Según registros históricos, los frailes Juan de Salazar y Juan de Almacia llegaron a Buenos Aires junto al conquistador español Pedro de Mendoza en 1536. Ambos religiosos pertenecían a la orden de los mercedarios, nacida en España en 1218, que tenía como objetivo liberar a los cautivos en tiempos de la invasión de los moros a la Madre Patria. Así es que en pleno descubrimiento del Nuevo Mundo, los mercedarios instalaron su primer convento en Córdoba y luego, hacia 1600, obtuvieron un lugar en Buenos Aires.
Sin embargo, el monasterio porteño sufrió una expropiación en 1824, durante el gobierno de Bernardino Rivadavia, y fue convertido en una Sociedad de Beneficencia. Recién en 1963 los monjes recuperaron el convento y eligieron bautizarlo en honor a San Ramón Nonato, uno de los mercedarios más reconocidos, patrono de las embarazadas y las parturientas. También transformaron parte de sus claustros en aulas de la Universidad Católica Argentina y en la sede la Junta de Historia Eclesiástica.
Actualmente, la UCA se mudó a Puerto Madero y el edificio de Reconquista 269, si bien sigue funcionando como convento de los frailes mercedarios, está claro que ya no se dedica a liberar cautivos. Para el dramaturgo Martín Barreiro, sin embargo, los frailes aún lo hacen, aunque a través de otras herramientas.
“Traté de inculcarles que la cultura es otra forma de rescatar a las personas”, sostuvo Barreiro en diálogo con La Prensa. El discípulo de la cineasta y coreógrafa checa Irena Dodal dirige hace ya treinta años El Convento, un teatro que funciona dentro del cenobio por medio de un comodato pactado con los religiosos de la orden.
VIAJE EN EL TIEMPO
Así que mientras afuera reina el ajetreo propio del corazón de la city porteña, una vez que se ingresa a El Convento pareciera que deja de ser 2025 y se viaja en el tiempo al siglo XVII.
Barreiro aparece desde un costado del largo pasillo surcado por techos abovedados. De la mano izquierda, el sol resplandece en el gigantesco jardín que conecta el restaurante con otros locales que funcionan en la planta baja. En el tercer piso los frailes estudian. Y en el segundo se halla la sala de esta compañía independiente dirigida por Barreiro y conformada por una veintena de actores de rostros no tan populares.
“Uno de los integrantes de la compañía era amigo de uno de los frailes que viven acá, entonces le preguntó si habría un espacio para que nosotros ensayemos. Dijeron que si y nos dieron una salita”, rememoró Barreiro acerca de los comienzos de la sala El Convento, que desde 1995 a esta parte se convirtió en otro de los puntos predilectos del circuito porteño del teatro clásico.
Para celebrar estas tres décadas, los sábados a las 20 presentan ‘El idiota’, de Fiodor Dostoievski, completando una saga que comenzó con ‘Crimen y castigo’, ‘Los hermanos Karamazov’ y ‘Los demonios’.
“El público viene a ver teatro clásico pero no sabe bien adónde viene. Cuando llegan al lugar ya entran en otro tiempo. A mí me sigue sorprendiendo después de treinta años ver las caras cuando ingresan. Encima, de noche esto es un desierto; si bien está todo iluminado, no es la vorágine que uno vez durante el día. Entonces entran y es como un misterio el jardín, las luces. Hay ecos, la gente escucha sonidos, incluso cree ver fantasmas, y todo eso colabora con las obras que hacemos”, subrayó el director.
Pese a haber sido declarado Monumento Histórico de la Ciudad, El Convento no recibe ningún tipo de subsidio gubernamental: “La compañía tiene un método de recaudación: acá los actores no ponen un centavo, aunque es muy difícil que se lleven un centavo también porque todo lo que recaudamos tratamos de invertirlo en promoción, en vestuario. Trabajamos con escenógrafos, con vestuaristas, todo ad honorem. Yo les doy todo para que hagan su trabajo, pero es muy difícil pagar”.
TRES DÉCADAS
A lo largo de estas tres décadas, la compañía ha llevado puestas de Shakespeare, Molière y creaciones originales de Barreiro a escenarios de la Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, España y Francia, siendo invitada a prestigiosos festivales internacionales como el Festival de Teatro Clásico de Cáceres (España), el Festival Shakespeare de Tournone (Francia) y el Festival Internacional de Iquique (Chile). Entre sus producciones más destacadas se encuentran ‘Macbeth’, ‘El avaro’, ‘Rey Lear’, ‘Ricardo III’, ‘Kien’, y la serie original ‘El canon Shakespeare’, estrenada en 2022.
Barreiro cuenta que los primeros diez años el teatro funcionó en el lugar que actualmente ocupa el restaurante y luego se mudaron a la sala actual, en el segundo piso del edificio.
El dramaturgo admite que la relación con los religiosos -que en Córdoba regentean la plantación de la yerba mate, La Merced- no ha sido fácil, aunque nunca lo censuraron: “La transgresión se hace desde la puesta. Me gusta hacer un Shakespeare y que sea Shakespeare, y no ponerle mis cosas porque sino sería una versión o una adaptación. Pero transgredo desde la puesta, por eso movilizo al público por distintos lugares”.
“Al principio costó mucho por una regla de los frailes, acá es muy hermético todo. Después de veinte años ya bajé los brazos. Insistí mucho para que me dejen traer otros grupos, pero el comodato es para que solo mi compañía pueda estar acá. Eso hizo que fuera muy difícil captar nuevos públicos. Ahora es mucho más fácil por las redes sociales, pero cuando nosotros empezamos no existían”, agregó.
Estudiantes de Filosofía y Letras, de Psicología, turistas extranjeros y hasta colegios secundarios conforman el público diverso de El Convento. Consultado acerca de los desafíos de adaptar textos clásicos al teatro, Barreiro -apasionado de Dostoievski- aseguró: “Hay un trabajo de dramaturgia fuerte porque tengo que ir seleccionando qué historia voy a seguir. Hay que elegir una, sacrificando algunos personajes que son muy lúcidos y hermosos, pero bueno...Tengo que quedarme con esa historia y procurar que tenga una duración acorde al público moderno. Hoy todo tiene que ser un poco más inmediato, por eso la transgresión la hago a través de la puesta. Es una puesta más bien visual para que el público no se aburra. El peor pecado que puede cometer una obra de teatro es aburrir”.
“Yo creo que el teatro clásico está enclaustrado en algo muy de museo, o en algo que es muy para destrozar, y esas son dos visiones de las que yo me aparto. La obra de Dostoievski tiene una mirada tan actual y profunda que también mezcla un poquito de humor y eso el público lo recibe muy bien. La gente sale muy conmovida por Dostoievski cuenta realidades que siguen existiendo, lamentablemente”, destacó el egresado de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD).
Reticente a recurrir a rifas u otros métodos, Barreiro subraya que el principal sustento de su compañía es la boletería y ellos mismos son los encargados de recibir al público en el palier, cobrar las entradas y hasta encargarse de la limpieza: “En teatro independiente es muy difícil tener un espacio, y más durante treinta años. Como mínimo, es admirable el tesón de esta gente que nos aguanta y también de la compañía, que puso mucho esmero y esfuerzo en llegar hasta acá”.