Opinión
Siete días de política

Un gobierno sin oposición que comete errores no forzados

La presidenta replanteó la cuestión Malvinas con una denuncia contra el Reino Unido de efectividad nula que generó, además, sospechas de manipulación política. Suspenso por la tarjeta SUBE.

Por Observador

Después del 54% de los votos conseguidos en octubre la presidenta Cristina Fernández gobierna sin oposición. Ni política, ni de ninguna otra clase. Suele tropezar, sin embargo, con problemas generados por sus propias decisiones, con errores no forzados por el adversario como se dice en términos deportivos.

Uno de los más evidentes de los últimos días está vinculado con la eliminación de subsidios al transporte. La comunicación de la medida consistió en una cadena de desaciertos. Lanzó un aviso por TV que alarmó a los usuarios y provocó largas colas para conseguir la tarjeta SUBE. Un verdadero efecto "puerta 12", gratuito y autoinfligido.

Los medios opositores se regodearon con las largas filas de sufridos aspirantes a conseguir la tarjeta, expuestos al sol a temperaturas superiores a los 35 grados. Nunca se supo -todavía no se sabe- de cuánto será el aumento del boleto y si tanto esfuerzo termina siendo justificado.

Pero los desaciertos no pararon ahí. Cuando estaba a punto de vencer el plazo que el propio gobierno se había impuesto, el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, se autoconcedió una prórroga de nada menos que tres semanas. Lo ocurrido sólo puede ser atribuido a errores de cálculo gruesos o improvisación.

Podría pensarse que las idas y vueltas y las indefiniciones son culpa de la incomoda situación que genera una suba de tarifas. Pero esa explicación también resulta insuficiente. Mauricio Macri, por ejemplo, a quien nadie en sus cabales atribuiría la astucia política de un Julio Roca, se encontró en una encerrona similar cuando le transfirieron violentamente los subterráneos. Sin embargo, salió del paso de la manera más lógica: anunció el aumento de inmediato y soportó tres días de críticas; el gobierno nacional, en cambio, lleva varias semanas a merced del periodismo desafecto, pagando el costo político en cuotas y a una tasa usuraria.

¿A qué atribuir la diferencia de respuesta a un mismo problema por parte del gobierno nacional y del porteño? Al hecho de que así como no se sabe cuánto costará el pasaje de colectivo una vez eliminados los subsidios, tampoco se sabe quién toma las decisiones que anuncia Schiavi. ¿La Presidenta? ¿De Vido? ¿Moreno? ¿El mismo Schiavi? Puesto en las palabras de un hombre que conoce la "cadena de mandos" K, en el vértice están la presidenta y el secretario Legal y Técnico, después hay un gran vacío, y mucho más abajo los ministros, secretarios, legisladores, etcétera. La conducción es férrea, hiperconcentrada, con frecuencia sin "timing" y como puede comprobarse, falible.

Otro ejemplo de conducta sorpresiva del gobierno fueron las denuncias sobre Malvinas. La presidenta hizo una convocatoria que resultó eficaz para generar una gran expectativa e igualmente eficaz para defraudarla. Anunció la difusión de un informe sobre la guerra del 82 que se conoce desde hace años y la creación de una comisión que verá qué se puede difundir.

También la creación de un hospital psiquiátrico con tres décadas de tardanza. Denunció además la "militarización" de las región y llevó la queja a las Naciones Unidas, donde la cuestión se discute infructuosamente desde hace más de medio siglo.

El titular de la asamblea de la ONU ofreció su mediación -como ya lo hizo con anterioridad- y lo mejor que puede esperarse es una resolución declarativa. En el consejo de seguridad ni siquiera eso, porque allí Gran Bretaña tiene poder de veto. Por otra parte la militarización de las islas -con submarinos nuclearse incluidos- es un hecho desde hace 30 años como consecuencia de la guerra y de la derrota argentina.

Se había barajado la posibilidad de que la Argentina bloqueara los vuelos a Malvinas, pero nada de eso sucedió. La ofensiva fue retórica, sin posibilidades de conseguir alguna ventaja para el país y dejó flotando la sospecha -que algunos opositores expresaron- de utilización del problema con fines de política doméstica.

En síntesis, un gobierno que cuenta con un abrumador apoyo popular y una considerable margen de maniobra desperdició la oportunidad de poner en marcha una estrategia racional para la usurpación territorial británica que fuese más allá de la denuncia y la victimización. Una estrategia no espasmódica que saque al país del zigzag que lo llevó de querer someter a las islas por las armas a enviarle ositos de felpa a sus habitantes para caerles simpático.