La profesión de la Fe católica –resumidamente, el Credo–, en unión vital con la celebración del culto, el cumplimiento de los Mandamientos junto con las Bienaventuranzas y la recepción de los sacramentos tiene una característica de inmutable. Se trata de garantizar el conocimiento de las verdades reveladas por el mismo Dios en orden a la salvación humana. Es un patrimonio intocable, indisponible. Esta intangibilidad de depositum fidei se da en simultáneo con el desarrollo homogéneo en el conocimiento del mismo. La historia de la teología es testigo de esta realidad. La evolución, si cabe, es en la compresión, no en el contenido.
Lo dicho arriba no contrasta, necesariamente, pero sí se distingue de la vivencia de la Fe Católica. En este sentido, se abre un abanico de posibilidades que están entrelazadas por un factor común: el ejercicio de la libertad humana. Nos ubicamos en el terreno de lo contingente.
Éstas, entre otras, son algunas de las consideraciones que hace falta tener en cuenta a los efectos de comprender algo mejor el deber y el derecho de opinión en la vida de la Iglesia.
El Código de Derecho Canónico lo reconoce en el canon 212, inc. 3: “Tienen [los fieles cristianos] el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”.
DISTINCIONES
En este contexto se inscribe la labor periodística cuando se opina sobre la vida de la Iglesia Católica. De este modo, un periodista debe tener en cuenta lo siguiente (cf. González Gaitano, N., “La opinión pública en la Iglesia”, Aceprensa, 25/05/2016): 1. “En el nivel de la fe, del dogma, la opinión pública no tiene un papel discursivo. Se está dentro o fuera de la comunión de la fe. Pero hay muchos ejemplos históricos y actuales de cómo interviene la opinión pública en este nivel de la comunión de fe”. 2. “En el nivel del gobierno, las cosas son un poco diferentes. En este nivel práctico, prudencial, de la comunión de vida, hay que recordar que la Iglesia no es una comunidad democrática, pero sí es una comunión. Toca a los obispos gobernar, y estos son ‘puestos’, no elegidos democráticamente. Pero este gobierno de los pastores, específicamente de los obispos, no es, no puede ser, el de un poder despótico. El pastor, como los demás fieles, debe responder de algún modo ante la comunión de los fieles”. 3. “Este plano [el nivel de lo contingente] al que me estoy refiriendo es el plano de la libertad y del pluralismo por antonomasia, y también de la crítica. Porque, por su naturaleza, los asuntos de ‘política eclesiástica’ también están expuestos a la crítica. Con tal de que esta sea respetuosa, como debe serlo en todo caso”.
Conviene volver sobre un punto a fin de avanzar con otra consideración en el sentido de lo ya dicho. Opinar –y, entonces, colaborar con la opinión pública– exige conocer aquello sobre lo que se habla. Con bastante frecuencia, sucede lo contrario. Basta apreciar las notas informativas y las columnas de opinión para advertir que más de un periodista no conoce de la materia religiosa –no solamente de Catolicismo, en general de ninguna religión–. Política, Exterior, Economía, Deportes, Espectáculos cuenta con colegas especializados en el asunto pero lo que se escribe y publica sobre Religión es el mundo de la ignorancia cuando no del prejuicio –en buena manera, porque no se sabe de lo que escribe–.
TONO CRITICO
Dicho esto, hace falta formular otra consideración, poniendo algo de picante a la teoría antes expuesta. Sin perder de vista, como dice Carlos Alberto Sacheri, que “desde siempre se debe insistir más sobre lo positivo y constructivo que sobre lo negativo y lo demoledor” y que la firmeza en la doctrina debe complementarse con la “gran amplitud y respeto por el otro”, y que, por cierto, hay mucha vida santa oculta en la Iglesia que debe ser dada a conocer, habiendo comprobado la información correspondiente ¿qué debería impedir que nuestra nota informativa o columna de opinión tuviera, supuesta “la reverencia hacia los Pastores”, un tono crítico animado por la buena fe? ¿Deberíamos recibir, de modo acrítico, documentos sinodales que, de suyo, no tienen carácter magisterial, como si se trataran de oráculos de la Palabra de Dios? ¿Nos correspondería aceptar, sin más, como quien enajena su inteligencia –y también, a veces, el gusto literario–, los pronunciamientos de las conferencias episcopales, sobre todo los que parecen adoptar un estilo de guión de telenovela? Con información verificada ¿nos veríamos obligados a silenciar los malos comportamientos del clero –aquí se abre un panorama variopinto cuya raíz última es la falta de fe en la Eucaristía y, secundariamente, el clericalismo–? ¿No nos tocaría decir nada cuando la autoridad episcopal toma medidas contra los sacerdotes “católicos católicos” mientras promueve a los modernistas?
Por último, entre otros ejemplos que podrían añadirse, ¿por qué The Boston Globe fue el primero que informó sobre los abusos del clero en los Estados Unidos y con criterio sensacionalista cuando hubiera correspondido que los obispos se hicieran cargo e informaran convenientemente? The Boston Globe, animado por el espíritu anticatólico, llegó antes. George Weigel, con su excelente El coraje de ser católico, llegó tarde.
Una sombra de miedo cubre los genuinos afanes de los católicos dedicados al periodismo que se ocupa de la vida de la Iglesia: el clericalismo. La solución es salir de la sombra y, “salvando la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia a los Pastores”, ser luz del mundo (Mt 5, 14) mediante nuestra pluma y nuestra palabra.