Por Roberto Lugones *
Recuerdo un juicio oral en el año 2003 donde juzgamos a una persona acusada de ser coautora de un homicidio agravado “criminis causa” y a quien finalmente condenamos a la pena de prisión perpetua -art. 80 inc. 7° del Código Penal-.
Fue un hecho aberrante que se produjo en la localidad de Villa Fiorito, partido de Lomas de Zamora, donde cuatro jóvenes vecinos de la víctima a quien conocían del barrio irrumpieron en horas de la madrugada en su casa con fines de robo y la redujeron junto a su madre y les decían que buscaban “la plata grande”, pegándole salvajemente al damnificado con un machete pues guardaba silencio, intentando luego prender fuego la casa y matarlos porque habían sido reconocidos.
Finalmente los delincuentes se dieron a la fuga previo haber sustraído dinero y una bicicleta cuando escucharon la sirena de un móvil policial que fue alertado por un llamado anónimo acerca de que en ese lugar se estaba cometiendo un ilícito, pudiéndose posteriormente detener a uno de los autores del hecho, siendo que la víctima falleció dos días después, según la autopsia como “producto de una insuficiencia cardíaca aguda traumática secundaria a traumatismo de cráneo”.
La cuestión que quiero destacar aquí y que siempre me impactó y me dejó pensando acerca de los laberintos de la mente humana, ya que una vez que se dio lectura en audiencia pública del veredicto y sentencia, alrededor de una hora después la Auxiliar Letrada, Dra. Cecilia Díaz, me comentó que había unos familiares del imputado que habían llegado tarde a la lectura y pedían si se les podía leer el fallo, a lo que accedí y dispuse que se lo leyeran por Secretaría –en la mesa de entradas- .
Una vez concluido el acto, la Dra. Díaz me mencionó sorprendida que cuando les leyó la pena de prisión perpetua un hombre mayor del grupo de familiares allí presentes dio un golpe de puño en la mesa de entrada y espetó a viva voz: “¡Pero por un robo…!”, borrando de un santiamén el homicidio, como diciendo fueron a robar y la víctima no tuvo mejor idea que reconocerlos y guardar silencio, como excusando la muerte violenta del conocido vecino.
Es increíble como suprimen la peor carga del hecho del que fueron responsables, recordándome un diálogo de la excelente película Belleza America, cuando el protagonista (Kevin Spacey) le dice a su vecino: Pero tu padre no se da cuenta que vendes droga, y el muchacho le responde: “No subestimes el poder de la negación”, como diciendo cuando alguien tiene la necesidad extrema de no ver algo no lo registra y lo niega.
Dice el psiquiatra David Viscott, quien fuera asesor en Psiquiatría del estado de Massachussetts “…que cualquier cosa que hagamos para dar la espalda a una realidad dolorosa cae dentro de la categoría de negación”, y que “…entre la gama de la defensa de la negación se encuentra la mentira, cuya dinámica es exponer falsamente la realidad para evitar el dolor” (confr. Sentirse Libre, Ed. Emecé, Bs. As. 1996, pág.108).
* Abogado, docente universitario y ex juez.