¿Por qué temen los leones libertarios? El calendario ha ingresado definitivamente en fase electoral y la militancia que sostiene a Javier Milei exhibe un singular nerviosismo. Los economistas afines levantan la guardia, alertan sobre la posibilidad de una magra performance en las urnas. Ven fantasmas.
Un viejo axioma de la política asegura que cuando la economía marcha bien ningún gobierno pierde las elecciones. Ante la ansiedad del oficialismo, frente a las dudas de muchos de sus adláteres, habrá que preguntarse entonces: ¿Marcha bien la economía? ¿O ven ellos algo que nosotros no?
Cuando se analiza la realidad económica, cuando se le cuentan las costillas al programa, los economistas del palo liberal suelen brindar un argumento que se bifurca: aseguran, primero, que todo lo que está ejecutando el equipo del ministro Caputo es correcto, necesario e inevitable. También recalcan que, aunque todas las medidas se tomen en tiempo y forma, el capital inversor –de adentro y de afuera- siempre exigirá más. Dicho de otra manera, que la gestión Milei estará eternamente bajo examen.
¿Es culpa o responsabilidad absoluta de Milei la incertidumbre y desconfianza que anida en el capital y que demora las inversiones? Claro que no. El hombre paga por el prontuario de la Argentina, manchada en repetidos defaults, estatizaciones y demás yerbas. Y aunque viva dándole señales al mercado, aseguran sus fieles, siempre le van a pedir más.
Mientras tanto pasa el tiempo y, lo saben los libertarios,
de su insondable laberinto algún día surgirá un peronismo reconstruido. ¿Podrán liquidar las fuerzas del cielo, como lo sueñan, a la bestia de los mil rostros? Eso también lo dirá el tiempo.
Pero ahora, en este momento político, nadie puede pensar que La Libertad Avanza vaya a fracasar en sus segundas elecciones frente a la alianza Massa-Máximo-Kicillof, una coalición que espanta. No hay amenaza que recorte su figura sobre el horizonte. Entonces, ¿por qué teme la manada?
Queda claro que la baja de la inflación es el principal logro y ariete del gobierno. Y que el proceso descendente, sin lugar a dudas, ha beneficiado a la población toda. También quedó claro que el orden fiscal parió un pronto superávit, y que con las cuentas en positivo no hay emisión monetaria y, por ende, se apaga la inflación. La lógica es de manual.
El manual, sin embargo, a veces no contempla que tener superávit o déficit no es solamente una cuestión meramente económica sino también una decisión política. Este gobierno ha decidido aplicar la motosierra sin piedad para que las cuentas sean positivas, para ganar en prolijidad, equilibrio y previsibilidad. Otros, en cambio, tal vez prefieran maniobrar peligrosamente con cierto déficit para financiar de alguna manera puntos clave de lo que podemos llamar “lo público”.
Es que, si a lo económico le adosamos el factor político, entonces quizás todo el mecanismo del Estado, con sus funciones y beneficios, no terminen por entrar en la cajita libertaria. Y la gente, el pueblo, la sociedad, recibe las medidas económicas con la razón pero siente la vida con las entrañas. Tal vez allí resida el temor libertario. ¿Tiene el mismo efecto electoral sobre los votantes el argumento del imperioso ordenamiento macroeconómico y su teoría liberal que la angustiante sensación de escasez y billetera vacía?
INFLACION
En la semana volvió a emerger el mascarón de proa del Gobierno. El índice de inflación difundido por el Indec alcanzó el 1,6% mensual en junio, un guarismo algo menor a lo que proyectaban los expertos. Este es, sin dudas, el estandarte electoral de La Libertad Avanza. Y, valga decirlo, no es poca cosa.
La alegría por el rumbo confirmado, sin embargo, duró poco. En el encadenamiento de días el dólar se mostró nuevamente brioso. “A todos nos gusta que el dólar flote cuando se va para abajo, pero cuando sube todos se ponen nerviosos y entonces el Gobierno interviene”, comenta un economista, en voz baja.
Los analistas tejieron mil versiones acerca de los motivos por los cuales el billete verde comenzó a escalar en sus diversas cotizaciones. El abanico es amplio y va desde la propia dinámica de un año electoral hasta las idas y vueltas del fallo contra el Estado por la privatización de YPF. Ni lerdo ni perezoso, el equipo económico exhibió una vez más sus rasgos pragmáticos y contra lo que manda la religión liberal intervino en el mercado de futuros para controlar la divisa cada vez que hizo falta.
Hubo también un análisis técnico que explicó el movimiento ascendente del dólar: sobran pesos en la plaza, por eso el Gobierno salió a cazarlos con nuevas emisiones de Letras, para evitar que deriven naturalmente hacia el mercado cambiario. Pero ese argumento, que fluye subterráneo, está demasiado lejos de la percepción del ahorrista de a pie que observa los movimientos de las pizarras y toma decisiones concretas.
Mientras tanto, el consumo interno exhibe realidades diversas. El sector turístico reclama porque de cara a las vacaciones de invierno las reservas en los destinos tradicionales están en niveles de lágrimas; y los vendedores de indumentaria, aún en los circuitos más populares, adelantan las liquidaciones porque no venden nada.
En ese mosaico variopinto, poco a poco los productos importados se van haciendo un lugar en las góndolas. En la semana trascendió el video de un kiosquero que exhibía un chocolate nacional y otro brasileño, de la misma empresa y calidad, donde el extranjero costaba la mitad. Qué hay estructuralmente detrás de los precios argentinos para que no sean competitivos, ya todos lo sabemos. Habrá que ver si finalmente se da el debate.
A TRABAJAR
La afirmación es subjetiva: todo programa económico es exitoso si y sólo si genera empleo. De nada sirve una economía saneada invadida de productos importados si nadie puede comprarlos; de nada sirve ser una potencia exportadora de productos primarios si la renta obtenida no lubrica el sistema del consumo interno.
El asunto del empleo o, mejor dicho, del desempleo y del miedo a perder el trabajo ya ocupa un lugar destacado en la lista de tormentos argentinos. Las encuestas así lo reflejan, tanto que esta preocupación ha venido a postergar a la inflación, que fue por mucho un líder histórico en este tipo de rankings.
Hace un puñado de días hasta el periodista Luis Majul cruzó al ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, por el incremento de la desocupación, que según datos del Indec asciende al 7,9% durante el primer trimestre del año. El diálogo se dio más o menos así:
-Vos no me tenés que preguntar por los 50.000 ñoquis que se quedaron sin trabajo en el Estado. Me tenés que preguntar sobre los miles de puestos de trabajo que se crearon cuando nosotros le devolvimos 2.000 millones de dólares a los argentinos que hoy no se los tenemos que cobrar porque no hay que pagarle a esos 50.000 empleados.
-¿Pero se crearon esos puestos de trabajo?
-Por supuesto que sí.
-¿Y dónde están? Si ahora hay más desocupación.
La ecuación entre empleo y desempleo tiene una equis para ser despejada: el trabajo informal. Un documento de Fundar revela que “en el país el 36% de los asalariados trabaja de manera informal. Si sumamos a los trabajadores independientes, la cifra asciende al 42%. Esto equivale a casi 9 millones de personas con empleo informal”.
Los trabajadores en este segmento son aquellos que, al no estar registrados, carecen de beneficios sociales como aportes jubilatorios y obra social con cobertura de salud. A la hora de desmenuzar la estadística, surge que entre los trabajadores independientes o cuentapropistas el 57% se encuentra en la informalidad.
“Pero dentro de ese grupo hay dos realidades muy distintas: mientras que entre los cuentapropistas -el grupo más numeroso- la informalidad alcanza el 62%, entre los patrones (es decir, dueños de empresas, en general pequeñas) es inferior al 20%”, recalca Fundar.
La informalidad también varía fuertemente según el rubro en el que se trabaja. Es muy baja en el sector público -menos del 10%-, pero casi llega al 50% en el sector privado. Y dentro del sector privado, las diferencias son grandes: mientras que en actividades como el petróleo, la minería o las finanzas la informalidad es menor al 15%, en el agro, la gastronomía, el servicio doméstico y la construcción supera el 60%.
Nueve de las doce provincias con mayor informalidad asalariada pertenecen al Norte Grande. En distritos como Salta, Santiago del Estero y Tucumán, más de la mitad de los asalariados trabaja en la informalidad. “La informalidad en la Argentina es hoy más alta que hace 40 años”, concluye el documento de Fundar.
Algo hicimos mal. Es tiempo de repararlo.