El populismo tiene efectos deletéreos en cualquier medio donde se practicase. Esa coima al votante, como define Fukuyama, deteriora la ética, la honestidad, la moral de la población y destruye el diálogo, el mérito, la ley, el respeto, la unión, el sentido de pertenencia, la educación y finalmente, la libertad. Y un efecto todavía más grave, si cupiese, es que destruye la inteligencia por atrofia.
Más allá de lo que se opine sobre lo delirante del sistema de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias, la instancia que se dirime el domingo, Dios mediante, es una muestra y una resultante de esos efectos que –aunque esta afirmación enoje a sus adictos (no adeptos)- son el fruto venenoso de la sinusoide diabólica a que ha sometido a la Nación el peronismo, sinusoide que se aceleró enloquecida e infinitésimamente en los últimos 20 años de franquicia kirchnerista hasta llegar a la presente situación de irrealidad y virtual disolución de la sociedad, si no de la nación misma.
La mezcla de relato calcado del materialismo dialéctico marxista y de su copia goebbeliana, con el reparto alevoso y creciente de dádivas, negocios, favores, satrapías, impunidades, complicidades, corrupciones, robos, coparticipaciones, (provinciales y de las otras), absoluciones y excarcelaciones arrastró a todo el sistema político, junto a la dirigencia, tanto gremial como empresaria, y a buena parte de la justicia y sumó a los piqueteros, una especie de cuarta rama del movimiento - para los que recuerdan los orígenes - que se han transformado en un ejército de soldaditos multitasking subordinados a las órdenes de sus explotadores.
La famosa platita en la definición de la jefa sin espíritu del peronismo es la droga con la que se ha sometido la voluntad y la razón no sólo de los necesitados, sino también de los poderosos. Al punto que muchos candidatos opositores creen ilusamente que sin aliarse con alguna rama supuestamente benigna del árbol envenenado no será posible cambiar el país.
La realidad es que la dirigencia argentina es un cadáver descompuesto y maloliente y la sociedad es esclava y cómplice, víctima de la metanfetamina populista y su prédica de frases que no son ni siquiera promesas, porque ya muy pocos se toman el trabajo de intentar convencerla, sino que apelan a su lealtad paga o a su ignorancia sembrada y cultivada. El sistema dirigencial argentino está perimido.
Basta escuchar al candidato a presidente de Cristina Kirchner, Sergio Massa, que critica al ministro de Economía, Sergio Massa, y promete darle a la gente lo que él mismo le quitó, para concluir que está subestimando y ofendiendo a sus partidarios. Por el mismo precio, promete un aumento a los trabajadores privados que no puede prometer, pero que garantiza más caos. Sólo alguien que ha perdido la razón puede creerle. O sólo alguien al que se ha hecho perder la razón. Seguro de ese hecho, el ministro-candidato reparte de apuro bonos a los jubilados ilegítimos y así estafa nuevamente a los jubilados legítimos con aportes plenos, a los que su agrupación despojó, al postergarlos aún en esta dádiva y obligarlos a costearla con sus diezmados recursos. Pero lo enuncia en su discurso virtual del jueves como si fuera una gran concesión.
Promete luchar contra la inflación cuando el miércoles pasado acaba de saberse que emitió en un mes el equivalente al 8.5% de la base monetaria, garantía de una inflación adicional casi instantánea. Regala miles de millones al sindicalismo para garantizarse su apoyo y lo pone como un logro de su gestión, habla de continuar con el cepo que funde la economía del país como si fuera un triunfo, y promete más empleo que sabe que es imposible de conseguir. Y de paso, jura que no se dependerá más del Fondo Monetario al que le ruega limosnas de rodillas. Y regala 320 millones de dólares en 3 días a mitad de precio para “dar un escarmiento a los especuladores” de los diversos mercados de cambio.
Una ofensa a la inteligencia de sus votantes adictos a la platita, o sometidos a las mafias y los delincuentes, asustados, intimidados, sin nadie que los proteja más que los propios mafiosos. De paso, sin el menor respeto, rompe la veda cuantas veces se le da la gana, con sus medidas, sus manipulaciones y concesiones demagógicas electorales, su postergación deliberada, cara e irresponsable de las deudas de todo tipo, en todas las monedas, y la deuda de la pobreza y la ignorancia, la más grave de todas.
Por eso esta columna tampoco se siente obligada a respetar esa veda, al menos en lo que hace al gobierno, que, como en otros temas, se ríe de la ley y de la ciudadanía. Como hizo con su silencio ante el asesinato en la semana de una niña y tres trabajadores, para terminar movilizando todas sus huestes pagas tratando de convertir en mártir y fabricar como un asesinado al estilo Maldonado a un manifestante enfermo que muere por comorbilidades y sin ninguna lesión infligida, en una actuación policial sin armas, tras protagonizar una provocación que es un delito, sin entrar a analizar su rico prontuario que va desde su actuación como terrorista en las FARC a mercenario violento de La Cámpora.
Con eso, y con la complicidad de los defensores de cuanta causa disociadora y disolvente existe, (que no reaccionaron ante las otras cuatro muertes absurdas de la que todo el gobierno es corresponsable) pretenden ocultar la destrucción de los valores y la tranquilidad que merecen los argentinos con la marcha de ayer, que también infringió la veda fingiendo indignación y enojo y rogando por una represalia que sirviese como excusa. Otro insulto a la ciudadanía toda, que reaccionará ofendida ante semejante desvergüenza y crueldad, es de esperar.
El oficialismo sabe que perderá en estas PASO y también en las elecciones generales. Sueña con la cosmética de algún titular amigo que lo muestre ganador, o al menos no despreciado por sus soldaditos. Sueña con lo que le muestran algunas encuestas íntimas, sueña con conservar una masa de legisladores que seguirán siendo fieles y sometidos y que prolongarán su agonía y la del país. Como hiciera ya Cristina, espera alguna combinación mágica que polarice en su favor, o alguna lealtad que retribuya algún financiamiento oculto. En busca de consolidar ese sueño hace todo lo que hace, y no hace todo lo que debe hacer. Y vaya a saber qué más hará de aquí hasta la elección verdadera.
Sólo busca extender el poder y disimular los resultados y los efectos de su derrota, y asegurarse una vez más su regreso en 4 anos. Amenaza con sus gremios, sus piqueteros y turbas rentadas transformar en ingobernable el país apoyado por su periodismo tolerante que no pierde oportunidad de refregarle a todos los candidatos que “sin el peronismo no se puede gobernar ni hacer los cambios que hacen falta” como si con el peronismo se fueran a hacer alguna vez esos cambios. Y como si el país no fuera ya ingobernable. Lo que además preanuncia un peligroso y triste camino de subversión de los violentos contumaces.
Las PASO no son un mecanismo electoral adecuado, ni reemplazan a las elecciones en serio. Sin embargo, el lunes 14 de agosto, mal que le pese al Gobierno, habrá otro país.
En lo económico, porque se puede producir la situación inversa a la que sufrió Macri tras las PASO en 2019: las expectativas de un nuevo gobierno pueden cambiar en 24 horas, y con ellas todo el panorama de inversión, empleo, seguridad jurídica y apuestas al fracaso.
En lo social, porque cualquier propuesta que implique bajar el gasto irresponsable, la emisión desaforada, en consecuencia la inflación, la revisión de la calidad del gasto del estado, olvidada en aras del negocio, el acomodo y el manotazo, aliviará a un pueblo sufriente. Y cualquier acción o proyecto que propenda auténticamente al empleo y al trabajo es dignificante.
En lo político, porque toda promesa seria de aliviar o mejorar el sistema corrupto multipartidario que tiraniza a toda la población es bienvenida. En lo que hace a la seguridad, porque tal vez se pueda esperar que alguien se enfrente a las mafias de cualquier clase y con cualquier nombre, y levantando el estandarte de la muerte cruel, injusta e incalificable de Morena haga que todos comprendan que el delito es uno solo, y es el único enemigo.
Toda elección democrática, hasta la de un club de barrio, tiene una característica en común. Cada sobre que se introduce en la urna no contiene un voto. Contiene una esperanza. Tal vez, más allá de todas las opiniones, los sesudos análisis y las encuestas multiverso, el domingo se pueda empezar a reconstruir la Argentina.