Las actitudes y las declaraciones de Francisco con respecto a la Guerra de Ucrania han sido muy ambiguas, por lo menos en cuanto a la génesis de esta tragedia y las responsabilidades consiguientes.
El Santo Padre ha machacado con dolor sobre las tremendas consecuencias inmediatas y a largo plazo de esta siniestra guerra pero sin mencionar jamás a Putin por su nombre ni por su apellido, y sin poner especial acento en la expresión "invasión rusa". Supuestamente, son obligaciones y cautelas impuestas por la diplomacia vaticana al tratar estos temas álgidos.
El paso de los meses y la tremenda destrucción acumulada en bienes y en vidas, casi exclusivamente en territorio ucraniano ha movido la aguja hacia una cierta condena al país agresor, pero muy lejos de las expectativas de las víctimas, civiles y militares, masacradas sin piedad, día tras día, en los otrora pacíficos campos y ciudades ucranianas. Una paz alterada, sin duda, en la región del Donbás (en el oriente del país invadido) mediante una larvada guerra civil atizada sin cesar, desde 2014, por la Federación Rusa, en favor de algunas poblaciones separatistas rusófonas, ubicadas cerca de las fronteras con ese país. Pero se trataba de un conflicto local, donde las autoridades ucranianas mantenían los fuegos contra los separatistas, y no mucho más que eso.
Pero las declaraciones de Putin en la noche del 24 de febrero no dejaron la menor duda con respecto a sus objetivos políticos y militares: Desplazar al gobierno de Zelenski, desmilitarizar Ucrania y colocar en el poder a un gobierno afín con los intereses rusos en esa región. Un gobierno adicto, títere, o como se lo quiera llamar, pero absolutamente consustanciado con los fines y medios de la Federación Rusa en el campo local e internacional. Para ello acumuló sus mejores 200.000 hombres de armas sobre las fronteras de Ucrania con Bielorrusia y la propia Rusia, y los lanzó al ataque con todo, alistados en formación de asalto, contra Kiev (su principal objetivo, de aquí a la China) Jarkov y el Donbás.
Esas fuerzas, como suele suceder en los grandes ataques frontales, sin asco ni cuidado, terminaron "derrotadas con grandes pérdidas". Enormes, en este caso. Pero es algo previsible cuando se apuesta a "todo o nada". De todos modos, los estragos de las tropas rusas a su paso, fueron devastadores. La artillería y los bombardeos constantes redujeron a escombros cantidades de edificios, villas, campos, escuelas, teatros, iglesias, y ciudades enteras, como el puerto de Mariupol, donde la destrucción se ensañó con toda la ciudad, casi completa. La decisión de Putín y su Estado Mayor (muy pequeño, porque maneja todo con mano de hierro) también llevó a la muerte a muchos reclutas y soldados rusos que, por ley, no podían haber sido movilizados para intervenir en una guerra abierta.
Todos estos horrores y el tiempo transcurrido (más de tres meses) podrían haber servido al Santo Padre para reflexionar sobre las causas de este conflicto y sus consecuentes responsabilidades.
LA EXPANSIÓN DE LA OTAN
Uno de los pretextos de Putin para invadir Ucrania era el deseo de este país de entrar en la Unión Europea y, eventualmente, en la OTAN. Se trata de un pacto militar de defensa mutua, cuyo lema podría ser el de los Tres Mosqueteros: "Uno para todos, y todos para uno." Es decir, atacar a un país de la OTAN implicaría la respuesta de todo el conjunto de los países atlantistas, como también se los denomina.
Justamente, por esa razón, la Federación Rusa temía el ingreso de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN porque, decía Putin, esto podría significar la instalación de rampas para cohetes misilísticos de esta Alianza en las fronteras del Norte de Ucrania, a pocos cientos de kilómetros de Moscú.
De todas maneras, Ucrania, a principios del siglo XXI, jamás había sostenido la necesidad de ingresar a la OTAN, para nada. Pero cuando, en 2014, Rusia invadió Ucrania y anexó a su territorio la Península de Crimea, incluida la Base Naval de Sebastopol, la situación geopolítica de Ucrania dió un giro copernicano. Balas que picaban cerca. Pero, del dicho al hecho hay mucho trecho. Entrar en la Unión Europea no es sencillo, y mucho menos en la OTAN, pues hay muchísimos requisitos para poder ingresar allí.
A todo esto, la Federación Rusa, como política de Estado, exigía a los países occidentales que no extendieran las fronteras de la OTAN cerca de los límites de Rusia, porque lo consideraba una actitud inamistosa.
Pero, lo que no tomaba en cuenta Rusia, es la situación geopolítica de las ex repúblicas del Pacto de Varsovia, como Polonia, o de las ex repúblicas de la Unión Soviética, como Estonia, Latvia y Lituania, con tremendo miedo a ser invadidas o dominadas nuevamente por la Federación Rusa, en la medida en que Putin siguiera aumentando su poderío militar. El problema no era el ingreso de nuevos países europeos a la OTAN, sino los motivos desencadenantes de esta conducta.
Poner el grito en el cielo por los nuevos países miembros de la Alianza era un argumento válido para Rusia, deseosa de tener las manos libres para invadir a quienes quisiera, haciendo gala de sus grandes fuerzas militares y su arsenal atómico, pero no para el resto de los países de su entorno, con menos territorio, población y fuerzas militares.
Por otra parte, ¿cuál podría ser el peligro para la Federación Rusa, si ya no abrazaba ni pretendía imponer una ideología marxista-leninista a ningún otro país sobre la Tierra? ¿Quién podría pensar en atacar alegremente a un país como Rusia, poseedor de 6.200 ojivas nucleares? Impensable. Además, el nuevo orden jurídico internacional nacido después de la Segunda Guerra Mundial, ha puesto especial énfasis en las soberanías nacionales y la integridad de los territorios de los países miembros de las Naciones Unidas.
Por ese motivo, los argumentos contra la expansión de la OTAN fueron completamente desestimados, pese a las pretensiones rusas, por falta de sustento real. Una cosa es un pacto defensivo y otra la verificación de un ataque contra la integridad de un país miembro de las Naciones Unidas.
MAR DE DUDAS
Ante este panorama, las declaraciones del Papa, vertidas la semana pasada ante un grupo de periodistas católicos, donde admitió la posibilidad de que los países miembros de la OTAN tuvieran responsabilidad en la criminal invasión rusa a Ucrania, abrieron un mar de dudas y conjeturas en el ámbito internacional.
Dijo: "Hay que alejarse del patrón normal de que Caperucita Roja era buena y el Lobo era malo." Y agregó: "Está surgiendo algo global, con elementos muy entrelazados". Y luego mencionó la opinión de un jefe de Estado, al cual no identificó, quien le habría dicho: "Están ladrando a las puertas de Rusia y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se les acerque. La situación podría conducir a la guerra. Ese jefe de Estado supo leer las señales de lo que estaba pasando".
Ante el estupor general, Francisco estaba repitiendo los argumentos del Kremlin, al decir que esta guerra en Ucrania, a la que calificó como "el inicio de la Tercera Guerra Mundial", podía haber sido provocada, o no evitada. Se supone, según su punto de vista, por los países miembros de la OTAN. Y fogoneada por los fabricantes de armas, como dijo en otro momento.
UN COLLAR DE FRACASOS
Este faux pas del Papa con respecto a las posiciones de Vladimir Vladimirovich Putin es un fracaso más en una larga sucesión de hechos negativos, engarzados como las perlas de un collar. Veamos un poco.
Tuvo siempre como uno de sus objetivos de máximo interés, establecer un diálogo fraterno con el Patriarca de Moscú, Cirilo I, brazo espiritual del proyecto político nacional de Putin, sin advertir que nada convenía menos a sus interlocutores rusos que ese diálogo. Porque el primer mandatario ruso y Cirilo I han estado inmersos en fundar una especie de Vaticano, con sede en Moscú, donde estarían representadas las quince Iglesias Cristianas Ortodoxas actualmente existentes en el Mundo. Moscú, en esa gran ilusión religiosa, sería una especie de Tercera Roma, luego del Vaticano y Bizancio (o Constantinopla, actualmente Estambul) con jurisdicción e influencia en todos los países de la Tierra donde hay fieles cristianos ortodoxos, incluidos Canadá y los Estados Unidos.
Algo que nunca ha tenido en cuenta el Papa es el profundo rechazo de la Iglesia Ortodoxa Rusa y de Putin por todos los países de Occidente (salvo los que están bajo su influencia directa, como Cuba, Venezuela, Nicaragua, y otros representantes del Socialismo del Siglo XXI). Rechazo que incluye especialmente al Vaticano, porque Putin se considera un cruzado de los verdaderos valores cristianos, bastardeados, según él y Cirilo I, en el mundo occidental.
Por esa razón, jamás han invitado a Francisco a visitar Moscú, ni a ningún metro cuadrado de la Federación Rusa, y jamás lo han visitado en Roma, ni en casi ningún otro rincón de la Tierra, con una única excepción. El 12 de febrero de 2016, en el Aeropuerto de La Habana, el Sumo Pontífice tuvo una entrevista de media hora con Cirilo I, con la presencia testimonial del por entonces jefe de Estado cubano, el comandante Raúl Castro.
Eso fue todo. En nueve años y medio de pontificado, una reunión de 30 minutos, en el aeropuerto de la Isla de Cuba. Pero el Papa ha seguido insistiendo, casi tercamente, en tener un acercamiento con el Patriarca Cristiano Ortodoxo de Moscú, aunque sea por teléfono. Esto ocurrió hace unos días y hubiera sido mejor no haber concretado nunca esa conversación.
El Vicario de Cristo en Roma escuchó, como si fuera una letanía, el rosario de razones del Kremlin para invadir a Ucrania, recitadas como de memoria y, finalmente, perdió los estribos: "No podés ser el monaguillo de Putin", le espetó. A lo cual, el Patriarca ruso le devolvió la ofensa: "Y vos no podés ser el Capellán (militar) de Occidente." Peor, imposible.
Va de suyo, que Bergoglio no toma en cuenta, o no le importa, que la Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa tiene una relación de sinfonía bizantina con Putin, de acuerdo con la mejor tradición de la Iglesia Cristiana Ortodoxa , desde los tiempos del Basileus (el emperador romano en Constantinopla) donde mantenía relaciones perfectas con el Patriarca de Turno. Luego esto fue continuado por los zares, a partir de la fundación del Patriarcado de Moscú, a fines del Siglo XV, principios del Siglo XVI.
En general, las Iglesias Ortodoxas han tenido un alcance más nacional y con diferente relación con el poder político local. La Iglesia Católica Apostólica Romana casi siempre ha tenido mucho mayor independencia con respecto a los poderes temporales. Esa es la escuela donde se formó el ex arzobispo de Buenos Aires, odiado en su momento por Néstor Kirchner, quien lo definía, en privado, como: "jefe de la oposición". Y, a partir de 2013, no bien fue ungido en Roma como jefe de la Iglesia, allá corrieron todos sus exenemigos políticos a chuparle las medias a más y mejor. Pero la Argentina es un país católico y una cosa es ser un jefe (o jefa) de un Estado con 47 millones de habitantes, y otra muy distinta tener la máxima jerarquía eclesiástica sobre 1.200 millones de católicos, repartidos en cinco continentes. A no embromar, vamos.
Y otra cosa que, aparentemente, tampoco ha tomado en cuenta el Sumo Pontífice, son los planes de salvador del legado de Cristo asumido actualmente por Putin, frente a la supuesta decadencia satánica e irreversible de Occidente.
Un par de declaraciones suyas lo aclaran muy bien: "Vemos que muchos países euroatlánticos están, en realidad, rechazando sus raíces, incluidos los valores cristianos que constituyen la base de la civilización occidental, están negando los principios morales y todas las identidades tradicionales: nacional, cultural, religiosa e incluso sexual.
"Están implementando políticas que equiparan las familias numerosas con las parejas del mismo sexo, la creencia en Dios con la creencia en Satanás".
Putin considera su destino espiritual como la reconstrucción de la Cristiandad, pero con sede en Moscú. No es solo Rusia, es la Santa Rusia, en parte proyecto religioso, en parte, en parte extensión de la política exterior rusa.
Por eso, para concretar su ambicioso proyecto geoestratégico, Putin necesita contar desesperadamente con Kiev, para aunar a los eslavos provenientes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Por eso invadió con todo a la patria de Zelenski. Básicamente, porque necesitaba Kiev. No pudo, por ahora, pero eso, como hubiera dicho Rudyard Kipling " es harina de otro costal".
Muy terrible resulta, con estas luces, el desconcierto del Papa Francisco en estas horas cruciales de la Humanidad.