin pecado ni culpa

 

POR FERNANDO MIGUEL SALON

 

Con la visión mundana, y no con la visión de Cristo, es que creemos que la culpa ya no existe, por cuanto el pecado ya no existe, o la barra está tan baja que cualquiera piensa que lo que hace está bien, aunque sea una abierta violación a los mandamientos y preceptos de Dios.

El egocentrismo ha hecho que al menor sentimiento de culpa originado en la ley natural que Dios ha puesto en las personas, la gente vaya al consultorio del psicólogo en busca de alguna terapia de alivio o de alguna pastilla ansiolítica. Nada más errado, pues esa no es la solución, y así la culpa continuará carcomiendo nuestra alma y cuerpo hasta la destrucción que acontecerá temprano o tarde.

¿Como vamos a hablar del perdón de los pecados si ya no existe el concepto de pecado? ¿Si se ha suprimido el concepto de culpa? Hoy algunos psicólogos -creo que numerosos, seguramente porque no tienen fe cuando tratan a sus clientes-, se empeñan en levantarles o aumentarles la autoestima, en quitarles el sentimiento de culpa, no el complejo de culpa. El complejo es algo que hay que quitar siempre, tanto si es de culpa como si es de superioridad.

Entonces se les dice a la gente que no es culpable. La culpa está en lo que ocurrió en la infancia, en lo que pasó con los padres, en las circunstancias, o mil excusas más. Hoy nadie es culpable. Nadie debe pedir perdón. Nadie es responsable. Nadie debe reparar nada.

La realidad es que el sentimiento de culpa es sano, pues es lo que encamina hacia el arrepentimiento si hay una conciencia bien formada. Y arrepentirse significa pedir perdón profundamente de corazón a Dios y a la persona ofendida; no volver a hacer más el mal; y reparar o devolver las cosas al estado anterior al pecado. Si se cae otra vez, habrá que seguir el mismo proceso de arrepentimiento nuevamente.

No tenemos que hacer que la culpa desaparezca. Si yo pongo la mano en el fuego sin querer, mi organismo está preparado para mandar inmediatamente una señal a través de mis neuronas, y hace que yo quite la mano del fuego. Ya me he quemado un poco, pero no he terminado de quemarme.

 

BARBARIDADES

 

El sentimiento de culpa tiene esa misma misión. Hacer ver lo que es malo, lo que nos está haciendo daño, como el fuego. Hoy la insistencia en suprimir el sentido de culpa está haciendo a las personas sin conciencia, y eso está haciendo daño a otros. Y las está llevando a cometer barbaridades con la conciencia tranquila. Ha desaparecido el concepto de culpa, espantosamente, con caradurismo y desfachatez. Solamente queda el concepto de delito, que es lo que legalmente está mal, que es cambiante según los países y quien gobierna, que puede seguir leyes inicuas, y que además permite hacer trampas.

Tenemos que recuperar el sentido del bien y del mal. De lo contrario, haremos el mal. Darnos cuenta de que hacemos el mal a los demás y a nosotros mismos. Si fumamos sin darnos cuenta de que eso nos hace daño, nuestra conciencia no nos lo reprochará, pero nuestros pulmones tendrán cáncer. Los pulmones no entienden de nuestra opinión, sino que reaccionan ante el mal. Si soy un borracho y pienso que es buenísimo beber todas las noches alcohol mi conciencia no reaccionará, pero mi hígado se arruinará. Al igual que en esos ejemplos, no reconocer nuestra culpa matará nuestra alma (por eso algunos pecados se llaman mortales) y nuestro cuerpo. No tendremos paz en la Tierra, y mucho menos Vida Eterna.

Es fundamental reconocer nuestra culpa en estos tiempos, que son época de anarquismo moral. Hay evasión de culpa, entonces hay evasión de responsabilidad y evasión de reparación.

El sentido de culpa es bueno, es necesario. Nos ayuda a distinguir el bien del mal. Y con la gracia de Dios hemos de intentar evitar el mal y hacer el bien.

 

SEGUNDA ETAPA

 

La conversión es la siguiente etapa. Si no hay arrepentimiento, si no hay conversión, no hay perdón de los pecados. “En Su Nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados”, está escrito. La conversión tiene que ver con la conciencia de culpa. ¿Y sino, de qué te vas a convertir? Has mentido y tienes que ser consciente de que eso está mal. Has dañado a tu padre, a tu esposo, a tu esposa, a tu prójimo, y tienes que ser consciente de que eso está mal y que tienes un precio que pagar.

Tiene que haber conciencia del bien y del mal. Y hay que arrepentirse.

Pero tiene que haber también deseo de cambio, eso es la conversión y eso es lo que tenemos que enseñar, que existe el mal, y que hay que cambiar para el bien. Luego, Dios perdona los pecados. ¿Y qué hace falta para recibir ese perdón? Que estemos arrepentidos. Todos los razonamientos llevan al mismo lugar: la clave es el arrepentimiento perfecto y completo, con las tres características ya mencionadas.

Todos los que nos dicen que no hay pecado o que al menos no hay determinados pecados, porque hoy en día desperdiciar una botella de plástico es mucho más grave que matar a un bebé en el vientre de su madre, o faltar el respeto al padre; los que nos dicen que eso no es pecado en la actualidad porque el mundo va en otra dirección; y los que dicen que no hace falta la conversión porque Dios es muy bueno y perdona siempre aunque no le pidas perdón y aunque no intentes cambiar, son falsos profetas, malos sacerdotes, malos consejeros, mala gente o al menos personas profundamente equivocadas o ignorantes. La ambigüedad del famoso discurso “todos, todos, todos” ha hecho mucho daño, y costara tiempo volver a hablar de que las palabras de Cristo no pasaran por los siglos.

Hoy algunos recibimos las pedradas por defender el Camino, la Verdad y la Vida. No las piedras físicas pero si las verbales, los insultos y silencios de parte de ateos y de falsos cristianos, pensando que somos retrógrados por no ser “progres” o “wokes”. Pero eso está mal. Nuestro Señor lo enseña claramente. Hay que seguir a Cristo, no al mundo. Ni inventar cosas que nunca fueron verbo y tradición cristianos.

 

PSICOLOGIA

 

Por otro camino totalmente diferente para tratar la culpa tenemos a la psicología, recién nacida en el siglo XIX, y que en el siglo XX continuó con el surgimiento de nuevas escuelas de pensamiento.

Sigmund Freud tenía una visión compleja y multifacética sobre la culpa en el contexto de su teoría psicoanalítica. Pensaba que el origen de la culpa surge del conflicto entre el Ello (instintos primitivos) y el Superyó (normas morales internalizadas). Cuando el individuo no logra cumplir con las expectativas del Superyó, surge la culpa. El Superyó es la instancia psíquica que internaliza las normas morales y sociales. La culpa es una manifestación de la tensión entre el Ello y el Superyó, y puede llevar a sentimientos de ansiedad y autorreproche.

Freud consideraba que la culpa era un factor importante en el desarrollo de las neurosis. La culpa reprimida o inconsciente podía manifestarse en forma de síntomas neuróticos, como la ansiedad o la depresión. También relacionó la culpa con el desarrollo psicosexual. Freud veía la culpa como un mecanismo que ayuda a regular el comportamiento y a mantener la cohesión social. Sin embargo, también reconocía que la culpa excesiva o patológica podía ser perjudicial para la salud mental.

Entonces, Freud consideraba que la culpa era un aspecto fundamental de la psiquis humana, surgido del conflicto entre los instintos y las normas morales internalizadas. La culpa podía tener un papel importante en el desarrollo de las neurosis y en la regulación del comportamiento, pero también podía ser fuente de sufrimiento y patología si no se manejaba adecuadamente.

 

EL CASO ARGENTINO

 

Ahora bien, según la Organización Mundial de la Salud, Argentina es uno de los países que tiene mayor cantidad de psicólogos por habitante, y paradójicamente, es uno de los países con mayor consumo de ansiolíticos. Y la culpa, tan tratada en consultorios de psicólogos argentinos, no “se cura” así. Porque ni terapias ni pastillas son los remedios adecuados dado que son remedios humanos, y consecuentemente pueden cambiar por modas, tiempos, ideologías, corrientes mundanas, reducción o eliminación de los conceptos de moral y ética, complicidades, y en resumen, muchísimo egoísmo.

Si yo lo hago, está bien. Si yo lo digo, está bien. La culpa la tiene el otro, siempre. Es la abolición del concepto de lo malo y de la responsabilidad sobre ello. Esta forma de pensar esta intrínsecamente fallida, es aberrante, y por lo tanto nunca será exitosa. Siempre que haya culpa hay culpable, siempre que haya responsabilidad hay responsable.

La moraleja es que sin importar cuantas visitas y dinero se gasten en el psicólogo, la culpa y sus sentimientos no desaparecerán si el caso es la violación a los mandamientos y preceptos de Dios, y si no hay arrepentimiento.

Además de los diez mandamientos básicos y todas las enseñanzas de Cristo, a modo de ejemplo ya se dijo en Corintios 6:9-10: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.