Opinión
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Son aleccionadores los casos de corrupción que jaquean a Sánchez

POR RAYMUNDO FERNÁNDEZ

El caso estalló en España, pero podría haber sido aquí en cualquier ciudad o provincia argentina. Un presidente en el centro de la tormenta, funcionarios clave de su entorno implicados en redes de corrupción, y una pregunta que siempre vuelve: ¿Cuánta responsabilidad política tiene un jefe de Estado o un gobernador o un intendente por lo que hacen sus hombres de confianza?

La historia se resume rápido pero retumba fuerte: el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, el exministro de Transportes José Luis Ábalos, y su exasesor más fiel, Koldo García, están bajo investigación judicial por una trama de contratos públicos amañados a cambio de sobornos.
Se habla de más de 600 mil euros en coimas, contratos adjudicados con nombres digitalizados de antemano, y hasta sospechas de fraude en las internas partidarias de 2014. El caso, conocido como la trama Koldo, derivó en allanamientos a la sede del PSOE, dimisiones de peso y una crisis interna que el presidente Pedro Sánchez intenta contener con un mensaje de conveniencia: “Tolerancia cero”.

Pero la pregunta incómoda no se apaga con discursos. ¿Cómo se llega al punto en que un asesor personal, de los que almuerzan en la mesa chica del poder, termina organizando una red de corrupción?

MUSCULO OPERATIVO

Cerdán, Ábalos y Koldo no eran figuras secundarias. Eran el músculo operativo de Sánchez. El primero, número tres del PSOE. El segundo, uno de los armadores más leales del proyecto. El tercero, un oscuro operador que devino influye en una fuerza de acceso y favores.

Todos ellos formaban parte del entorno más íntimo del presidente. Esa zona de confort donde la confianza reemplaza a los controles, donde se delega sin mirar demasiado, donde la lealtad personal pesa más que la competencia o la ética. Y ahí está el punto clave: cuando la confianza reemplaza al control, el sistema se vuelve vulnerable.

El hombre de confianza puede convertirse, sin freno, en el eslabón más frágil del poder. Y cuando cae, no cae solo.

FENOMENO ESTRUCTURAL

El caso español no es una rareza. Tiene espejo en múltiples democracias, y Argentina no es la excepción.

Lo hemos visto una y otra vez: presidentes, gobernadores o intendentes que construyen equipos con cuadros sin trayectoria institucional, pero con fidelidad ciega. Y cuando esa fidelidad opera sin control, sin rendición de cuentas, sin auditoría, estalla el escándalo. El patrón es similar: el líder concentra el poder, el círculo íntimo se vuelve inaccesible y opaco, los nombramientos se hacen por afinidad, no por idoneidad y la corrupción encuentra grietas para colarse.

En política, la ignorancia no exime de responsabilidad. No alcanza con decir “yo no firmé”, “yo no estaba al tanto”. Cuando un funcionario clave delinque, el error de origen fue su designación y la falta de control sobre su accionar. Es una omisión tan política como moral.

Pedro Sánchez, ante la presión, pidió disculpas y anunció una auditoría externa. No convocó a elecciones anticipadas. Busca resistir. Pero su credibilidad está en juego. La de su gobierno, también.

UN ESPEJO

En Argentina, este caso debería encender luces rojas. Porque no faltan ejemplos de asesores con doble agenda, de funcionarios invisibles que acumulan poder, de contratos otorgados con firmas prestadas o licitaciones armadas a medida. Ya no se trata de ideologías, sino de reglas básicas: un gobierno democrático y honesto no puede sostenerse si no fiscaliza lo que hacen sus delegados.

Los escándalos no empiezan en los juzgados: empiezan cuando un funcionario deja de ser controlado y empieza a sentirse impune. El daño no es solo económico. Es institucional.

Lo de España, lo de Cerdán y Koldo, es un caso. Pero también es una advertencia. Porque el poder, cuando se rodea mal, se erosiona desde adentro.