Cultura
LA BELLEZA DEL ARTE

Turner versus Constable

Por Danilo Albero

La rivalidad entre J. M. W. Turner (Londres, 1775) y John Constable (Suffolk, 1776) fue la comidilla de los mentideros artísticos ingleses en la primera mitad del siglo XIX. Nada nuevo, las hubo anteriores y posteriores: Leonardo y Miguel Ángel; Picasso y Matisse o Degas y Manet; Quevedo y Góngora o Virginia Woolf y James Joyce.

Turner, tosco, excéntrico, reservado y mujeriego, vivía en Covent Garden, en el centro de Londres. Constable, cortés, sociable y padre de siete hijos, se refugió casi toda su vida en la campiña inglesa. Tan distintos entre sí, como afinidades tienen sus obras, con cielos grumosos y nubes coloridas.

Fueron el ying y el yang. Los dos dejaron su huella. Constable hijo de una familia acomodada, hizo del paisajismo inglés escuela, como ejemplo: La catedral de Salisbury vista a través de los campos (Salisbury Cathedral from the Meadows, 1831) luego de una lluvia, sobre un cielo nublado, un arco iris enmarca la aguja de la catedral. Turner hermanó su pintura con las letras, fuerzas de la naturaleza y hechos contemporáneos de la historia de su país entre otras, distintas versiones de la batalla de Trafalgar o el tráfico de esclavos-, además, sentó las bases del impresionismo y futurismo.

Los dos fueron testigos y partícipes de la revolución industrial, el advenimiento del ferrocarril, la navegación a vapor, ascenso, apogeo, caída y destierro de Napoleón; el nacimiento de la primera democracia representativa moderna, los Estados Unidos; los levantamientos del 2 de mayo de 1808 y los fusilamientos del día siguiente. Ambos dejaron autorretratos de su juventud -Constable un dibujo con lápiz a los 23 años, Turner un óleo a los 23- y uno de adultos -Constable un óleo a los 24, Turner uno a los 62.

Turner fue hijo de una carnicera, que terminó internada en un manicomio, y un barbero, de Covent Garden. Pese a su erudición y cultura, barrio y vecindad dejaron indelebles modales callejeros y marcado acento cockney. No era muy agraciado, su autorretrato al óleo, destaca la mandíbula semejante a un espolón y nariz de guacamayo. A los diez años, por un problema de salud, pasó una temporada en casa de su tío en Brenford, allí se interesó por la vida y actividad del puerto y los hombres de mar; a los once, ya es un experto dibujante de vistas de Londres, trabajos que su padre vende en la barbería.

A los catorce ingresó como estudiante en la Royal Academy, donde se interesó por el paisajismo, la obra de Canaletto y sus vistas de Venecia; además fue influenciado por sus lecturas de Burke sobre lo sublime y lo bello, como lo vivieron los románticos; el éxtasis o estupor frente a fenómenos de la naturaleza, ruinas u obras de arte; visión que aflorará en gran parte de su obra.

Óleos y acuarelas que, para su biógrafo y albacea, John Ruskin, fue matizada por la actividad de lector de clásicos -muchos de sus trabajos están escorzados por referencias literarias, entre otras: los óleos Dido construye Cartago y Ulises burlando a Polifemo. En gran parte de sus lienzos, prima el tratamiento del óleo como una acuarela, con veladuras, luminosidades y fundidos; sumado a la elección de amaneceres o atardeceres para dar atmósfera a sus telas. En 1802, ya es miembro de la Royal Academy y realiza su primer viaje por Europa, en el Louvre, admira a Ticiano y Poussin; llega hasta los Alpes, de donde nos deja Tempestad de nieve: Aníbal cruzando los Alpes,aquí el motivo histórico está subordinado a la furia de la naturaleza: la historia y lo sublime. En contraste, fuera de un breve viaje por Italia, Constable no salió de su país y rechazó todas las invitaciones para viajar y promover su trabajo: “Prefiero ser un hombre pobre en mi país que rico en el extranjero”.

EN ITALIA

En 1819, Turner, viaja por Italia, de Venecia nos dejará su visión en El puente de los suspiros, el palacio Ducal y la aduana de Venecia, el óleo muestra su aprendizaje de Canaletto en el tratamiento de la luz, pero con la traza de su visión cockney de infancia en Covent Garden; Canaletto no pintó gente descargando mercadería en un muelle atiborrado de barcas de remo y basura. La vista no es desde un muelle sino desde el agua, como se vería en una embarcación, partícipe de la actividad retratada.

Dos cuadros dejan su impronta en la historia del arte, el primero: El Combatiente Temerario, remolcado a su último fondeadero para ser desguazado (The Fighting Temeraire tugged to her last berth to be broken up, 1838), elegido en 2005 como el mejor cuadro inglés en una votación pública organizada por la BBC.

Ese óleo fue el epitome de su obra sobre la batalla de Trafalgar -el Fighting Téméraire arrasó con sus cañones al Redoutable, barco francés que había desmantelado al buque insignia, el Victory, y de cuyos mástiles partió el disparo de mosquete que causó la muerte del almirante Nelson-.

El segundo: Lluvia, vapor y velocidad (1844); una locomotora, arrastrando vagones de pasajeros, avanza hacia el espectador, atraviesa un puente en medio de una tempestad, inmune a las inclemencias. La imagen es opacada por el turbión y le valió una crítica despiadada. Su respuesta: “No pinto para agradar al público sino para expresar lo que veo y siento”. Esto fue tres décadas antes de los impresionistas, que siguieron su estética, recién en 1892 Claude Monet comenzó la serie de la catedral de Rouen y en 1904 Le Parlement. Trouée de soleil dans le brouillard.

EL ENFRENTAMIENTO

En 1832 Constable y Turner se enfrentaron con sus dos cuadros, uno al lado del otro en la Exposición de la Real Academia en Londres; la marina Helvoetsluys de Turner fue colgada junto al cuadro de John Constable The Opening of Waterloo Bridge.

En el llamado varnishing day (día del barnizado), los artistas daban el toque final a sus obras ya colgadas, previo a la mano final de barniz. Esa jornada solamente era accesible a galeristas y coleccionistas reconocidos y sobrevive hasta hoy bautizada como vernissage.

Al ver la obra de Constable, Turner vio que su óleo, una suma de azules tenues, ocres quebrados, grises perlados, con una leve veladura blanca, que sintetizaba su memoria personal de la meditación atmosférica, se veía estático. Tomó su paleta y colocó, con un solo toque de pincel, una pequeña boya roja, el contraste con los tonos fríos le dio movimiento al velero Helvoetsluys, acorde con el viento que hincha las velas y las olas de izquierda a derecha.

POESIA SILENCIOSA

Ver, decir, contar, leer lo pintado, pintar lo escrito. En el siglo V antes de Cristo Simonides de Ceos sentenció: “La poesía es pintura que habla y la pintura poesía silenciosa”; y Aristóteles en Poética enfatizó que el historiador dice lo que ha acontecido y el poeta lo que podría haber acontecido.

Las comparaciones no son aleatorias ni fortuitas; Joseph Mallord William Turner fue una combinación de pintor, poeta e historiador, su trabajo puede ser leído como un registro y una poética de los tiempos de grandes avances tecnológicos en que vivió; cambios, angustias, búsquedas, nostalgias, decepciones y esperanzas de los hombres de su generación.